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martes, 4 de junio de 2019

LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS


LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS
84. EL RECAUDADOR DE LOS IMPUESTOS DEL TEMPLO
85. EL MONTE DE LA TRANSFIGURACIÓN
86. EL DESCENSO DE LA MONTAÑA


“Mientras Jesús, con Andrés y Pedro, permanecía junto al lago cerca del taller de barcas, se les acercó un recolector de impuestos del templo y, reconociendo a Jesús, llamó a Pedro aparte y dijo: «¿Acaso no paga vuestro Maestro el impuesto del templo?» Pedro estuvo tentado de manifestar indignación ante la sugerencia de que Jesús debía contribuir al mantenimiento de las actividades religiosas de sus enemigos jurados, pero, observando la expresión peculiar del rostro del recolector de impuestos, supuso justamente que su propósito era atraparlos en el acto de negarse a pagar el acostumbrado medio siclo para el apoyo de los servicios del templo en Jerusalén. Por consiguiente, Pedro contestó: «Por supuesto, el Maestro paga el impuesto del templo. Espera junto al portón, enseguida volveré con el dinero».
“Pero Pedro había hablado sin pensar. Judas llevaba los fondos del grupo, y estaba del otro lado del lago. Ni él, ni su hermano ni Jesús habían traído dinero alguno. Sabiendo además que los fariseos los estaban buscando, no podían ir a Betsaida para obtener dinero. Cuando Pedro le contó a Jesús lo del recolector y que le había prometido el dinero, Jesús dijo: «Si has prometido, debes pagar. Pero ¿con qué cumplirás tu promesa? ¿Volverás a ser pescador para poder honrar tu palabra? Sin embargo, Pedro, está bien, que bajo las circunstancias pagaremos el impuesto. No demos a estos hombres ocasión alguna de que nuestra actitud los ofenda. Esperaremos aquí mientras tú vas con la barca y echas la red, y cuando hayas vendido los peces en el mercado de más allá, pagarás al recolector por nosotros tres».
“El mensajero secreto de David, que estaba ahí cerca, oyó esta conversación, e hizo una seña a un asociado, que estaba pescando cerca de la costa, para que volviera pronto. Pedro se preparaba para salir a pescar en la barca, cuando este mensajero y su amigo pescador le dieron varias cestas grandes de peces y le ayudaron a llevarlas hasta el vendedor de pescado que estaba cerca, quien compró los peces, pagando suficiente más lo que agregó el mensajero de David, para pagar el impuesto del templo para los tres. El recolector aceptó el impuesto sin cobrar la multa por pago atrasado pues ellos habían estado ausentes de Galilea por un tiempo.
“No es extraño que tengáis escritos que describen a Pedro pescando un pez que llevaba un siclo en la boca. En aquellos días eran muy comunes los relatos de tesoros encontrados en la boca de los peces; estas narraciones de seudomilagros eran frecuentes. Así pues, cuando Pedro los dejó para dirigirse a la barca, Jesús observó, con cierto humorismo: «Es extraño que los hijos del rey deban pagar tributo; generalmente es el extranjero quien debe pagar el impuesto para mantener la corte; pero es bueno que no seamos un escollo para las autoridades. ¡Vete pues! tal vez pesques el pez que lleva un siclo en la boca». Habiendo pues hablado así Jesús, y habiendo regresado Pedro tan rápidamente con el impuesto para el templo, no es sorprendente que este episodio más tarde se convirtiera en un milagro, tal como se ve en las palabras del que escribió el evangelio según Mateo.” (1743.3) 157:1.1 (Mat 17:24-27)
“Eran aproximadamente las tres de esta bella tarde cuando Jesús se despidió de los tres apóstoles, diciendo: «Me alejo a solas por un tiempo, para comulgar con el Padre y sus mensajeros; os exhortó que os quedéis aquí y, mientras aguardáis mi retorno, oréis porque se haga la voluntad del Padre en toda vuestra experiencia en relación con el resto de la misión autootorgadora del Hijo del Hombre». Después de hablarles así, Jesús se retiró para conferenciar largamente con Gabriel y con el Padre Melquisedek, y no retornó hasta aproximadamente las seis de la tarde. Cuando Jesús vio la ansiedad de sus apóstoles por su prolongada ausencia, dijo: «¿Por qué temíais? Bien sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre; ¿por qué dudáis cuando yo no estoy con vosotros? Declaro ahora que el Hijo del Hombre ha elegido continuar con su vida plena en vuestro medio y como uno de vosotros. Estad de buen ánimo; no os abandonaré hasta no haber terminado mi obra».
“Mientras compartían la escasa cena, Pedro preguntó al Maestro: «¿Por cuánto tiempo nos quedaremos en esta montaña, lejos de nuestros hermanos?» Jesús contestó: «Hasta que veáis la gloria del Hijo del Hombre y conozcáis que todo lo que os he declarado es verdad». Hablaron pues de los asuntos de la rebelión de Lucifer mientras estaban sentados alrededor de las brasas centelleantes del fuego que habían encendido, hasta que los envolvieron las tinieblas y los párpados de los apóstoles se hicieron pesados porque habían empezado su viaje muy temprano esa mañana.
“Los tres dormían profundamente desde hacía una media hora, cuando fueron repentinamente despertados por un cercano ruido chispeante, y ante su maravilla y consternación, al mirar a su alrededor, contemplaron a Jesús en íntima conversación con dos seres resplandecientes vestidos con los indumentos de luz del mundo celestial. Y el rostro y la silueta de Jesús brillaban con la luminosidad de una luz celestial. Estos tres conversaban en un extraño idioma, pero por ciertas cosas dichas, Pedro conjeturó erróneamente que los seres con Jesús eran Moisés y Elías; en realidad, eran Gabriel y el Padre Melquisedek. Los controladores físicos habían dispuesto, por solicitud de Jesús, que los apóstoles presenciaran esta escena.
“Los tres apóstoles estaban tan asustados que les llevó un tiempo en recuperarse completamente, pero Pedro, que fue el primero en volver en sí, dijo, mientras la deslumbrante visión se desvanecía ante ellos y observaban a Jesús, de pie solo: «Jesús, Maestro, es bueno haber estado aquí. Nos regocijamos de ver esta gloria. No queremos volver a descender al mundo ignominioso. Si tú quieres, déjanos morar aquí, y erigiremos tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para Elías». Pedro dijo esto debido a su confusión y porque en ese momento no se le ocurría ninguna otra cosa.” (1753.2) 158:1.6  (Mat 17:1-13Mar 9:2-13Lucas 9:28-36)
“Durante la primera mitad del camino de vuelta, al bajar de la montaña, no se habló una sola palabra. Jesús luego comenzó la conversación observando: «Aseguraos de no decir a ningún hombre, ni siquiera a vuestros hermanos, lo que habéis visto y oído en la montaña, hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos». Los tres apóstoles estaban anonadados y pasmados por las palabras del Maestro, «hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos». Tan recientemente habían reafirmado su fe en él como el Libertador, Hijo de Dios, y acababan de contemplarlo transfigurado en gloria ante sus propios ojos, ¡y ahora hablaba él de «resucitado de entre los muertos!».
“Pedro temblaba ante la idea de la muerte del Maestro —era una idea demasiado aborrecible— y temiendo que Santiago o Juan pudieran hacer alguna pregunta relativa a esta declaración, pensó que sería más conveniente iniciar una conversación sobre otro tema y, sin saber de qué otra cosa podía hablar, expresó el primer pensamiento que se asomó a su mente, que fue: «Maestro, ¿por qué dicen los escribas que debe aparecer Elías antes de que aparezca el Mesías?» Y Jesús, sabiendo que Pedro trataba de evitar referirse a su muerte y resurrección, respondió: «En efecto Elías viene primero, para preparar el camino para el Hijo del Hombre, que debe sufrir muchas cosas y finalmente ser rechazado. Pero yo os digo que Elías ya ha venido, y ellos no le recibieron, sino que hicieron con él lo que quisieron». Entonces percibieron los tres apóstoles que se refería a Juan el Bautista como Elías. Jesús sabía que, si insistían en considerarlo a él el Mesías, debían pues considerar que Juan era el Elías de la profecía.
“Jesús les exhortó a que guardaran silencio sobre lo que habían presenciado, la anticipación de su gloria después de la resurrección, porque no quería estimular en ellos la idea de que, siendo ahora recibido como el Mesías, pudiera él satisfacer en mayor o menor grado el erróneo concepto de un liberador portentoso. Aunque Pedro, Santiago y Juan reflexionaron sobre todo esto, no hablaron de esto con ningún hombre hasta después de la resurrección del Maestro.

“Mientras seguían descendiendo la montaña, Jesús les dijo: «No quisisteis recibirme como el Hijo del Hombre; por eso yo he consentido en ser recibido de acuerdo con vuestra determinación establecida, pero, no os equivoquéis, la voluntad de mi Padre debe prevalecer. Si elegís de esta manera seguir la inclinación de vuestra propia voluntad, debéis prepararos para sufrir muchos desencantos y experimentar muchas pruebas, pero la enseñanza que yo os he dado debería bastar para haceros triunfar aun a través de estas penas de vuestra propia elección».” (1754.1) 158:2.1

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