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sábado, 8 de junio de 2019

LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS



LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS

111. LA ÚLTIMA HORA SOCIAL
112. A SOLAS EN GETSEMANÍ
113. EL ARRESTO DE JESÚS


“Como era miércoles, esa noche hubo en el campamento una hora social. El Maestro intentó levantar el ánimo de sus apóstoles deprimidos, pero eso era casi imposible. Todos empezaban a percatarse de que se avecinaban acontecimientos desconcertantes y aplastantes. No podían alegrar su corazón, aun cuando el Maestro recordó con ellos sus años pletóricos y amantes de asociación. Jesús indagó cuidosamente sobre la familia de cada uno de los apóstoles y, volviendo la mirada hacia David Zebedeo, le preguntó si alguien sabía algo de su propia madre, su hermana menor u otros integrantes de su familia. David bajó la vista; y no se atrevió a responder.
“Fue ésta la ocasión en la que Jesús advirtió a sus seguidores de que se cuidaran del apoyo de la multitud. Recordó sus experiencias en Galilea cuando una y otra vez, lo siguieron con entusiasmo grandes multitudes de gente que más adelante les volvieron la espalda, con el mismo entusiasmo volviendo a sus previas creencias y formas de vida. Luego dijo: «Así pues, no os dejéis engañar por las grandes multitudes que nos escucharon en el templo y que parecían creer nuestras enseñanzas. Estas multitudes escuchan la verdad y la creen superficialmente con la mente, pero pocos entre ellos permiten que la palabra de la verdad penetre su corazón y se arraigue en él. Cuando se presentan verdaderos problemas, no se puede contar con el apoyo de los que conocen el evangelio sólo en la mente, y no lo han experimentado en el corazón. Cuando los dirigentes de los judíos lleguen a un acuerdo para destruir al Hijo del Hombre, y cuando ataquen al unísono, veréis que la multitud huirá confusa o permanecerá allí, silenciosamente sorprendida, mientras estos líderes enloquecidos y cegados asesinan a los maestros de la verdad evangélica. Luego cuando os sobrecojan la adversidad y las persecuciones, aun otros, que os parezca a vosotros que aman la verdad, huirán, y algunos renunciarán al evangelio y os desertarán. Algunos de los que estuvieron muy cerca nuestro, ya han decidido la deserción en su mente. Hoy habéis descansado, en preparación para los tiempos inminentes. Vigilad pues y orad para que mañana podáis ser fortalecidos para los días que quedan por delante».” (1927.2) 177:5.1
“Cuando todo era quietud y silencio en el campamento, Jesús, llevándose a Pedro, Santiago y Juan, se alejó a una corta distancia hacia una hondonada cercana donde solía ir en ocasiones anteriores para orar y comulgar. Los tres apóstoles no podían dejar de ver que el Maestro estaba dolorosamente oprimido. Nunca antes lo habían observado tan acongojado y apenado. Cuando llegaron al lugar de sus devociones, los invitó a que se sentaran y velarían por él mientras se alejaba a una corta distancia para orar. Se postró en la tierra y oró: «Padre mío, he venido a este mundo para hacer tu voluntad, y así lo he hecho. Sé que ha llegado la hora de dar esta vida en la carne, y no me resisto a hacerlo, pero quiero saber que es tu voluntad que yo beba esta copa. Envíame la certeza de que te complazco en mi muerte aun como lo hice en mi vida».
“El Maestro permaneció en estado de oración por unos momentos, y luego, acercándose a los apóstoles, los encontró profundamente dormidos, ya que tenían los párpados pesados y no conseguían permanecer despiertos. Al despertarlos Jesús, les dijo: «¡Qué pasa! ¿Acaso no podéis velar conmigo por lo menos una hora? ¿Acaso no veis que mi alma está extremadamente acongojada, aun hasta la muerte, y que anhelo vuestra compañía?» Cuando los tres se despertaron de su sueño, el Maestro nuevamente se alejó a solas y, cayendo al suelo, nuevamente oró: «Padre, yo sé que es posible evitar esta copa —todas las cosas son posibles para ti— pero he venido para hacer tu voluntad, y aunque esta copa sea amarga, la beberé si es tu voluntad». Y cuando hubo orado así, un ángel poderoso bajó a su lado y, hablándole, lo tocó y lo fortaleció.
“Cuando Jesús retornó para hablar con los tres apóstoles, otra vez los halló dormidos. Los despertó diciendo: «En esta hora necesito que vosotros veléis y oréis conmigo —tanto más vosotros necesitáis orar para no caer en la tentación— ¿por qué os dormís cuando os dejo?»
“Entonces, por tercera vez el Maestro se retiró y oró: «Padre, tú ves a mis apóstoles dormidos, ten misericordia de ellos. El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Ahora pues, Padre, si no puede pasar de mi esta copa, la beberé. Que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y cuando hubo terminado de orar, permaneció postrado por un momento en el suelo. Cuando se levantó y regresó adonde sus apóstoles, una vez más los encontró dormidos. Los observó y, con un gesto de piedad, dijo tiernamente: «Dormid ahora y descansad; la hora de la decisión ha pasado. Ha llegado el momento en que el Hijo del Hombre será entregado a las manos de sus enemigos». Al inclinarse para sacudirlos y despertarlos, dijo: «Levantaos, volvamos al campamento, porque he aquí que el que me traiciona está cerca, y la hora ha llegado en que mi redil será dispersado. Pero ya os he hablado de estas cosas».” (1968.2) 182:3.1  (Mat 26:30,36-46Mar 14:26, 36-42Lucas 22:39-46Juan 18:1)
“Jesús realizó un último esfuerzo para salvar a Judas del acto de traición en cuanto que antes de que el traidor pudiera llegar hasta él, se hizo a un lado, y dirigiéndose al soldado situado en el extremo izquierdo, el capitán de los romanos, dijo: «¿A quién buscáis?» El capitán respondió: «A Jesús de Nazaret». Entonces Jesús inmediatamente se presentó frente al oficial, e incorporándose con la calma majestad del Dios de toda esta creación dijo: «Yo soy». Muchos en este grupo armado habían escuchado a Jesús enseñar en el templo, otros sabían de sus obras poderosas, y cuando lo oyeron anunciar tan audazmente su identidad, los que estaban en primera fila retrocedieron. Los sobrecogió el asombro ante este calmo y majestuoso anuncio de su identidad. No había, pues, necesidad alguna de que Judas cumpliera con su plan de traición. El Maestro se había revelado audazmente a sus enemigos, y podrían haberlo ellos arrestado sin la ayuda de Judas. Pero el traidor tenía que hacer algo para justificar su presencia con este grupo armado y, además, quería dejar sentado que estaba cumpliendo su parte del convenio de traición con los potentados de los judíos, porque quería asegurarse la gran recompensa y los honores que él creía que se acumularían sobre su persona, como premio por su promesa de entregarles a Jesús.
“Mientras se recuperaban los guardianes después de su impresión al ver por primera vez a Jesús y oír el sonido de su voz insólita, y mientras los apóstoles y discípulos se iban acercando cada vez más, Judas se enfrentó con Jesús y, besándole la frente, dijo: «Salve, Maestro e Instructor». Al abrazar así Judas a su Maestro, Jesús dijo: «Amigo, ¿acaso no basta con esto? ¿Aún quieres traicionar al Hijo del Hombre con un beso?»
“Los apóstoles y discípulos quedaron literalmente paralizados por lo que vieron. Por un momento nadie se movió. Luego Jesús, desenredándose del abrazo traicionero de Judas, se acercó a los guardianes del templo y soldados y nuevamente preguntó: «¿A quién buscáis?» Nuevamente el capitán dijo: «A Jesús de Nazaret». Nuevamente contestó Jesús: «Ya os he dicho que yo soy. Si, por lo tanto, me buscáis, dejad que estos otros vayan por su camino. Estoy pronto para ir con vosotros».

“Jesús estaba dispuesto a volver a Jerusalén con los guardianes, y el capitán y los soldados estaban dispuestos a permitir que los tres apóstoles y sus asociados se fueran en paz por su camino. Pero antes de que salieran, mientras Jesús estaba allí de pie esperando las órdenes del capitán, cierto Malco, el guardaespalda sirio del sumo sacerdote, se acercó a Jesús preparándose para atarle las manos a la espalda, aunque el capitán romano no había mandado que le ataran. Cuando Pedro y sus asociados vieron que su Maestro estaba siendo sometido a esta indignidad, ya no pudieron contenerse. Pedro desenfundó la espada y se abalanzó con los demás para destruir a Malco. Pero antes de que pudieran intervenir los soldados en defensa del siervo del sumo sacerdote, Jesús levantó la mano frente a Pedro en gesto de prohibición, y, con tono perentorio dijo: «Pedro, guarda tu espada. Los que a espada luchan, a espada mueren. ¿Acaso no comprendes que es voluntad de mi Padre que yo beba esta copa? Además, ¿acaso no sabes que, aun ahora, yo podría ordenar a más de doce legiones de ángeles y a sus asociados que me salven de las manos de estos pocos hombres?»” (1974.2) 183:3.4 (Mat 26:47-56Mar 14:43-52Lucas 22:47-53Juan 18:1-11)

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