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martes, 3 de julio de 2007

El Bien y el Mal - Simbolismos Religiosos

El desarrollo y progreso del alma generalmente se expresa en términos de dirección. Progresar se supone que es ascender. El dogma cristiano habla de la ascensión de Cristo, indicando un ascenso vertical hacia el cielo. Por otra parte, el horror del castigo religioso, el infierno, se sitúa en el fondo de todas las cosas.
Pensamos que el desarrollo tiene una sola línea de dirección. La idea de evolución, en su significado popular, promulgó la teoría según la cual, en una progresión gradual y dirección única, el hombre surgió del simio.
El mensaje relacionado con la realidad interna se promulgó en términos que el hombre de la época de Cristo pudiera comprender. El desarrollo se manifiesta en todas las direcciones. El alma no asciende una serie de escalones, cada uno representando un punto de desarrollo nuevo y más alto. El alma permanece al centro de sí misma, explorando y extendiendo sus capacidades en todas las direcciones a la vez. El sistema probable de realidad nos muestra la verdadera naturaleza del alma y nos lleva a cambiar las ideas religiosas corrientes. La naturaleza del bien y el mal es un punto muy importante.
Expresémoslo de la manera más simple posible, aunque difícil de entender en la actualidad: el mal no existe. Obviamente estamos enfrentando permanentemente los que parecen ser efectos malos. Se ha dicho que si hay un dios, debe haber un demonio, y que si existe el bien, también existirá el mal. Es como decir que si una manzana tiene una parte superior, también debe tener una inferior, sin comprender el hecho de que ambas son parte de la manzana.
Regresemos a los hechos fundamentales: Nosotros mismos creamos la realidad con nuestros pensamientos, sentimientos y actos mentales. Algunos de los anteriores son materializados físicamente y otros en sistemas probables. Se nos presenta una serie infinita de opciones, algunas favorables y otras no favorables. Debemos comprender que cada acto mental corresponde a una realidad por la cual somos responsables. Esa es la razón por la cual estamos en este sistema de realidad. Mientras creamos que existe un demonio, crearemos uno, lo suficientemente real para nosotros. Como este demonio ha recibido la energía de todos los que creen en él, tendrá cierto tipo de conciencia propia, pero no tendrá poder ni realidad para quienes no creen en él, ya que no le dan energía con su creencia. En otras palabras, es una alucinación. Como lo anotábamos anteriormente, quienes creen en un infierno y piensan que deben estar en él por sus creencias, lo van a experimentar realmente, aunque no en términos de eternidad. El alma no es ignorante por siempre.
Quienes tienen estas creencias, no tienen la confianza necesaria en la naturaleza de su conciencia y de su alma, porque no se concentran en el poder del bien sino en el poder del mal, y con temor. La alucinación se crea por la creencia y el temor. La idea del demonio no es más que la proyección masiva de ciertos temores producida por mucha gente.
Algunas religiones antiguas entendieron la naturaleza alucinante del demonio. En la época de los egipcios, estas ideas prevalecieron, especialmente entre las masas. En ese tiempo, les quedaba muy difícil entender el concepto de dios sin el concepto del demonio.
Las tormentas son eventos naturales muy creativos, aunque también pueden causar destrucción. El hombre solamente veía la destrucción. Algunos comprendían intuitivamente que sus efectos eran creativos, a pesar de las apariencias, pero difícilmente podían convencer a los demás.
El contraste entre la luz y la oscuridad presenta el mismo cuadro. El bien era visto como la luz, ya que el hombre se sentía más seguro en el día. En consecuencia, al mal se le asignaba la noche.
No existen demonios esperando para llevarnos al infierno, a no ser que nosotros mismos los creemos, en cuyo caso el poder reside en nosotros y no en el supuesto demonio.

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