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viernes, 24 de agosto de 2007

Los Animales

El animal tiene el sentido de su propia integridad biológica, igual que un niño. En todas las formas de vida, cada individuo nace en un mundo que ya tiene las circunstancias favorables a su crecimiento y desarrollo. Un mundo en el cual su propia existencia se apoya en la existencia, igualmente válida, de otros individuos y otras especies, de tal manera que cada cual contribuye al conjunto de la naturaleza.
En ese entorno, existe una asociación cooperativa de naturaleza biológica que es entendida por los animales, a su manera, y aceptada por los jóvenes de nuestra propia especie. Se han dado los medios para que las necesidades del individuo se puedan suplir. De esta manera se garantiza el posterior desarrollo del individuo, de su especie y de todas las demás especies de la naturaleza.
La supervivencia es importante, pero no es el propósito primordial de una especie. Se trata del medio necesario para lograr sus principales metas. Por supuesto que la especie debe sobrevivir para lograr esas metas, pero, a propósito, evitará la supervivencia, si las condiciones no son favorables para sostener la calidad de la vida o la existencia, que se consideran básicas.
Una especie que siente que falta esta cualidad, puede, de una u otra manera, destruir sus hijos, no porque ellos no puedan sobrevivir, sino porque la calidad de la supervivencia les traerá sufrimiento, distorsionando la naturaleza de la vida hasta casi convertirla en una burla de ella.
Cada especie busca el desarrollo de sus habilidades y de sus capacidades dentro de una estructura en la que la seguridad sea un medio apropiado para la acción. En este contexto, el peligro existe en ciertas condiciones que los animales conocen muy claramente. La presa es conocida, lo mismo que el cazador. Pero la presa natural de otro animal no teme al “cazador” cuando este ya ha comido y está lleno, ni el cazador atacará entonces.
Existen interacciones emocionales entre los animales que desconocemos por completo; y también mecanismos biológicos, según los cuales los animales que caen como presa natural de otros “comprenden” su papel en la naturaleza. Ellos no se preocupan anticipadamente por la muerte, antes de que ella ocurra. Simplemente, el acto fatal impulsa su conciencia fuera del cuerpo, de tal manera que, en estos términos, es un acto de misericordia.
Durante toda la vida los animales en su estado natural gozan de su vigor y aceptan su valía. Ellos regulan sus propios nacimientos y sus propias muertes. La calidad de sus vidas es tal que sus habilidades son desafiadas. Se regocijan con los contrastes entre el descanso y el movimiento, entre el calor y el frío y estando en contacto directo con los fenómenos naturales que animan su experiencia. Migran, si es necesario, buscando condiciones más auspiciosas. Se enteran de los desastres naturales que se aproximan y abandonan el lugar si les es posible. Protegen a los suyos y, de acuerdo con las circunstancias y las condiciones, atienden sus heridos. En las contiendas entre los machos jóvenes y viejos por el control del grupo, rara vez el perdedor muere.
Los animales saben que tienen el derecho a existir y a un lugar en la naturaleza. Esta sensación de integridad biológica les sirve de soporte.
El hombre, en cambio, tiene mucho más con que enfrentarse. Debe tener en cuenta sus creencias y sentimientos, a menudo tan ambiguos, que no parece posible una línea clara de acción. A veces su cuerpo no sabe como reaccionar. Si el hombre cree que su cuerpo es pecaminoso, por ejemplo, no podrá ser feliz y la buena salud lo eludirá, ya que sus creencias oscuras afectarán la integridad psicológica y biológica con la que nació.

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