En esta oportunidad vamos a señalar algunas áreas de la experiencia humana que no han sido muy afortunadas.
“Conseguimos aquello en lo que nos concentramos”.
Las imágenes mentales causan su propia realización. Aunque se trata de una verdad antigua, es necesario comprender la forma como el sistema masivo de comunicaciones amplifica tanto los eventos positivos como los negativos.
Por ahora, vamos a hacer énfasis en las formas como, individualmente, como civilización, hemos debilitado nuestros propios sentimientos de seguridad
Nuestras creencias han generado sentimientos de carencia de méritos. Habiéndonos separado artificialmente de la naturaleza, no confiamos en ella y, a menudo, la experimentamos como un adversario. Las religiones han garantizado un alma para el hombre, mientras se la han negado a las otras especies. El cuerpo humano se le asignó a la naturaleza y las almas a Dios, quién siempre ha permanecido aparte de sus creaciones.
De acuerdo con las creencias de la ciencia, la existencia del mundo es un accidente. Las religiones dicen que el hombre es pecador, que no puede confiar en su propio cuerpo, que nuestros sentimientos nos pueden hacer perder el camino. En medio de esta maraña de creencias, en gran parte hemos perdido la sensación de nuestro propio mérito y propósito. Se ha generado temor y sospecha y la vida se ha despojado de algunas de sus cualidades heroicas. Como el cuerpo no puede reaccionar a temores y amenazas generalizadas, se ha mantenido en tensión constante, buscando el peligro específico. Ha acumulado grandes preocupaciones, forzándolo a “manufacturar” una enfermedad específica, o una situación amenazante, que le permita desembarazarse de una tensión tan exagerada que no puede tolerar.
Muchos de los programas de salud pública, y anuncios comerciales a través de los medios, nos ofrecen cierta forma de meditación masiva, del más deplorable tipo. Nos referimos a aquellos en los que se indican los síntomas específicos de varias enfermedades. Se le dice a la persona que examine su cuerpo, con esos síntomas en mente. También se le dice que hay enfermedades que no presentan síntomas que se puedan observar y se le advierte que pueden tener efectos desastrosos, así la persona se sienta en perfectas condiciones de salud. Los temores generalizados, fomentados por las creencias religiosas, científicas y culturales, se le dan como indicaciones de enfermedades en las que la persona va a enfocar su atención. Entonces puede decir: “Con razón me siento mal, preocupado e inseguro, pues padezco tal o tal enfermedad”.
Las sugerencias sobre el cáncer de mama, asociadas con el auto examen que debe llevar a cabo cada mujer, han causado más cánceres de los que han sido curados con cualquier tratamiento. El procedimiento involucra una meditación intensa del cuerpo y una imaginación adversa e inadecuada que, por sí misma, afecta las células del cuerpo. Las advertencias de salud pública relacionadas con la presión arterial alta, por sí mismas, aumentan la presión sanguínea de millones de televidentes.
Las ideas corrientes de la medicina preventiva generan exactamente el tipo de temor que causa las enfermedades. Debilitan el sentimiento individual de seguridad del cuerpo, incrementan el estrés y le ofrecen al cuerpo un plan específico y detallado de la enfermedad. Pero lo más perjudicial es que incrementan la sensación de distanciamiento del cuerpo, promoviendo un sentimiento de impotencia.
Los comerciales médicos son igualmente promotores de enfermedad. Muchos de ellos, ofreciendo alivio por medio de un producto, propician la enfermedad a través de la sugestión, generando enseguida la necesidad por el producto mismo.
Los remedios para el dolor de cabeza son un ejemplo. En ninguna parte los avisos comerciales médicos o de servicio público mencionan las defensas naturales del cuerpo, su vitalidad, integridad y vigor. Por ninguna parte la televisión, o la radio, hacen énfasis en la salud. Las estadísticas médicas siempre se refieren a los enfermos. No se adelantan estudios sobre las personas saludables.
Cada vez más y más alimentos, drogas y condiciones del ambiente natural, se agregan a la lista de elementos que causan enfermedades. Diferentes estudios colocan en la lista los productos lácteos, la carne roja, el café, el te, los huevos y las grasas. Por muchas generaciones nos las arreglamos para subsistir consumiendo esos alimentos y entonces se consideraban promotores de la salud. Parece como si el hombre fuera alérgico a su ambiente natural y víctima del estado del tiempo.
Es cierto que ahora los alimentos contienen químicos, que no tenían en el pasado. Pero, dentro de términos razonables, el hombre está capacitado biológicamente para asimilar tales elementos y utilizarlos ventajosamente.
Sin embargo, cuando el hombre se siente impotente y en un estado generalizado de temor, puede convertir los elementos más naturales de la tierra en elementos perjudiciales para su salud.
La televisión, las artes y la ciencia se suman a la meditación masiva. En nuestra cultura, las personas educadas en el arte literario nos ofrecen novelas destacando antihéroes y a veces mostrando existencias individuales que no tienen ningún sentido, en las que ninguna acción es suficiente para mitigar el desconcierto o la angustia. Muchas novelas y películas son resultado de la creencia en la impotencia del hombre. En este contexto, ninguna acción es heroica y el hombre parece ser víctima de un universo extraño.
Por otra parte, los dramas violentos de la televisión prestan un buen servicio, ya que, con mucha imaginación, presentan un temor generalizado, en una situación determinada, que se resuelve a través del drama. Significa que la acción individual cuenta. Puede ser un tema común y corriente y las actuaciones muy pobres, pero, en los términos más convencionales posibles, el “bueno” gana. Todos estos programas reflejan el mundo cultural en términos exagerados y la mayoría de las soluciones se consiguen por medio de la violencia. Aún así, nuestras creencias nos llevan a un esquema más pesimista en el cual la acción violenta del hombre, llevada al extremo, no cumple ningún propósito. El individuo debe sentir que sus acciones cuentan y tienen un propósito. Llega a la acción violenta como último recurso y muy a menudo ese último recurso es la enfermedad.
Los dramas de la televisión, las películas de ladrones y policías, los dramas de espías, son simplistas, pero alivian la tensión, lo que no hacen los avisos de salud pública. Al menos el televidente puede decir: “Por supuesto que me siento asustado, inseguro, en pánico, al vivir en un mundo tan violento”.El miedo generalizado encuentra una razón para su existencia y los programas por lo menos ofrecen una solución dramática, mientras los avisos de salud pública siguen generando inquietud.
En líneas generales, los dramas violentos prestan un servicio: promueven en las personas la sensación de poder sobre determinadas circunstancias. Los avisos de salud pública al menos ponen al médico como mediador. Se supone que debemos llevarle nuestro cuerpo, como llevamos el carro al mecánico, para que revise todas sus partes. Vemos el cuerpo como un vehículo fuera de control que necesita vigilancia permanente.
El médico es como una especie de mecánico biológico, que creemos conoce nuestro cuerpo mejor que nosotros mismos. Nuestras creencias sobre la medicina están mezcladas con las estructuras económicas y culturales, razón por la cual no podemos asignarle a los médicos y a su profesión la responsabilidad exclusiva. El bienestar económico también forma parte de nuestra realidad personal. Muchos médicos utilizan la tecnología médica con entendimiento espiritual y ellos pueden ser víctimas de sus propias creencias.
Si no utilizamos pociones para el dolor de cabeza, un tío o un vecino quedarán fuera del negocio y no podrá mantener su familia. No podemos separa un área de la vida de otra. Tomadas en masa, nuestras creencias individuales forman nuestra realidad cultural. La sociedad no es algo que existe aparte de nosotros, sino el resultado de las creencias individuales de cada persona que la constituye. No hay ningún estrato de la sociedad que no se afecte.
Las religiones enfatizan el pecado. La profesión médica enfatiza la enfermedad. La ciencia enfatiza las teorías sobre una creación accidental y caótica del mundo. La Psicología enfatiza que los hombres son víctimas de sus antecedentes. Los pensadores más avanzados enfatizan el abuso del planeta, o se concentran en los futuros desastres que acabarán con el mundo, o ven a los hombres, nuevamente, como víctimas de las estrellas. Muchas escuelas esotéricas hablan de la conveniencia de matar el deseo, aniquilar el ego, para transformar los elementos físicos en elementos más elevados.
En todos estos casos, la integridad espiritual y biológica del individuo sufre y la preciosa inmediatez del momento se pierde.
La vida terrenal se ve como una oscura y borrosa versión de una existencia mayor y no como la única, creativa y viviente experiencia que es. El cuerpo se va a sentir desorientado y saboteado. Las líneas de comunicación entre el espíritu y el cuerpo se van a confundir. Individual y masivamente, se van a presentar enfermedades y condiciones cuya finalidad será conducirnos a nuevas realizaciones.
“Conseguimos aquello en lo que nos concentramos”.
Las imágenes mentales causan su propia realización. Aunque se trata de una verdad antigua, es necesario comprender la forma como el sistema masivo de comunicaciones amplifica tanto los eventos positivos como los negativos.
Por ahora, vamos a hacer énfasis en las formas como, individualmente, como civilización, hemos debilitado nuestros propios sentimientos de seguridad
Nuestras creencias han generado sentimientos de carencia de méritos. Habiéndonos separado artificialmente de la naturaleza, no confiamos en ella y, a menudo, la experimentamos como un adversario. Las religiones han garantizado un alma para el hombre, mientras se la han negado a las otras especies. El cuerpo humano se le asignó a la naturaleza y las almas a Dios, quién siempre ha permanecido aparte de sus creaciones.
De acuerdo con las creencias de la ciencia, la existencia del mundo es un accidente. Las religiones dicen que el hombre es pecador, que no puede confiar en su propio cuerpo, que nuestros sentimientos nos pueden hacer perder el camino. En medio de esta maraña de creencias, en gran parte hemos perdido la sensación de nuestro propio mérito y propósito. Se ha generado temor y sospecha y la vida se ha despojado de algunas de sus cualidades heroicas. Como el cuerpo no puede reaccionar a temores y amenazas generalizadas, se ha mantenido en tensión constante, buscando el peligro específico. Ha acumulado grandes preocupaciones, forzándolo a “manufacturar” una enfermedad específica, o una situación amenazante, que le permita desembarazarse de una tensión tan exagerada que no puede tolerar.
Muchos de los programas de salud pública, y anuncios comerciales a través de los medios, nos ofrecen cierta forma de meditación masiva, del más deplorable tipo. Nos referimos a aquellos en los que se indican los síntomas específicos de varias enfermedades. Se le dice a la persona que examine su cuerpo, con esos síntomas en mente. También se le dice que hay enfermedades que no presentan síntomas que se puedan observar y se le advierte que pueden tener efectos desastrosos, así la persona se sienta en perfectas condiciones de salud. Los temores generalizados, fomentados por las creencias religiosas, científicas y culturales, se le dan como indicaciones de enfermedades en las que la persona va a enfocar su atención. Entonces puede decir: “Con razón me siento mal, preocupado e inseguro, pues padezco tal o tal enfermedad”.
Las sugerencias sobre el cáncer de mama, asociadas con el auto examen que debe llevar a cabo cada mujer, han causado más cánceres de los que han sido curados con cualquier tratamiento. El procedimiento involucra una meditación intensa del cuerpo y una imaginación adversa e inadecuada que, por sí misma, afecta las células del cuerpo. Las advertencias de salud pública relacionadas con la presión arterial alta, por sí mismas, aumentan la presión sanguínea de millones de televidentes.
Las ideas corrientes de la medicina preventiva generan exactamente el tipo de temor que causa las enfermedades. Debilitan el sentimiento individual de seguridad del cuerpo, incrementan el estrés y le ofrecen al cuerpo un plan específico y detallado de la enfermedad. Pero lo más perjudicial es que incrementan la sensación de distanciamiento del cuerpo, promoviendo un sentimiento de impotencia.
Los comerciales médicos son igualmente promotores de enfermedad. Muchos de ellos, ofreciendo alivio por medio de un producto, propician la enfermedad a través de la sugestión, generando enseguida la necesidad por el producto mismo.
Los remedios para el dolor de cabeza son un ejemplo. En ninguna parte los avisos comerciales médicos o de servicio público mencionan las defensas naturales del cuerpo, su vitalidad, integridad y vigor. Por ninguna parte la televisión, o la radio, hacen énfasis en la salud. Las estadísticas médicas siempre se refieren a los enfermos. No se adelantan estudios sobre las personas saludables.
Cada vez más y más alimentos, drogas y condiciones del ambiente natural, se agregan a la lista de elementos que causan enfermedades. Diferentes estudios colocan en la lista los productos lácteos, la carne roja, el café, el te, los huevos y las grasas. Por muchas generaciones nos las arreglamos para subsistir consumiendo esos alimentos y entonces se consideraban promotores de la salud. Parece como si el hombre fuera alérgico a su ambiente natural y víctima del estado del tiempo.
Es cierto que ahora los alimentos contienen químicos, que no tenían en el pasado. Pero, dentro de términos razonables, el hombre está capacitado biológicamente para asimilar tales elementos y utilizarlos ventajosamente.
Sin embargo, cuando el hombre se siente impotente y en un estado generalizado de temor, puede convertir los elementos más naturales de la tierra en elementos perjudiciales para su salud.
La televisión, las artes y la ciencia se suman a la meditación masiva. En nuestra cultura, las personas educadas en el arte literario nos ofrecen novelas destacando antihéroes y a veces mostrando existencias individuales que no tienen ningún sentido, en las que ninguna acción es suficiente para mitigar el desconcierto o la angustia. Muchas novelas y películas son resultado de la creencia en la impotencia del hombre. En este contexto, ninguna acción es heroica y el hombre parece ser víctima de un universo extraño.
Por otra parte, los dramas violentos de la televisión prestan un buen servicio, ya que, con mucha imaginación, presentan un temor generalizado, en una situación determinada, que se resuelve a través del drama. Significa que la acción individual cuenta. Puede ser un tema común y corriente y las actuaciones muy pobres, pero, en los términos más convencionales posibles, el “bueno” gana. Todos estos programas reflejan el mundo cultural en términos exagerados y la mayoría de las soluciones se consiguen por medio de la violencia. Aún así, nuestras creencias nos llevan a un esquema más pesimista en el cual la acción violenta del hombre, llevada al extremo, no cumple ningún propósito. El individuo debe sentir que sus acciones cuentan y tienen un propósito. Llega a la acción violenta como último recurso y muy a menudo ese último recurso es la enfermedad.
Los dramas de la televisión, las películas de ladrones y policías, los dramas de espías, son simplistas, pero alivian la tensión, lo que no hacen los avisos de salud pública. Al menos el televidente puede decir: “Por supuesto que me siento asustado, inseguro, en pánico, al vivir en un mundo tan violento”.El miedo generalizado encuentra una razón para su existencia y los programas por lo menos ofrecen una solución dramática, mientras los avisos de salud pública siguen generando inquietud.
En líneas generales, los dramas violentos prestan un servicio: promueven en las personas la sensación de poder sobre determinadas circunstancias. Los avisos de salud pública al menos ponen al médico como mediador. Se supone que debemos llevarle nuestro cuerpo, como llevamos el carro al mecánico, para que revise todas sus partes. Vemos el cuerpo como un vehículo fuera de control que necesita vigilancia permanente.
El médico es como una especie de mecánico biológico, que creemos conoce nuestro cuerpo mejor que nosotros mismos. Nuestras creencias sobre la medicina están mezcladas con las estructuras económicas y culturales, razón por la cual no podemos asignarle a los médicos y a su profesión la responsabilidad exclusiva. El bienestar económico también forma parte de nuestra realidad personal. Muchos médicos utilizan la tecnología médica con entendimiento espiritual y ellos pueden ser víctimas de sus propias creencias.
Si no utilizamos pociones para el dolor de cabeza, un tío o un vecino quedarán fuera del negocio y no podrá mantener su familia. No podemos separa un área de la vida de otra. Tomadas en masa, nuestras creencias individuales forman nuestra realidad cultural. La sociedad no es algo que existe aparte de nosotros, sino el resultado de las creencias individuales de cada persona que la constituye. No hay ningún estrato de la sociedad que no se afecte.
Las religiones enfatizan el pecado. La profesión médica enfatiza la enfermedad. La ciencia enfatiza las teorías sobre una creación accidental y caótica del mundo. La Psicología enfatiza que los hombres son víctimas de sus antecedentes. Los pensadores más avanzados enfatizan el abuso del planeta, o se concentran en los futuros desastres que acabarán con el mundo, o ven a los hombres, nuevamente, como víctimas de las estrellas. Muchas escuelas esotéricas hablan de la conveniencia de matar el deseo, aniquilar el ego, para transformar los elementos físicos en elementos más elevados.
En todos estos casos, la integridad espiritual y biológica del individuo sufre y la preciosa inmediatez del momento se pierde.
La vida terrenal se ve como una oscura y borrosa versión de una existencia mayor y no como la única, creativa y viviente experiencia que es. El cuerpo se va a sentir desorientado y saboteado. Las líneas de comunicación entre el espíritu y el cuerpo se van a confundir. Individual y masivamente, se van a presentar enfermedades y condiciones cuya finalidad será conducirnos a nuevas realizaciones.
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