Formamos parte de la naturaleza y somos parte de la fuente de la naturaleza. Crecer, desde ser un infante hasta convertirnos en un adulto, es probablemente una de las hazañas más difíciles, y a la vez más fácil, que alcanzaremos en nuestra vida. Cuando niños, nos identificábamos con nuestra propia naturaleza. Intuitivamente, nos dábamos cuenta de que nuestro ser estaba inmerso en este proceso de crecimiento.
Ninguna información intelectual y ninguna acumulación de hechos, podría darnos el conocimiento necesario para desarrollar lo eventos físicos involucrados en el proceso de crecimiento. Aprendimos a leer, pero el hecho mismo de ver es un logro de mucha mayor magnitud, que parece ocurrir por sí solo. Ocurre, porque formamos parte de la naturaleza y somos parte de la fuente de la naturaleza. De distintas maneras, las religiones han postulado nuestra relación con esa fuente de la naturaleza.
En nuestra civilización, el espíritu y la naturaleza se separaron y es en ese contexto en el que encontramos los eventos de nuestra vida. Nos sentimos divorciados de nuestros cuerpos y de los eventos de la naturaleza. Las creencias de nuestra sociedad nos permiten la libertad suficiente para que la mayoría de nosotros confíe en su cuerpo mientras crece hasta la edad adulta. Pero, de ahí en adelante, ya no vamos a confiar más en los procesos de la vida que fluyen dentro de nosotros. Ciertas afirmaciones científicas nos hacen creer que el logro de nuestra edad adulta no tiene finalidad distinta a la de asegurar la supervivencia de la especie a través de la paternidad. Se nos dice que no tenemos ningún otro propósito. La especie parece no tener otra razón, distinta a la determinación de existir. Las religiones insisten en decir que el hombre tiene un propósito, pero, en su propia confusión, establecen que ese propósito debe lograrse negando su propio cuerpo físico, en el cual tiene su existencia. Le dicen que debe superar las burdas características terrenales.
Estamos tratando con mitos. Mitos que tienen poder y fortaleza. Sin embargo, ellos representan el lado oscuro de los mitos, a través de cuya luz vemos el mundo. Interpretamos los eventos particulares de nuestras vidas, y el rango espectacular de la historia, a la luz de estas presunciones acerca de la realidad. No solo colorean nuestra experiencia, sino que creamos aquellos eventos que están más o menos de acuerdo con esas presunciones.
Quienes pierden sus vidas en los desastres naturales se convierten en víctimas de la naturaleza. En estos eventos vemos ejemplos de muertes sin sentido y pruebas adicionales de la indiferencia de la naturaleza hacia el hombre. También podemos ver en ellos la mano vengativa de un Dios iracundo, que una vez más utiliza la naturaleza para poner al hombre de rodillas. La naturaleza del hombre es vivir y morir. La muerte no es una afrenta a la vida, sino que significa su continuación, no solo dentro de la estructura de la naturaleza, tal como la entendemos, sino en términos de su misma fuente. Por supuesto que es natural morir.
Los mitos sobre los cuales sustentamos nuestras vidas, programan de tal manera nuestra existencia, que con frecuencia negamos verbalmente lo que sabemos íntimamente. Cuando las personas salen lastimadas en un desastre natural, generalmente afirman no tener idea de por que resultaron involucradas. Ignoran, o niegan, los sentimientos íntimos que, por si solos, le darán al evento un sentido y un significado para sus vidas. Las razones para que esto ocurra son muchas, todas válidas, pero en cada caso particular, el hombre y la naturaleza coincidirán en un encuentro que tendrá significado para todas las personas involucradas.
Como consecuencia de nuestros mitos, hemos hecho ciertas divisiones que hacen que una explicación del asunto sea no solo importante sino difícil. Pensamos que la lluvia y los terremotos son eventos naturales, mientras que los sentimientos y las emociones no los consideramos eventos naturales. Es por eso tan difícil que veamos una interacción válida entre los estados emocionales y los estados físicos. Alguien puede decir: “Me doy cuenta que el clima afecta mi estado de ánimo”, pero a nadie se le ocurre que el estado de ánimo afecta el clima. Nos hemos concentrado tanto en categorizar, delinear y explorar el mundo objetivo, que nos parece que es el único real. Nos parece que el mundo emplea su fuerza y presión contra nosotros. Creemos que nos afecta y nos sentimos impotentes ante él. Nuestros mitos le han dado demasiada energía a la exterioridad de las cosas.
A veces vemos la naturaleza como buena y tolerante, llena de inocencia y alegría, mientras, por otra parte, vemos al hombre como una especie bastarda, una plaga sobre la faz de la tierra, una criatura condenada a hacer todo mal, a pesar de sus buenas intenciones. Quiere decir que tampoco confiamos en al naturaleza del hombre.
El mito encuentra gran valor en los procesos más grandes de la naturaleza en general, mientras ve al hombre como el villano de una historia, que en otros aspectos es edificante. Una verdadera identificación con la naturaleza, nos dará una visión del lugar del hombre en el contexto de su planeta físico y pondrá de presente las metas que ha alcanzado, casi sin darse cuenta.
Formamos nuestra propia realidad. Esta afirmación aplica para los eventos más nimios y para los más importantes de nuestra experiencia. Algunas personas creen que deben ser castigadas, lo que las lleva a buscar circunstancias desafortunadas. Estas personas pueden ubicarse en áreas del país en las que son frecuentes los desastres naturales. También hay personas cuyo comportamiento atrae reacciones explosivas de otras personas. Hay quienes utilizan los desastres para sus propios fines, como una fuerza exterior que permite que sus vidas tengan un claro enfoque. Algunos coquetean con la idea de la muerte y buscan un encuentro dramático con la naturaleza, en un acto final. Hay quienes cambian de idea, en el último momento.
Los sobrevivientes de los desastres a menudo utilizan estos eventos extraordinarios para intervenir en asuntos que parecen tener mucha más importancia que aquellos en los que generalmente participaron. Ellos buscan los eventos excitantes, cualquiera que sean las consecuencias. Les agrada formar parte de la historia, en la forma que sea. En todos estos casos, las barreras sociales se derrumban, las posiciones económicas se olvidan y se da rienda suelta a las emociones.
De alguna manera, los deseos y emociones del hombre se mezclan con los aspectos físicos de la naturaleza para formar las tormentas y los desastres. Ellos son el resultado de actividades psicológicas y condiciones climáticas. A pesar de las apariencias, las tormentas, los terremotos, las inundaciones y los llamados desastres naturales, son necesarios para el bienestar del planeta. Con ellos se sirven los propósitos del hombre y de la naturaleza, aunque los mitos del hombre no le dejan ver esas interacciones. Los pensamientos y las emociones de las personas les dan indicios claros de las causas de sus enfermedades, pero la mayoría ignora la información, o censura sus propios pensamientos. Es cuando muchos son afectados por epidemias de uno u otro tipo, que deseaban íntimamente, aunque lo nieguen vigorosamente.
En nuestra sociedad, los hospitales forman parte muy importante de la comunidad. Proporcionan servicios médicos y sociales. Muchas personas se sienten solas o tienen exceso de trabajo. Algunas se revelan contra la idea de competir. Las epidemias de gripa se convierten en excusas sociales, para un descanso que se necesita con urgencia; o son mecanismos que permiten ocultar dificultades íntimas que las personas se niegan a reconocer.
Ninguna información intelectual y ninguna acumulación de hechos, podría darnos el conocimiento necesario para desarrollar lo eventos físicos involucrados en el proceso de crecimiento. Aprendimos a leer, pero el hecho mismo de ver es un logro de mucha mayor magnitud, que parece ocurrir por sí solo. Ocurre, porque formamos parte de la naturaleza y somos parte de la fuente de la naturaleza. De distintas maneras, las religiones han postulado nuestra relación con esa fuente de la naturaleza.
En nuestra civilización, el espíritu y la naturaleza se separaron y es en ese contexto en el que encontramos los eventos de nuestra vida. Nos sentimos divorciados de nuestros cuerpos y de los eventos de la naturaleza. Las creencias de nuestra sociedad nos permiten la libertad suficiente para que la mayoría de nosotros confíe en su cuerpo mientras crece hasta la edad adulta. Pero, de ahí en adelante, ya no vamos a confiar más en los procesos de la vida que fluyen dentro de nosotros. Ciertas afirmaciones científicas nos hacen creer que el logro de nuestra edad adulta no tiene finalidad distinta a la de asegurar la supervivencia de la especie a través de la paternidad. Se nos dice que no tenemos ningún otro propósito. La especie parece no tener otra razón, distinta a la determinación de existir. Las religiones insisten en decir que el hombre tiene un propósito, pero, en su propia confusión, establecen que ese propósito debe lograrse negando su propio cuerpo físico, en el cual tiene su existencia. Le dicen que debe superar las burdas características terrenales.
Estamos tratando con mitos. Mitos que tienen poder y fortaleza. Sin embargo, ellos representan el lado oscuro de los mitos, a través de cuya luz vemos el mundo. Interpretamos los eventos particulares de nuestras vidas, y el rango espectacular de la historia, a la luz de estas presunciones acerca de la realidad. No solo colorean nuestra experiencia, sino que creamos aquellos eventos que están más o menos de acuerdo con esas presunciones.
Quienes pierden sus vidas en los desastres naturales se convierten en víctimas de la naturaleza. En estos eventos vemos ejemplos de muertes sin sentido y pruebas adicionales de la indiferencia de la naturaleza hacia el hombre. También podemos ver en ellos la mano vengativa de un Dios iracundo, que una vez más utiliza la naturaleza para poner al hombre de rodillas. La naturaleza del hombre es vivir y morir. La muerte no es una afrenta a la vida, sino que significa su continuación, no solo dentro de la estructura de la naturaleza, tal como la entendemos, sino en términos de su misma fuente. Por supuesto que es natural morir.
Los mitos sobre los cuales sustentamos nuestras vidas, programan de tal manera nuestra existencia, que con frecuencia negamos verbalmente lo que sabemos íntimamente. Cuando las personas salen lastimadas en un desastre natural, generalmente afirman no tener idea de por que resultaron involucradas. Ignoran, o niegan, los sentimientos íntimos que, por si solos, le darán al evento un sentido y un significado para sus vidas. Las razones para que esto ocurra son muchas, todas válidas, pero en cada caso particular, el hombre y la naturaleza coincidirán en un encuentro que tendrá significado para todas las personas involucradas.
Como consecuencia de nuestros mitos, hemos hecho ciertas divisiones que hacen que una explicación del asunto sea no solo importante sino difícil. Pensamos que la lluvia y los terremotos son eventos naturales, mientras que los sentimientos y las emociones no los consideramos eventos naturales. Es por eso tan difícil que veamos una interacción válida entre los estados emocionales y los estados físicos. Alguien puede decir: “Me doy cuenta que el clima afecta mi estado de ánimo”, pero a nadie se le ocurre que el estado de ánimo afecta el clima. Nos hemos concentrado tanto en categorizar, delinear y explorar el mundo objetivo, que nos parece que es el único real. Nos parece que el mundo emplea su fuerza y presión contra nosotros. Creemos que nos afecta y nos sentimos impotentes ante él. Nuestros mitos le han dado demasiada energía a la exterioridad de las cosas.
A veces vemos la naturaleza como buena y tolerante, llena de inocencia y alegría, mientras, por otra parte, vemos al hombre como una especie bastarda, una plaga sobre la faz de la tierra, una criatura condenada a hacer todo mal, a pesar de sus buenas intenciones. Quiere decir que tampoco confiamos en al naturaleza del hombre.
El mito encuentra gran valor en los procesos más grandes de la naturaleza en general, mientras ve al hombre como el villano de una historia, que en otros aspectos es edificante. Una verdadera identificación con la naturaleza, nos dará una visión del lugar del hombre en el contexto de su planeta físico y pondrá de presente las metas que ha alcanzado, casi sin darse cuenta.
Formamos nuestra propia realidad. Esta afirmación aplica para los eventos más nimios y para los más importantes de nuestra experiencia. Algunas personas creen que deben ser castigadas, lo que las lleva a buscar circunstancias desafortunadas. Estas personas pueden ubicarse en áreas del país en las que son frecuentes los desastres naturales. También hay personas cuyo comportamiento atrae reacciones explosivas de otras personas. Hay quienes utilizan los desastres para sus propios fines, como una fuerza exterior que permite que sus vidas tengan un claro enfoque. Algunos coquetean con la idea de la muerte y buscan un encuentro dramático con la naturaleza, en un acto final. Hay quienes cambian de idea, en el último momento.
Los sobrevivientes de los desastres a menudo utilizan estos eventos extraordinarios para intervenir en asuntos que parecen tener mucha más importancia que aquellos en los que generalmente participaron. Ellos buscan los eventos excitantes, cualquiera que sean las consecuencias. Les agrada formar parte de la historia, en la forma que sea. En todos estos casos, las barreras sociales se derrumban, las posiciones económicas se olvidan y se da rienda suelta a las emociones.
De alguna manera, los deseos y emociones del hombre se mezclan con los aspectos físicos de la naturaleza para formar las tormentas y los desastres. Ellos son el resultado de actividades psicológicas y condiciones climáticas. A pesar de las apariencias, las tormentas, los terremotos, las inundaciones y los llamados desastres naturales, son necesarios para el bienestar del planeta. Con ellos se sirven los propósitos del hombre y de la naturaleza, aunque los mitos del hombre no le dejan ver esas interacciones. Los pensamientos y las emociones de las personas les dan indicios claros de las causas de sus enfermedades, pero la mayoría ignora la información, o censura sus propios pensamientos. Es cuando muchos son afectados por epidemias de uno u otro tipo, que deseaban íntimamente, aunque lo nieguen vigorosamente.
En nuestra sociedad, los hospitales forman parte muy importante de la comunidad. Proporcionan servicios médicos y sociales. Muchas personas se sienten solas o tienen exceso de trabajo. Algunas se revelan contra la idea de competir. Las epidemias de gripa se convierten en excusas sociales, para un descanso que se necesita con urgencia; o son mecanismos que permiten ocultar dificultades íntimas que las personas se niegan a reconocer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario