Las epidemias no se pueden mirar solamente desde el punto de vista de la biología, pues también incluyen las actitudes psicológicas de muchas personas y corresponden a las necesidades y deseos de los involucrados. Estas necesidades surgen dentro de una estructura de realidades religiosas, psicológicas y culturales, que no se pueden aislar de los resultados biológicos.
No hemos tenido en cuenta muchos asuntos vitales e importantes, que tienen que ver con realidades masivas, porque es necesario resaltar primero la importancia del individuo y su poder para formar sus eventos privados. Cuando ya se haya hecho suficiente énfasis en la naturaleza privada de la realidad, estaremos listos para demostrar como la magnificación de la realidad individual se combina y agranda para crear reacciones masivas inmensas, como la iniciación de un nuevo período histórico y cultural, el surgimiento y la caída de gobiernos, el nacimiento de una nueva religión, conversiones masivas, asesinatos masivos en forma de guerras, epidemias mortales, terremotos, inundaciones y otros desastres. Por otra parte, también la iniciación de períodos grandiosos de arte, arquitectura o tecnología.
La muerte de cada individuo es única, porque nadie más puede padecer esa muerte. Parte de la especie muere con cada muerte y renace con cada nacimiento. Cada muerte individual tiene lugar dentro de un contexto más grande de la existencia de la especie en su totalidad. La muerte tiene un propósito a nivel de la especie y del individuo, ya que ninguna muerte llega sin invitación.
Una epidemia, por ejemplo, cumple el propósito de cada individuo involucrado y también cumple su función en la estructura más amplia de la especie. Cuando consideramos las epidemias como resultado de los virus y hacemos énfasis en sus posturas biológicas, nos parece que las soluciones son muy obvias: descubrimos la naturaleza de cada virus y desarrollamos una vacuna, le damos una pequeña dosis de la enfermedad a cada miembro de la población, de tal manera que el cuerpo de cada persona la combatirá y cada cual se volverá inmune a ella.
Generalmente, no nos damos cuenta de las limitaciones de este procedimiento, por las ventajas muy claras a corto término. Las personas que se han vacunado contra la poliomielitis no desarrollan la enfermedad. Con este procedimiento, la tuberculosis, en gran parte, ha sido derrotada. Sin embargo, hay algunas variables operando, precisamente por la estructura tan pequeña y limitada con la que consideramos tales epidemias masivas.
En primer lugar, las causas no son biológicas. La biología es simplemente la conductora de un “intento mortal”. En segundo lugar, existe una diferencia entre un virus producido en el laboratorio y el virus que está en el cuerpo, diferencia que reconoce el cuerpo, pero no los instrumentos del laboratorio. En cierta manera, el cuerpo produce anticuerpos y se consigue una inmunización natural, como resultado de la vacuna. Pero la química del cuerpo se confunde porque “sabe” que está reaccionando a una enfermedad, que no es “una verdadera enfermedad”, sino una invasión biológica falsa. En este caso, la integridad biológica del cuerpo se contamina y puede, al mismo tiempo, producir anticuerpos para otras enfermedades “similares”, extendiendo tan exageradamente sus defensas que la persona más adelante padecerá otra enfermedad.
Ninguna persona se enferma, a menos que esa enfermedad tenga una razón psíquica o psicológica. Así que mucha gente se evita estas complicaciones. Los científicos y los médicos están encontrando más y más virus, contra los cuales la gente se debe vacunar. Cada virus se considera único y hay una carrera para obtener la nueva vacuna contra el último virus. Los científicos predicen cuanta gente será atacada por un virus que ha causado un cierto número de muertes y, como medida preventiva, se invita a la gente a vacunarse. Muchas personas que no van a tener la enfermedad, religiosamente reciben la vacuna. El cuerpo se ve forzado a utilizar su sistema inmunológico al máximo. Las personas que psicológicamente han tomado la determinación de morir, morirán de todas maneras, de esa enfermedad o de otra, o de los efectos secundarios de la vacuna.
La muerte es una necesidad biológica, no solo para el individuo, sino también para asegurar la vitalidad continuada de la especie. La muerte es una necesidad espiritual y psicológica, ya que, después de cierto tiempo, las exuberantes y siempre renovadas energías del espíritu no podrán convertirse en carne.
Íntimamente, cada individuo sabe que debe morir físicamente para sobrevivir espiritual y psíquicamente. Hasta cierto punto, las epidemias y las enfermedades reconocidas tienen el propósito sociológico de proveer una razón aceptable para morir. Son un mecanismo que les permite salvar la cara a quienes ya han decidido morir. Esto no significa que las personas toman la decisión consciente de morir. Estas decisiones son semiconscientes. Las personas pueden sentir que ya han cumplido con todos sus propósitos.
Aún no hemos comprendido que antes de la vida las personas deciden vivir. El ser no es simplemente la personificación accidental del mecanismo biológico del cuerpo. En cada persona nace el deseo de nacer y esa persona muere cuando ese deseo se acaba. Ninguna epidemia, enfermedad, desastre natural, o bala perdida, mata a una persona que no quiere morir. El deseo de vivir ha sido muy exaltado, pero rara vez la psicología humana ha tratado con el deseo activo de morir. En su forma natural, este no es un deseo morboso, aterrador, neurótico, o cobarde, de escapar de la vida, sino un deseo por la supervivencia, según el cual el individuo quiere, muy poderosamente, dejar la vida física, de la misma manera como el niño alguna vez deseo abandonar el hogar de sus padres.
No estamos hablando del deseo de suicidarse, que significa matar el cuerpo por medios autoinducidos, a veces de naturaleza violenta. Idealmente, este deseo natural por la muerte involucra la desaceleración de los procesos del cuerpo, el desprendimiento gradual de la mente del cuerpo y, en ocasiones, de acuerdo con las características de la persona, la súbita y natural detención de los procesos del cuerpo.
El ser y el cuerpo se entrelazan tan maravillosamente que la separación es suave. El cuerpo sigue automáticamente los deseos del ser interior. En el caso del suicida, el ser está actuando fuera del contexto del cuerpo, que aún tiene su propia voluntad de vivir.
No hemos tenido en cuenta muchos asuntos vitales e importantes, que tienen que ver con realidades masivas, porque es necesario resaltar primero la importancia del individuo y su poder para formar sus eventos privados. Cuando ya se haya hecho suficiente énfasis en la naturaleza privada de la realidad, estaremos listos para demostrar como la magnificación de la realidad individual se combina y agranda para crear reacciones masivas inmensas, como la iniciación de un nuevo período histórico y cultural, el surgimiento y la caída de gobiernos, el nacimiento de una nueva religión, conversiones masivas, asesinatos masivos en forma de guerras, epidemias mortales, terremotos, inundaciones y otros desastres. Por otra parte, también la iniciación de períodos grandiosos de arte, arquitectura o tecnología.
La muerte de cada individuo es única, porque nadie más puede padecer esa muerte. Parte de la especie muere con cada muerte y renace con cada nacimiento. Cada muerte individual tiene lugar dentro de un contexto más grande de la existencia de la especie en su totalidad. La muerte tiene un propósito a nivel de la especie y del individuo, ya que ninguna muerte llega sin invitación.
Una epidemia, por ejemplo, cumple el propósito de cada individuo involucrado y también cumple su función en la estructura más amplia de la especie. Cuando consideramos las epidemias como resultado de los virus y hacemos énfasis en sus posturas biológicas, nos parece que las soluciones son muy obvias: descubrimos la naturaleza de cada virus y desarrollamos una vacuna, le damos una pequeña dosis de la enfermedad a cada miembro de la población, de tal manera que el cuerpo de cada persona la combatirá y cada cual se volverá inmune a ella.
Generalmente, no nos damos cuenta de las limitaciones de este procedimiento, por las ventajas muy claras a corto término. Las personas que se han vacunado contra la poliomielitis no desarrollan la enfermedad. Con este procedimiento, la tuberculosis, en gran parte, ha sido derrotada. Sin embargo, hay algunas variables operando, precisamente por la estructura tan pequeña y limitada con la que consideramos tales epidemias masivas.
En primer lugar, las causas no son biológicas. La biología es simplemente la conductora de un “intento mortal”. En segundo lugar, existe una diferencia entre un virus producido en el laboratorio y el virus que está en el cuerpo, diferencia que reconoce el cuerpo, pero no los instrumentos del laboratorio. En cierta manera, el cuerpo produce anticuerpos y se consigue una inmunización natural, como resultado de la vacuna. Pero la química del cuerpo se confunde porque “sabe” que está reaccionando a una enfermedad, que no es “una verdadera enfermedad”, sino una invasión biológica falsa. En este caso, la integridad biológica del cuerpo se contamina y puede, al mismo tiempo, producir anticuerpos para otras enfermedades “similares”, extendiendo tan exageradamente sus defensas que la persona más adelante padecerá otra enfermedad.
Ninguna persona se enferma, a menos que esa enfermedad tenga una razón psíquica o psicológica. Así que mucha gente se evita estas complicaciones. Los científicos y los médicos están encontrando más y más virus, contra los cuales la gente se debe vacunar. Cada virus se considera único y hay una carrera para obtener la nueva vacuna contra el último virus. Los científicos predicen cuanta gente será atacada por un virus que ha causado un cierto número de muertes y, como medida preventiva, se invita a la gente a vacunarse. Muchas personas que no van a tener la enfermedad, religiosamente reciben la vacuna. El cuerpo se ve forzado a utilizar su sistema inmunológico al máximo. Las personas que psicológicamente han tomado la determinación de morir, morirán de todas maneras, de esa enfermedad o de otra, o de los efectos secundarios de la vacuna.
La muerte es una necesidad biológica, no solo para el individuo, sino también para asegurar la vitalidad continuada de la especie. La muerte es una necesidad espiritual y psicológica, ya que, después de cierto tiempo, las exuberantes y siempre renovadas energías del espíritu no podrán convertirse en carne.
Íntimamente, cada individuo sabe que debe morir físicamente para sobrevivir espiritual y psíquicamente. Hasta cierto punto, las epidemias y las enfermedades reconocidas tienen el propósito sociológico de proveer una razón aceptable para morir. Son un mecanismo que les permite salvar la cara a quienes ya han decidido morir. Esto no significa que las personas toman la decisión consciente de morir. Estas decisiones son semiconscientes. Las personas pueden sentir que ya han cumplido con todos sus propósitos.
Aún no hemos comprendido que antes de la vida las personas deciden vivir. El ser no es simplemente la personificación accidental del mecanismo biológico del cuerpo. En cada persona nace el deseo de nacer y esa persona muere cuando ese deseo se acaba. Ninguna epidemia, enfermedad, desastre natural, o bala perdida, mata a una persona que no quiere morir. El deseo de vivir ha sido muy exaltado, pero rara vez la psicología humana ha tratado con el deseo activo de morir. En su forma natural, este no es un deseo morboso, aterrador, neurótico, o cobarde, de escapar de la vida, sino un deseo por la supervivencia, según el cual el individuo quiere, muy poderosamente, dejar la vida física, de la misma manera como el niño alguna vez deseo abandonar el hogar de sus padres.
No estamos hablando del deseo de suicidarse, que significa matar el cuerpo por medios autoinducidos, a veces de naturaleza violenta. Idealmente, este deseo natural por la muerte involucra la desaceleración de los procesos del cuerpo, el desprendimiento gradual de la mente del cuerpo y, en ocasiones, de acuerdo con las características de la persona, la súbita y natural detención de los procesos del cuerpo.
El ser y el cuerpo se entrelazan tan maravillosamente que la separación es suave. El cuerpo sigue automáticamente los deseos del ser interior. En el caso del suicida, el ser está actuando fuera del contexto del cuerpo, que aún tiene su propia voluntad de vivir.
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