La “exterioridad” del mundo físico está conectada con una “interioridad” multidimensional. El mundo exterior surge proyectado hacia la realidad de acuerdo con los deseos, creencias e intenciones conscientes. Cada experiencia física es única y mientras su energía y su creación provienen del interior, la calidad de esa experiencia no sería la misma si ella no se exteriorizara. La exteriorización tiene un propósito y un significado y constituye una clase diferente de expresión. Aunque la realidad interior tiene una vital importancia, en manera alguna se puede negar la validez y el propósito de la experiencia terrenal.
Para estudiar la naturaleza de la Realidad, existen otros procedimientos que no se han ensayado. Uno de ellos tiene que ver con la manipulación de la conciencia. En cierta forma, lo que se requiere es una identificación con lo que se estudia y no lo acostumbrado de tratarlo como un objeto.
Einstein se aproximó a la ciencia en este sentido, porque de una manera muy natural tuvo la capacidad de identificarse él mismo con varias “funciones” del universo. Pudo escuchar la voz interior de la materia. Fue su aproximación intuitiva y emocional la que lo llevó a sus descubrimientos. Si hubiera sido un mejor matemático no habría logrado los avances que tuvo. Las matemáticas lo limitaron pero impulsaron sus intuiciones.
El verdadero físico, el físico mental, es un explorador valiente. No pica el universo con pequeñas herramientas. Permite que su conciencia fluya a través de muchas puertas abiertas, a las que no se llega con instrumentos sino con la mente.
La conciencia que nos es familiar, nos puede ayudar a comprender la naturaleza simultánea del tiempo, si se lo permitimos. A menudo se utilizan herramientas, instrumentos y todo tipo de parafernalia, pero estos elementos no sienten el tiempo, lo sentimos nosotros. Estudiando nuestra propia experiencia consciente con el tiempo aprenderemos más.
Tenemos muy poco conocimiento de las dimensiones de la conciencia, de la nuestra y de las que parecen estar debajo de la nuestra. El verdadero físico es aquel que se atreve a orientar hacia el interior su propia conciencia.
Existen estructuras internas dentro de la materia. Tenemos un conocimiento íntimo de las células que componen nuestro cuerpo. Tenemos cierto tipo de comunicación y de comunión con nuestras propias células y lo sabemos a otro nivel de conciencia. El verdadero físico debe aprender a alcanzar ese nivel de conciencia a voluntad. Se conocieron gráficos de la estructura celular mucho antes de que se tuvieran los métodos tecnológicos para estudiarla. Cuando cerramos los ojos, aparecen formas que son réplicas perfectas de átomos, moléculas y células, pero no las reconocemos como tales. Hay pinturas, dentro de las llamadas abstractas, pintadas inconscientemente por aprendices, que son excelentes representaciones de esas organizaciones internas.
En nuestra civilización y con nuestras creencias, nos hacemos las preguntas equivocadas y las consideramos apropiadas, solo porque hemos querido permanecer dentro de determinada estructura. Solo ahora estamos empezando a cuestionar nuestros métodos y aún nuestras mismas preguntas. El verdadero físico estaría en capacidad de hacerse sus propias preguntas, desde su normal estado de conciencia, y enseguida orientarla en otra dirección que lo conducirá a una aventura con la realidad, en la cual las preguntas se cambian y enseguida las respuestas se sienten.
Los físicos no confían en las respuestas que sienten, ya que el sentimiento se considera menos válido que un diagrama. Les parece que no se puede operar en el mundo con los sentimientos, pero tampoco está operando bien con los diagramas. Los científicos parecen tener la extraña idea de que se puede entender la realidad destruyéndola, de que pueden percibir el mecanismo de la vida de un animal matándolo y que se puede examinar mejor un fenómeno apartándose de él. A menudo intentan examinar la naturaleza del cerebro del hombre destruyendo el cerebro de los animales, haciendo una disección de los componentes del cerebro animal. Parece absurdo que creamos que se puede aprender algo sobre la conciencia destruyéndola. También parece absurdo que creamos que podemos aprender algo sobre la íntima realidad de la vida, cuando la investigación nos lleva a destruirla. La destrucción presupone una incomprensión total de lo que es la vida.
Si no sintiéramos la necesidad de destruir la realidad con el ánimo de entenderla, tampoco sentiríamos la necesidad de matar y analizar los tejidos de los animales para descubrir las razones de las enfermedades humanas. Si no sintiéramos la necesidad de matar animales para adquirir conocimiento, tampoco tendríamos guerras y entenderíamos mucho mejor los balances de la naturaleza. Si no hubiéramos tenido estos sentimientos destructivos, hace mucho tiempo que tendríamos un conocimiento viviente, en el cual las enfermedades como tales no ocurren. Habríamos entendido la conexión que existe entre la mente, el cuerpo, la salud y las enfermedades.
Para estudiar la naturaleza de la Realidad, existen otros procedimientos que no se han ensayado. Uno de ellos tiene que ver con la manipulación de la conciencia. En cierta forma, lo que se requiere es una identificación con lo que se estudia y no lo acostumbrado de tratarlo como un objeto.
Einstein se aproximó a la ciencia en este sentido, porque de una manera muy natural tuvo la capacidad de identificarse él mismo con varias “funciones” del universo. Pudo escuchar la voz interior de la materia. Fue su aproximación intuitiva y emocional la que lo llevó a sus descubrimientos. Si hubiera sido un mejor matemático no habría logrado los avances que tuvo. Las matemáticas lo limitaron pero impulsaron sus intuiciones.
El verdadero físico, el físico mental, es un explorador valiente. No pica el universo con pequeñas herramientas. Permite que su conciencia fluya a través de muchas puertas abiertas, a las que no se llega con instrumentos sino con la mente.
La conciencia que nos es familiar, nos puede ayudar a comprender la naturaleza simultánea del tiempo, si se lo permitimos. A menudo se utilizan herramientas, instrumentos y todo tipo de parafernalia, pero estos elementos no sienten el tiempo, lo sentimos nosotros. Estudiando nuestra propia experiencia consciente con el tiempo aprenderemos más.
Tenemos muy poco conocimiento de las dimensiones de la conciencia, de la nuestra y de las que parecen estar debajo de la nuestra. El verdadero físico es aquel que se atreve a orientar hacia el interior su propia conciencia.
Existen estructuras internas dentro de la materia. Tenemos un conocimiento íntimo de las células que componen nuestro cuerpo. Tenemos cierto tipo de comunicación y de comunión con nuestras propias células y lo sabemos a otro nivel de conciencia. El verdadero físico debe aprender a alcanzar ese nivel de conciencia a voluntad. Se conocieron gráficos de la estructura celular mucho antes de que se tuvieran los métodos tecnológicos para estudiarla. Cuando cerramos los ojos, aparecen formas que son réplicas perfectas de átomos, moléculas y células, pero no las reconocemos como tales. Hay pinturas, dentro de las llamadas abstractas, pintadas inconscientemente por aprendices, que son excelentes representaciones de esas organizaciones internas.
En nuestra civilización y con nuestras creencias, nos hacemos las preguntas equivocadas y las consideramos apropiadas, solo porque hemos querido permanecer dentro de determinada estructura. Solo ahora estamos empezando a cuestionar nuestros métodos y aún nuestras mismas preguntas. El verdadero físico estaría en capacidad de hacerse sus propias preguntas, desde su normal estado de conciencia, y enseguida orientarla en otra dirección que lo conducirá a una aventura con la realidad, en la cual las preguntas se cambian y enseguida las respuestas se sienten.
Los físicos no confían en las respuestas que sienten, ya que el sentimiento se considera menos válido que un diagrama. Les parece que no se puede operar en el mundo con los sentimientos, pero tampoco está operando bien con los diagramas. Los científicos parecen tener la extraña idea de que se puede entender la realidad destruyéndola, de que pueden percibir el mecanismo de la vida de un animal matándolo y que se puede examinar mejor un fenómeno apartándose de él. A menudo intentan examinar la naturaleza del cerebro del hombre destruyendo el cerebro de los animales, haciendo una disección de los componentes del cerebro animal. Parece absurdo que creamos que se puede aprender algo sobre la conciencia destruyéndola. También parece absurdo que creamos que podemos aprender algo sobre la íntima realidad de la vida, cuando la investigación nos lleva a destruirla. La destrucción presupone una incomprensión total de lo que es la vida.
Si no sintiéramos la necesidad de destruir la realidad con el ánimo de entenderla, tampoco sentiríamos la necesidad de matar y analizar los tejidos de los animales para descubrir las razones de las enfermedades humanas. Si no sintiéramos la necesidad de matar animales para adquirir conocimiento, tampoco tendríamos guerras y entenderíamos mucho mejor los balances de la naturaleza. Si no hubiéramos tenido estos sentimientos destructivos, hace mucho tiempo que tendríamos un conocimiento viviente, en el cual las enfermedades como tales no ocurren. Habríamos entendido la conexión que existe entre la mente, el cuerpo, la salud y las enfermedades.
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