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sábado, 23 de febrero de 2008

La Creación

Nuestro mundo no fue creado por un Dios exteriorizado y objetivizado que lo creó desde el exterior y lo puso en movimiento. Muchas teorías religiosas creen que este Dios creó el mundo de tal manera y que el proceso de decaimiento empezó casi desde el mismo momento hipotético en que la creación terminó.
Esta idea es bastante parecida a las ideas científicas que ven el universo extinguiéndose, su energía disipándose y su orden gradualmente desintegrándose en el caos. Ambas versiones conciben una creación que ya terminó, aunque la una corresponde a una producción divina y la otra es el resultado de la casualidad.
Vamos a hablar de una creación constante, que debe ser explicada en términos seriales. Estamos discutiendo sobre un modelo de universo en el que la creación es continua, que está ocurriendo espontánea y simultáneamente por todas partes, en una especie de presente espacioso del cual emergen todas las experiencias con el tiempo. En este modelo siempre hay nueva energía y todos los sistemas están abiertos, aunque parecen operar separadamente. Estamos considerando un modelo de universo que está basado en la cooperación activa de cada una de sus partes, cada una de las cuales, de una u otra manera, también participa en la experiencia del todo.
En este modelo, los cambios de forma son el resultado de una síntesis creativa. Este modelo se ve como teniendo su origen dentro de una inmensa, infinita y divina subjetividad, la que está dentro de cada unidad de conciencia, cualquiera que sea su grado. Una subjetividad divina que está dentro de la creación misma, una creación multidimensional de tales proporciones que ella es la creadora y sus creaciones al mismo tiempo.
Este proceso psicológico divino, mejor aun, este estado de relación divino, forma desde su propio ser mundos dentro de mundos. Nuestro universo no es el único. Nada existe aislado en la naturaleza y la misma existencia de nuestro universo presupone la existencia de otros. Estos universos fueron, son y serán creados de la misma manera, y todos los sistemas son abiertos, aunque operacionalmente pueda parecer que no lo son.
Existe un numero infinito de secuencias activadas impecablemente que hacen posible la existencia de nuestro propio mundo. A veces parece inconcebible que un ser humano pueda imaginar que su mundo no tiene sentido, ya que la misma existencia del cuerpo humano indica una cooperación molecular y celular casi increíble, que muy difícilmente podría ser el resultado de las más auspiciosas obras del azar.
Nuestro universo y todos los demás universos surgen de una dimensión que es la fuente creativa de todas las realidades, un universo del sueño básico, una base psicológica divina, en donde el ser subjetivo es iluminado, estimulado y penetrado por su propio deseo infinito de creatividad. La fuerza de su poder es tan grande que sus imaginaciones se convierten en mundos y está dotado con una creatividad de tal esplendor que busca su mejor realización, ya que el más pequeño de sus pensamientos y todos sus potenciales están orientados por una buena intención que está literalmente mas allá de toda imaginación.
Esa buena intención es aparente dentro de nuestro mundo. Es obvia en las empresas cooperativas que unen los minerales, las plantas y el reino animal. Es obvia en la relación de la abeja y la flor. Nuestras creencias nos cerraron la mente a la naturaleza cooperativa propia del hombre, a su deseo innato de compañerismo, a su inclinación natural a preocuparse por los demás y a su comportamiento altruista.

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