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viernes, 7 de junio de 2019

LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS



LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS
102. SOBRE EVALUAR EL COSTE
103. OBSERVACIONES RELACIONADAS CON SU MUERTE
104. LA VISITA A ZAQUEO


“Cuando Jesús y la compañía de casi mil seguidores llegó al vado de Betania sobre el Jordán a veces llamado Betábara, sus discípulos comenzaron a darse cuenta de que no se dirigía directamente a Jerusalén. Mientras titubeaban y discutían entre ellos, Jesús se trepó a una enorme piedra y pronunció ese discurso que es conocido como «el calcular el gasto». El Maestro dijo:
“«Vosotros los que queréis seguirme de ahora en adelante debéis estar dispuestos a pagar el precio de la dedicación total a hacer la voluntad de mi Padre. Si queréis ser mis discípulos, debéis estar dispuestos a abandonar padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas. Si cualquiera entre vosotros quiere ahora ser mi discípulo, debéis estar dispuestos a abandonar aun vuestra vida así como el Hijo del Hombre está a punto de ofrecer su vida para completar la misión de hacer la voluntad del Padre en la tierra y en la carne.
“«Si no estás dispuesto a pagar el precio entero, no puedes ser mi discípulo. Antes de que sigamos, cada uno de vosotros debería sentarse y calcular el gasto de ser mi discípulo. ¿Quién entre vosotros construiría una torre de vigilia sobre sus predios sin sentarse primero a sumar el costo y ver si tiene suficiente dinero para completar la obra? Si no calculas así el gasto, después de haber echado los cimientos, es posible que descubras que eres incapaz de terminar lo que has comenzado, y por lo tanto todos tus vecinos se mofarán de ti diciendo: ‘he aquí que este hombre empezó a construir pero no puede terminar su obra'. También, ¿qué rey, cuando se preparara a guerrear contra otro rey, no se sienta primero a asesorarse sobre si podrá, con diez mil hombres, luchar contra el que se le enfrenta con veinte mil? Si el rey no puede enfrentarse con su enemigo porque no está preparado, envía un embajador a este otro rey, aunque se encuentre muy lejos, pidiéndole términos de paz.
“«Ahora bien, cada uno de vosotros debe sentarse y calcular el gasto de ser mi discípulo. De ahora en adelante no podrás seguirnos, escuchando las enseñanzas y contemplando las obras; tendrás que enfrentar amargas persecuciones y dar prueba de este evangelio frente a un desencanto aplastante. Si no estás dispuesto a renunciar a todo lo que eres y a dedicar todo lo que tienes, no mereces ser mi discípulo. Si ya te has conquistado a ti mismo dentro de tu corazón, no debes temer esa victoria exterior que pronto deberás ganar cuando el Hijo del Hombre sea rechazado por los altos sacerdotes y los saduceos y entregado a las manos de los descreídos que se mofan.
“«Ahora debes examinarte para hallar tu motivación de ser discípulo mío. Si buscas honor y gloria, si tu mente es mundana, eres como la sal que ha perdido su sabor. Y cuando lo que vale por su salinidad ha perdido su sabor, ¿con qué lo sazonaremos? Es inútil tal condimento; sólo sirve para echarlo a la basura. Ahora os he advertido que os volváis a vuestro hogar en paz, si no estáis dispuestos a beber conmigo la copa que está siendo preparada. Una y otra vez os he dicho que mi reino no es de este mundo, pero no me creéis. El que tenga oído para oír, que oiga lo que yo digo».” (1869.3) 171:2.1 (Lucas 14:25-35)
“El miércoles 29 de marzo al atardecer, Jesús y sus seguidores acamparon en Livias, camino de Jerusalén, después de haber completado su gira de las ciudades del sur de Perea. Fue durante esta noche en Livias cuando Simón el Zelote y Simón Pedro, habiendo conspirado para recibir en este sitio más de cien espadas, las cuales fueron distribuidas a todos los que quisieron aceptarlas y ceñírselas ocultas bajo sus mantos. Simón Pedro aún llevaba la espada la noche de la traición al Maestro en el jardín.
“El jueves por la mañana temprano, antes de que se despertaran los demás, Jesús llamó a Andrés y dijo: «¡Despierta a tus hermanos! Tengo algo que decirles». Jesús sabía de las espadas y cuáles de sus apóstoles las habían recibido y las llevaban, pero nunca les reveló que sabía de estas cosas. Cuando Andrés hubo despertado a sus asociados, y se hubieron reunido entre ellos, Jesús dijo: «Hijos míos, habéis estado conmigo mucho tiempo, y yo os he enseñado mucho de lo que se necesita para este período, pero ahora deseo advertiros que no pongáis vuestra confianza en las incertidumbres de la carne ni en la fragilidad de la defensa humana contra las pruebas que nos esperan. Os he llamado aparte aquí para poder deciros nuevamente y claramente que vamos a Jerusalén, donde vosotros sabéis que el Hijo del Hombre ya ha sido condenado a muerte. Nuevamente os digo que el Hijo del Hombre será entregado a las manos de los altos sacerdotes y de los líderes religiosos; que ellos lo condenarán y luego lo entregarán a las manos de los gentiles. Así pues, se mofarán del Hijo del Hombre, aun lo escupirán y lo flagelarán, y lo entregarán a la muerte. Y cuando maten al Hijo del Hombre, no desmayéis, porque os declaro que el tercer día resucitará. Cuidaos y recordad que os he avisado».”
“Nuevamente estuvieron los apóstoles pasmados y anonadados; pero no podían convencerse de considerar sus palabras literalmente; no podían comprender que el Maestro significaba exactamente lo que decía. Estaban tan cegados por su persistente creencia en el reino temporal sobre la tierra, con su centro en Jerusalén, que simplemente no podían —no querían— permitirse aceptar literalmente las palabras de Jesús. Durante todo ese día reflexionaron sobre cuál podía ser el significado de tan extrañas declaraciones del Maestro. Pero ninguno de ellos se atrevió a hacerle preguntas sobre estas declaraciones. Estos confundidos apóstoles no despertaron hasta después de la muerte de Jesús a la comprensión de que el Maestro les había hablado clara y directamente en anticipación de su crucifixión.
“Cuando Jesús escuchó lo que tenían que decir los fariseos, replicó: «Bien sé de Herodes y de su temor de este evangelio del reino, pero no os equivoquéis, él mucho preferiría que el Hijo del Hombre fuera a Jerusalén para sufrir y morir a manos de los altos sacerdotes; no anhela, habiéndose manchado las manos con la sangre de Juan, responsabilizarse de la muerte del Hijo del Hombre. Id vosotros y decid a ese zorro que el Hijo del Hombre predica hoy en Perea, mañana va a Judea, y después de unos pocos días, habrá completado su misión en la tierra y se preparará para ascender al Padre».
“Luego, volviéndose a sus apóstoles, Jesús dijo: «Desde tiempos antiguos han perecido los profetas en Jerusalén, y corresponde que el Hijo del Hombre vaya a la ciudad de la casa del Padre, para ser ofrecido como precio del fanatismo humano y como resultado del prejuicio religioso y de la ceguera espiritual. ¡Oh Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los maestros de la verdad! ¡Cuántas veces hubiera querido juntar a tus hijos así como una gallina junta a sus polluelos bajo sus alas, pero no me dejaste hacerlo! ¡He aquí que tu casa pronto quedará desolada! Muchas veces querrás verme, pero no podrás. Me buscarás entonces, pero no me hallarás». Y cuando hubo hablado, se volvió a los que lo rodeaban y dijo: «Sin embargo, vayamos a Jerusalén para asistir a la Pascua y hacer lo que nos corresponde para satisfacer la voluntad del Padre en el cielo».” (1871.3) 171:4.1 (Mat 17:22,23 Mat 20:17-19Lucas 13:31-35)
“Cuando la procesión del Maestro entró a Jericó, era cerca de la puesta del sol, y dispusieron pernoctar allí. Al pasar Jesús frente a la aduana, Zaqueo el jefe publicano, o recolector de impuestos, estaba de casualidad allí, y mucho deseaba ver a Jesús. Este jefe publicano era muy rico y mucho había oído sobre este profeta de Galilea. Había resuelto que la próxima vez que Jesús visitara Jericó quería ver qué clase de hombre era éste, por lo tanto, Zaqueo trató de abrirse paso entre el gentío, pero éste era demasiado grande, y siendo él bajo de estatura, no podía ver por encima de la cabeza de la gente. Así pues, el jefe publicano siguió a la multitud hasta que llegaron cerca del centro de la ciudad y no lejos de donde él vivía. Al ver que no podría abrirse paso en el gentío, y pensando que Jesús tal vez cruzaría la ciudad sin parar, se adelantó corriendo y trepó a un sicómoro cuyas abundantes ramas pendían sobre el camino. Sabía que de esta manera podría ver bien al Maestro cuando éste pasara. Y no sufrió una desilusión porque, al pasar Jesús, se detuvo, y levantando la mirada a Zaqueo, dijo: «Apresúrate, Zaqueo, y baja, porque esta noche he de morar en tu casa». Cuando Zaqueo oyó esas palabras asombrosas, estuvo a punto de caerse del árbol en su prisa por bajar, y acercándose a Jesús, expresó su gran gozo de que el Maestro quisiera parar en su casa.
“Fueron enseguida a la casa de Zaqueo, y los que vivían en Jericó se sorprendieron mucho de que Jesús consintiera en morar con el jefe publicano. Aun mientras el Maestro y sus apóstoles se detenían momentáneamente con Zaqueo en la puerta de su casa, uno de los fariseos de Jericó, de pie cerca, dijo: «Podéis ver cómo este hombre ha ido a morar con un pecador, un hijo apóstata de Abraham que es extorsionador y ladrón de su propio pueblo». Cuando Jesús escuchó esto, bajó la mirada sobre Zaqueo y sonrió. Entonces Zaqueo se subió sobre un taburete y dijo: «Hombres de Jericó, ¡oídme! Tal vez sea yo publicano y pecador, pero el gran Maestro ha venido a morar en mi casa; y antes de que entre, yo os digo que donaré la mitad de mis bienes a los pobres, y a partir de mañana, si algo he recolectado injustamente de algún hombre, le devolveré cuatro veces tanto. Voy a buscar la salvación con todo mi corazón y a aprender a hacer rectitud ante los ojos de Dios».

“Cuando Zaqueo terminó de hablar, Jesús dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, y tú te has vuelto en verdad un hijo de Abraham». Volviéndose a la multitud congregada alrededor de ellos, Jesús dijo: «No os sorprendáis por mis palabras ni os ofendáis por lo que hacemos, porque yo he declarado desde el principio que el Hijo del Hombre ha venido para buscar y salvar a aquel que está perdido».” (1873.4) 171:6.1 (Lucas 19:1-10)

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