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jueves, 6 de junio de 2019

LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS



LIBRO DE URANTIA - PARTE I - PALABRAS DE JESUS
96. RESPUESTA A LA PREGUNTA DE PEDRO
97. LOS FARISEOS EN RAGABA
98. EL MENSAJE PROCEDENTE DE BETANIA


“Mientras estaban allí sentados pensando, Simón Pedro preguntó: «¿Es que dices esta parábola para nosotros, tus apóstoles, o para todos los discípulos?» Y Jesús contestó:
“«En los momentos de prueba se revela el alma del hombre; la prueba revela lo que verdaderamente alberga su corazón. Cuando el siervo haya pasado la prueba, el amo de la casa pondrá a este siervo al frente de la casa y le confiará su hogar, sabiendo con tranquilidad que sus hijos serán debidamente cuidados y alimentados. Asimismo, yo pronto sabré en quien podré confiar el bienestar de mis hijos, cuando regrese al Padre. Así como el amo de la casa pondrá los buenos y probados siervos a cargo de los asuntos de su familia, del mismo modo yo pondré a cargo de los asuntos de mi reino a los que resistan las pruebas de este período.
“«Pero si el siervo es holgazán y piensa en su corazón, ‘mi amo tarda en llegar', y comienza a maltratar a los demás siervos y come y bebe con los borrachos, y entonces el amo regresará en el momento en que él no lo espera y, encontrándolo infiel, lo expulsará en deshonra. Por lo tanto hacéis bien en prepararos para ese día en que de pronto seréis visitados inesperadamente. Recordad, mucho se os ha dado; por lo tanto, mucho se esperará de vosotros. Duras pruebas se os avecinan. Yo tengo un bautismo que me bautizará, y vigilaré hasta que esto se haya llevado a cabo. Vosotros predicáis paz en la tierra, pero mi misión no traerá paz en los asuntos materiales de los hombres, por lo menos, no por un tiempo. La división es el único resultado posible cuando dos miembros de una familia creen en mí y tres de ellos rechazan este evangelio. Amigos, parientes y seres queridos están destinados a estar los unos contra los otros por causa del evangelio que vosotros predicáis. Es verdad que cada uno de estos creyentes tendrá una gran paz duradera en su corazón, pero la paz en la tierra no llegará hasta tanto no estén todos dispuestos a creer y a ingresar en la herencia gloriosa de la filiación de Dios. Sin embargo, salid a todo el mundo y proclamad este evangelio a todas las naciones, a todo hombre, mujer y niño».” (1824.4) 165:6.1 (Lucas 12:41-48)
“El día sábado 18 de febrero, Jesús se encontraba en Ragaba, donde vivía un rico fariseo llamado Natanael; puesto que muchos fariseos seguían a Jesús y a los doce por todo el país, este sábado por la mañana Natanael preparó un desayuno para todos ellos, unos veinte, e invitó a Jesús como huésped de honor.
“Cuando Jesús llegó al desayuno, la mayoría de los fariseos, con dos o tres abogados, ya se encontraban sentados a la mesa. El Maestro inmediatamente tomó su asiento a la izquierda de Natanael sin ir a la vasija de agua para lavarse las manos. Muchos de los fariseos, especialmente los que estaban a favor de las enseñanzas de Jesús, sabían que tan sólo se lavaba las manos para fines de higiene, que detestaba estas acciones puramente ceremoniales; por esto, no se sorprendieron de que viniera directamente a la mesa sin lavarse la manos dos veces. Pero Natanael se horrorizó de que el Maestro no cumpliera con los estrictos requisitos de las prácticas fariseas. Tampoco se lavó Jesús las manos, como lo hacían los fariseos, después de cada plato ni al final del desayuno.
“Después de mucho susurro entre Natanael y un fariseo hostil sentado a su derecha y después de mucho levantar de cejas y expresiones de desagrado de los que estaban sentados frente al Maestro, Jesús finalmente dijo: «Creí que me habíais invitado a esta casa para compartir con vosotros el pan y tal vez para preguntarme sobre la proclamación del nuevo evangelio del reino de Dios; pero percibo que me habéis traído aquí para presenciar una exhibición de devoción ceremonial a vuestra propia mojigatería. Ese servicio ya me lo habéis hecho; ¿con qué más me honraréis como huésped en esta ocasión?»
“Cuando el Maestro hubo así hablado, todos bajaron la vista y permanecieron callados. Como nadie hablaba, Jesús continuó: «Muchos de vosotros los fariseos estáis aquí conmigo como mis amigos, algunos, aun como mis discípulos, pero la mayoría de los fariseos persisten en negarse a ver la luz y reconocer la verdad, aun cuando la obra del evangelio se les presenta con gran poder. ¡Cuán cuidadosamente limpiáis lo de afuera de los vasos y de los platos mientras que las vasijas del alimento espiritual están sucias e impuras! Os aseguráis de presentar una apariencia piadosa y santa ante el pueblo, pero vuestra alma interior está llena de mojigatería, codicia, extorsión, y todo tipo de maldad espiritual. Aun vuestros líderes se atreven a confabular y planear el asesinato del Hijo del Hombre. ¿Acaso no comprendéis, hombres necios, que el Dios del cielo ve tanto los motivos íntimos del alma así como vuestras pretensiones exteriores y vuestras manifestaciones de devoción? No creáis que dar limosnas y pagar diezmos os limpia de injusticias y os permite aparecer puros en la presencia del Juez de todos los hombres. ¡Ay de vosotros fariseos que habéis persistido en rechazar la luz de la vida! Sois meticulosos en pagar el diezmo y ostentosos en dar limosna, pero a sabiendas rechazáis la visitación de Dios y negáis la revelación de su amor. Aunque esté bien para vosotros prestar atención a estos deberes menores, no deberíais haber dejado sin hacer esos requisitos más importantes. ¡Ay de los que ignoran la justicia, desdeñan la misericordia y rechazan la verdad! ¡Ay de todos los que desprecian la revelación del Padre mientras buscan los asientos principales en la sinagoga y anhelan el saludo halagador en el mercado!»
“Cuando Jesús se levantó para partir, uno de los abogados sentados a la mesa, dirigiéndose a él, dijo: «Pero, Maestro, en algunas de tus declaraciones también nos reprochas a nosotros. ¿Es que no hay nada bueno entre los escribas, los fariseos, los abogados?» Jesús, de pie, replicó al abogado: «Vosotros, como los fariseos, os deleitáis en los mejores lugares en los festines y en lucir largos hábitos mientras ponéis cargas pesadas, difíciles de llevar, sobre los hombros de la gente. Cuando las almas de los hombres se tambalean bajo esas pesadas cargas, no levantáis ni siquiera un dedo. ¡Ay de aquellos cuyo mayor regocijo es el de construir tumbas para los profetas que vuestros padres mataron! Y vuestro beneplácito para con lo que hicieron vuestros padres se manifiesta en el hecho de que ahora pensáis en matar a los que vienen en este día para hacer lo que hicieron los profetas en su día: proclamar la justicia de Dios y revelar la misericordia del Padre celestial. Pero de todas las generaciones pasadas, a esta generación perversa e hipócrita se le cobrará la sangre de los profetas y de los apóstoles. ¡Ay de todos vosotros los abogados que habéis quitado la llave del conocimiento a la gente común! Vosotros mismos os negáis a entrar en el camino de la verdad, y al mismo tiempo queréis impedir la entrada a los que la buscan. Pero no podéis cerrar así las puertas del reino del cielo; pues las hemos abierto a todos los que tienen la fe para entrar; y estos portales de misericordia no se cerrarán por el prejuicio y la arrogancia de los instructores mentirosos y de los falsos pastores que son como sepulcros blanqueados que, aunque por fuera aparecen hermosos, por dentro están llenos de los huesos de los muertos y de todo tipo de suciedad espiritual»”(1825.3) 166:1.1 (Mat 15:1-20Lucas 7:1-23)
“Muy tarde el domingo por la noche del 26 de febrero, un mensajero de Betania llegó a Filadelfia, trayendo un mensaje de Marta y María que decía: «Señor, aquél que amas está muy enfermo». El mensaje le llegó a Jesús al final de la conferencia de la tarde y en el momento en que estaba dándoles las buenas noches a los apóstoles. Al principio Jesús nada respondió. Entonces se produjo uno de aquellos extraños interludios, un período en el cual parecía estar en comunicación con algo que estaba fuera de él y por encima de él. Luego, levantando la vista, se dirigió al mensajero, al alcance del oído de los apóstoles, diciendo: «Esta enfermedad no es en realidad para muerte. No dudéis que será para glorificar a Dios y exaltar al Hijo»
“Así pues, temprano el miércoles por la mañana dijo a sus apóstoles: «Preparémonos inmediatamente para volver a Judea». Cuando los apóstoles oyeron las palabras de su Maestro, se alejaron por un momento para consultar entre ellos. Santiago dirigió la conversación, en el curso de la cual todos estuvieron de acuerdo que era una locura permitir que Jesús volviera a Judea, de manera que volvieron todos juntos a donde Jesús y así se lo dijeron. Dijo Santiago: «Maestro, estuviste en Jerusalén hace unas pocas semanas, y los líderes querían matarte y el pueblo quería apedrearte. Ya en aquel momento ofreciste a esos hombres la oportunidad de recibir la verdad, y no permitiremos que vuelvas a Judea»
“Entonces dijo Jesús: «Pero, ¿acaso no comprendéis que el día tiene doce horas en las que se pueden hacer obras sin peligro? Si un hombre camina de día, no tropieza porque tiene luz. Si un hombre camina de noche, puede que tropiece porque no tiene luz. Mientras dure mi día, no temo entrar a Judea. Quiero hacer otra obra poderosa para estos judíos; quiero darles otra oportunidad más para creer, aun en sus propios términos —con condiciones de gloria exterior y la manifestación visible del poder del Padre y del amor del Hijo. Además, ¡acaso no entendéis que nuestro amigo Lázaro duerme, y quiero despertarlo de su sueño!»

“Entonces dijo uno de los apóstoles: «Maestro, si Lázaro duerme, con más seguridad sanará». Era costumbre de los judíos de esos tiempos hablar de la muerte como una forma de sueño, pero como los apóstoles no entendían que Jesús quería decir que Lázaro había partido de este mundo, les dijo claramente: «Lázaro ha muerto. Me alegro de no haber yo estado allí, aunque no se salven los demás, porque así tendréis nuevo motivo para creer en mí; y lo que veréis os fortalecerá en preparación de ese día en el que me despediré de vosotros para ir al Padre»” (1836.6) 167:4.1 (Juan 11:3,4,9,10-15)

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