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jueves, 2 de mayo de 2019

LIBRO DE URANTIA -

El libro de Urantia Documento 164 En la Fiesta de la Consagración del Templo 164:0.1 (1809.1) MIENTRAS se establecía el campamento de Pella, Jesús, habiéndose llevado a Natanael y a Tomás, se dirigió en secreto a Jerusalén para asistir a la fiesta de la consagración. Los dos apóstoles no se dieron cuenta de que su Maestro se dirigía a Jerusalén, hasta que cruzaron el Jordán en el vado de Betania. Cuando se percataron de que realmente quería estar presente en la fiesta de la consagración, discutieron con él con la mayor intensidad, y utilizando toda suerte de razonamientos, intentaron disuadirlo. Pero sus esfuerzos fueron en vano; Jesús estaba decidido a ir a Jerusalén. A todas las observaciones de ellos y todas sus advertencias sobre la locura y el peligro de caer en las manos del sanedrín, él sólo respondía: «Quiero dar a estos instructores de Israel otra oportunidad para que vean la luz, antes de que llegue mi hora». 164:0.2 (1809.2) Así pues, prosiguieron hacia Jerusalén, mientras los dos apóstoles continuaban expresando sentimientos de temor y dudas sobre la sabiduría de una acción tan aparentemente presuntuosa. Llegaron a Jericó a eso de las cuatro y media de la tarde y se dispusieron a alojarse allí por la noche. 1. La Historia del Buen Samaritano 164:1.1 (1809.3) Al anochecer se reunió alrededor de Jesús y de los dos apóstoles un grupo considerable de gente para hacer preguntas, muchas de las cuales respondieron los apóstoles, mientras que el Maestro respondió a las otras. En el curso de la noche, cierto abogado, que trataba de enredar a Jesús en una disputa comprometedora, dijo: «Instructor, me gustaría preguntarte ¿qué precisamente debo hacer para heredar la vida eterna?» Jesús contestó: «¿Qué es lo que está escrito en la ley y los profetas; cómo lees tú las Escrituras?» El abogado, conociendo las enseñanzas tanto de Jesús como de los fariseos, respondió: «Amar al Señor Dios con todo el corazón, el alma, la mente y la fuerza, y al prójimo como a uno mismo.» Entonces dijo Jesús: «Has contestado bien; esto, si realmente lo haces, te llevará a la vida eterna». 164:1.2 (1809.4) Pero el abogado no se mostraba completamente sincero al hacer esta pregunta, y deseando justificarse y al mismo tiempo poner a Jesús en una situación incómoda, se atrevió a hacer otra pregunta. Acercándose un poco más al Maestro, dijo: «Pero, Instructor, me gustaría que tú me dijeras, ¿quién es precisamente mi prójimo?» El abogado hizo esta pregunta con la esperanza de hacer caer a Jesús en una trampa, una declaración que fuera en contravención de la ley judía que definía que al prójimo como «los hijos del pueblo de uno». Los judíos consideraban que todos los demás eran «perros gentiles». Este abogado tenía cierta familiaridad con las enseñanzas de Jesús y por consiguiente bien sabía que el Maestro pensaba en forma diferente; así pues, esperaba llevarlo a declarar algo que se pudiera interpretar como un ataque contra la ley sagrada. 164:1.3 (1810.1) Pero Jesús discernió la motivación del abogado, y en vez de caer en la trampa, relató a sus oyentes una historia que podía ser plenamente apreciada por cualquier público en Jericó. Dijo Jesús: «Un cierto hombre venía a Jericó desde Jerusalén, y cayó en manos de crueles bandidos, los cuales lo despojaron, lo robaron, le hirieron, y se fueron dejándole medio muerto. Muy poco después, aconteció que por casualidad venía un sacerdote por aquel camino y viendo al hombre herido y sufriente, pasó de largo. Asimismo un levita también, habiendo llegado cerca de aquel lugar y viendo al hombre, pasó de largo. Y luego un samaritano, que viajaba a Jericó, llegó junto al hombre herido; y cuando vio cómo le habían robado y cómo lo habían golpeado, se llenó de compasión su corazón y acercándose al desafortunado, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino, y, habiéndolo montado en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. Al otro día al partir, sacó unos denarios y, dándoselos al mesonero, dijo: ‘cuida bien de mi amigo, y si lo que gastas es más, cuando yo regrese te lo pagaré’. Ahora, yo te pregunto: ¿Quién de estos tres era en tu opinión el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?» Cuando el abogado se percató de que había caído en su propia trampa respondió: «El que fue misericordioso para con él». Y Jesús dijo: «Ve pues y haz tú lo mismo». 164:1.4 (1810.2) El abogado dijo, «el que fue misericordioso para con él», para no pronunciar la palabra odiada: samaritano. El abogado se vio forzado a dar la respuesta que Jesús quería a la pregunta «¿quién es mi prójimo?», y que, si la hubiese contestado Jesús, habría corrido el peligro de que le acusaran de herejía. Jesús no sólo confundió a ese abogado deshonesto, sino que relató a sus oyentes una historia que era, al mismo tiempo, una bella admonición para todos sus seguidores y un reproche agudo para todos los judíos por su actitud hacia los samaritanos. Y esta historia continúa promoviendo el amor fraternal entre todos los que posteriormente han creído en el evangelio de Jesús.

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