El cuadro viviente del mundo nace dentro de la mente. El mundo, tal como lo vemos, es como una pintura tridimensional en la que cada individuo participa. Cada color, cada línea que aparece en ella, primero se ha pintado en la mente y enseguida se materializa exteriormente.
Los artistas mismos son parte de la pintura, aparecen en ella. No existe ningún efecto en el mundo exterior que no surja de una fuente interna. No existe ningún movimiento que no ocurra primero en la mente.
Nuestra herencia es la gran creatividad de la conciencia, pero ella no pertenece exclusivamente a la humanidad. Todos los seres vivos la poseen y el mundo viviente se compone de la cooperación espontánea que existe entre lo más pequeño y lo más grande, lo más bajo y lo más alto, entre átomos y moléculas.
En esta aventura cooperan los insectos, los pájaros, todos los animales, para formar el entorno natural. Esto es tan normal e inevitable como cuando con el aliento impregnamos un espejo. Todas las conciencias crean el mundo y este es el producto natural de la conciencia.
Podemos decir que el cuerpo de la tierra tiene su propia alma, o mente. Usando esta analogía, podemos decir que las montañas y los océanos, los valles y los ríos, todos los fenómenos naturales, emergen del alma de la tierra, de la misma manera como todos los eventos y todos los objetos manufacturados, surgen de la mente o del alma de la humanidad.
El mundo interior de cada ser humano está conectado con el mundo interior de la tierra. El espíritu se convierte en la carne. Una parte del alma individual está íntimamente conectada con el alma de la tierra.
La más pequeña hoja de hierba, la más pequeña flor, tiene conciencia de esta conexión y, sin usar la razón, comprende su posición, su originalidad y su fuente de vitalidad. Los átomos y moléculas que componen todos los objetos, bien sea el cuerpo de una persona, una mesa, una piedra, una rana, saben del gran impulso creativo de su propia existencia.
Cada ser humano surge de las antiguas y siempre nuevas fuentes de su propia alma.
Una parte de nuestro conocimiento es consciente y está disponible instantáneamente y otra parte es inconsciente. Siempre sabemos lo que estamos haciendo, aunque no sea de manera consciente. Nuestros ojos saben que ven, aunque no se pueden ver a sí mismos, excepto a través de la reflexión. De la misma manera, el mundo, tal como lo vemos, es una reflexión de lo que somos. No se trata de una reflexión en el espejo, sino de una reflexión en la realidad tridimensional. Proyectamos nuestros pensamientos, sentimientos y expectativas hacia afuera, para enseguida percibirlos como la realidad externa. Cuando pensamos que otros nos están observando, en realidad somos nosotros mismos los que nos observamos, desde el punto de vista de nuestras propias proyecciones.
Somos el cuadro viviente de nosotros mismos. Proyectamos lo que pensamos que somos hacia la realidad de la carne. Nuestros sentimientos, nuestros pensamientos conscientes e inconscientes, en conjunto, alteran y forman nuestra imagen física. Es algo que parece fácil de entender. Lo que es menos fácil de entender es que esos pensamientos y sentimientos también forman nuestra experiencia exterior y que las cosas que nos pasan, aparentemente sin nuestra aprobación, nosotros mismos las iniciamos en nuestro entorno mental y psíquico.
No es casualidad que nuestro cuerpo sea delgado o robusto, bajo o alto, sano o enfermo. Estas características son primero mentales y las proyectamos afuera sobre nuestra imagen. No nacimos ayer, nuestra alma no nació ayer, sino mucho antes de los anales del tiempo, tal como lo entendemos. Las características que teníamos al nacer, obedecen a una razón. El Ser Interior las escogió. Ese Ser Interior también puede cambiar algunas de ellas ahora. Cuando nacemos ya tenemos una historia. Nuestra individualidad siempre está latente en nuestra alma y la historia que nos corresponde está escrita como memoria inconsciente dentro de nuestra mente y en forma codificada en nuestros genes y cromosomas.
Los artistas mismos son parte de la pintura, aparecen en ella. No existe ningún efecto en el mundo exterior que no surja de una fuente interna. No existe ningún movimiento que no ocurra primero en la mente.
Nuestra herencia es la gran creatividad de la conciencia, pero ella no pertenece exclusivamente a la humanidad. Todos los seres vivos la poseen y el mundo viviente se compone de la cooperación espontánea que existe entre lo más pequeño y lo más grande, lo más bajo y lo más alto, entre átomos y moléculas.
En esta aventura cooperan los insectos, los pájaros, todos los animales, para formar el entorno natural. Esto es tan normal e inevitable como cuando con el aliento impregnamos un espejo. Todas las conciencias crean el mundo y este es el producto natural de la conciencia.
Podemos decir que el cuerpo de la tierra tiene su propia alma, o mente. Usando esta analogía, podemos decir que las montañas y los océanos, los valles y los ríos, todos los fenómenos naturales, emergen del alma de la tierra, de la misma manera como todos los eventos y todos los objetos manufacturados, surgen de la mente o del alma de la humanidad.
El mundo interior de cada ser humano está conectado con el mundo interior de la tierra. El espíritu se convierte en la carne. Una parte del alma individual está íntimamente conectada con el alma de la tierra.
La más pequeña hoja de hierba, la más pequeña flor, tiene conciencia de esta conexión y, sin usar la razón, comprende su posición, su originalidad y su fuente de vitalidad. Los átomos y moléculas que componen todos los objetos, bien sea el cuerpo de una persona, una mesa, una piedra, una rana, saben del gran impulso creativo de su propia existencia.
Cada ser humano surge de las antiguas y siempre nuevas fuentes de su propia alma.
Una parte de nuestro conocimiento es consciente y está disponible instantáneamente y otra parte es inconsciente. Siempre sabemos lo que estamos haciendo, aunque no sea de manera consciente. Nuestros ojos saben que ven, aunque no se pueden ver a sí mismos, excepto a través de la reflexión. De la misma manera, el mundo, tal como lo vemos, es una reflexión de lo que somos. No se trata de una reflexión en el espejo, sino de una reflexión en la realidad tridimensional. Proyectamos nuestros pensamientos, sentimientos y expectativas hacia afuera, para enseguida percibirlos como la realidad externa. Cuando pensamos que otros nos están observando, en realidad somos nosotros mismos los que nos observamos, desde el punto de vista de nuestras propias proyecciones.
Somos el cuadro viviente de nosotros mismos. Proyectamos lo que pensamos que somos hacia la realidad de la carne. Nuestros sentimientos, nuestros pensamientos conscientes e inconscientes, en conjunto, alteran y forman nuestra imagen física. Es algo que parece fácil de entender. Lo que es menos fácil de entender es que esos pensamientos y sentimientos también forman nuestra experiencia exterior y que las cosas que nos pasan, aparentemente sin nuestra aprobación, nosotros mismos las iniciamos en nuestro entorno mental y psíquico.
No es casualidad que nuestro cuerpo sea delgado o robusto, bajo o alto, sano o enfermo. Estas características son primero mentales y las proyectamos afuera sobre nuestra imagen. No nacimos ayer, nuestra alma no nació ayer, sino mucho antes de los anales del tiempo, tal como lo entendemos. Las características que teníamos al nacer, obedecen a una razón. El Ser Interior las escogió. Ese Ser Interior también puede cambiar algunas de ellas ahora. Cuando nacemos ya tenemos una historia. Nuestra individualidad siempre está latente en nuestra alma y la historia que nos corresponde está escrita como memoria inconsciente dentro de nuestra mente y en forma codificada en nuestros genes y cromosomas.
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