Muchas personas se imaginan que el Alma es el ego inmortalizado, olvidando que éste, como lo conocemos, es apenas una parte de nuestro ser. Esta parte de la personalidad es la que quisiéramos proyectar hacia el infinito, hacia la inmortalidad. Como las dimensiones de nuestra realidad son poco comprendidas, nuestros conceptos sobre ella son limitados.
Cuando consideramos la “inmortalidad”, deseamos que sea nuestro ego el que evolucione, pero con la idea de que esta evolución no incluirá cambio alguno. Las religiones nos dicen que tenemos un alma y no nos preguntamos que es. La consideramos como algo que poseemos. La personalidad, tal como la conocemos, cambia constantemente y no siempre de la forma prevista.
Nuestro ego, la parte de la personalidad sujeta a la muerte, es mucho más milagroso de lo que nos damos cuenta y tiene muchas más habilidades de las que le asignamos. Aún no entendemos la verdadera naturaleza de la percepción, aún la que se refiere al ser mortal, y mucho menos entenderemos las percepciones del alma. El Alma percibe y crea.
Necesitamos recordar que somos un Alma ahora y por consiguiente ella está percibiendo ahora. Sus métodos de percepción son los mismos ahora que antes de nuestro nacimiento y serán los mismos después de la muerte. El Alma no cambiará sus métodos de percepción o sus características después de nuestra muerte física.
Podemos descubrir qué es el Alma ahora. No es algo que nos espera a la hora de la muerte, ni es algo que debemos salvar o redimir, ni es algo que podemos perder. Cuando empleamos el término “perder o salvar el alma” interpretamos mal su significado o lo distorsionamos, pues el Alma es nuestra parte verdaderamente indestructible.
Nuestra propia personalidad, tal como la conocemos, esa parte de nosotros que consideramos más preciosa y única, nunca será destruida y nunca se perderá. Es una porción de la Entidad, la cual se compone de un grupo de almas. No será absorbida o borrada, ni subyugada o separada por la Entidad. Nuestra individualidad, sea cual sea el concepto que se tiene de ella, continuará existiendo. Seguirá desarrollándose y creciendo.
Sería muy fácil y simple pensar que nuestra individualidad continuará existiendo y dejar la cosa así. Aunque esto significaría una parábola razonable, existen algunos riesgos en la misma simplicidad de la historia. La verdad es que las personalidades que somos ahora, las que hemos sido y las que seremos, en los términos en que interpretamos el tiempo, todas esas personalidades son manifestaciones de la Entidad.
Nuestra Entidad, la Entidad que somos, la Entidad de la que somos una parte, es un fenómeno más creativo y milagroso de lo que suponemos.
Cuando consideramos la “inmortalidad”, deseamos que sea nuestro ego el que evolucione, pero con la idea de que esta evolución no incluirá cambio alguno. Las religiones nos dicen que tenemos un alma y no nos preguntamos que es. La consideramos como algo que poseemos. La personalidad, tal como la conocemos, cambia constantemente y no siempre de la forma prevista.
Nuestro ego, la parte de la personalidad sujeta a la muerte, es mucho más milagroso de lo que nos damos cuenta y tiene muchas más habilidades de las que le asignamos. Aún no entendemos la verdadera naturaleza de la percepción, aún la que se refiere al ser mortal, y mucho menos entenderemos las percepciones del alma. El Alma percibe y crea.
Necesitamos recordar que somos un Alma ahora y por consiguiente ella está percibiendo ahora. Sus métodos de percepción son los mismos ahora que antes de nuestro nacimiento y serán los mismos después de la muerte. El Alma no cambiará sus métodos de percepción o sus características después de nuestra muerte física.
Podemos descubrir qué es el Alma ahora. No es algo que nos espera a la hora de la muerte, ni es algo que debemos salvar o redimir, ni es algo que podemos perder. Cuando empleamos el término “perder o salvar el alma” interpretamos mal su significado o lo distorsionamos, pues el Alma es nuestra parte verdaderamente indestructible.
Nuestra propia personalidad, tal como la conocemos, esa parte de nosotros que consideramos más preciosa y única, nunca será destruida y nunca se perderá. Es una porción de la Entidad, la cual se compone de un grupo de almas. No será absorbida o borrada, ni subyugada o separada por la Entidad. Nuestra individualidad, sea cual sea el concepto que se tiene de ella, continuará existiendo. Seguirá desarrollándose y creciendo.
Sería muy fácil y simple pensar que nuestra individualidad continuará existiendo y dejar la cosa así. Aunque esto significaría una parábola razonable, existen algunos riesgos en la misma simplicidad de la historia. La verdad es que las personalidades que somos ahora, las que hemos sido y las que seremos, en los términos en que interpretamos el tiempo, todas esas personalidades son manifestaciones de la Entidad.
Nuestra Entidad, la Entidad que somos, la Entidad de la que somos una parte, es un fenómeno más creativo y milagroso de lo que suponemos.
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