Recordemos que las unidades de conciencia de las que hemos venido hablando no son neutrales, matemáticas, o mecanisticas. Ellas son los “paquetes” de conciencias más pequeños que se pueda imaginar y, a pesar de ideas en contrario, básicamente, la conciencia no tiene nada que ver con el tamaño. Si ese fuera el caso, se necesitaría un globo del tamaño del mundo para contener la conciencia de una simple célula.
De esta manera, nuestra vida física es el resultado de un espectacular orden espontáneo – el orden de un cuerpo formado espontáneamente por las unidades de conciencia. Nuestra experiencia del mundo está determinada en gran medida por nuestra imaginación y nuestras habilidades de la razón. Estas no se desarrollan a través del tiempo, como las creencias evolucionarias usuales. Tanto la imaginación como la razón pertenecían a la especie desde el principio, pero la especie ha utilizado estas cualidades en formas diferentes a través de lo que concebimos como el tiempo histórico. Existe una gran libertad de acción en este sentido, de tal manera que las dos pueden combinarse de muchas formas alternativas, en la que cada combinación particular nos da su propio y único cuadro de la realidad y determina nuestra experiencia en el mundo.
Nuestras numerosas civilizaciones, hablando en términos históricos, cada una de ellas con sus campos de actividad, sus propias ciencias, sus religiones, su política y su arte, representan las distintas maneras como el hombre ha utilizado la imaginación y la razón, para formar una estructura a través de la cual se experimenta una realidad más o menos cohesiva.
El hombre algunas veces ha afirmado el poder de la imaginación y ha permitido que su luz dramática ilumine los eventos físicos a su alrededor, de manera tal que ellos se ven a través de su espectro. En esas circunstancias, los eventos exteriores se convierten en imanes que atraen la fuerza dramática de la imaginación. Los eventos internos priman sobre los externos. Los objetos del mundo se tornan importantes, no solo por lo que son, sino por lo que representan en el mundo interno como significado. En estos casos, es bastante posible ir tan lejos en ese sentido que los eventos de la naturaleza casi parecen desaparecer en medio del peso de su contenido simbólico.
En tiempos recientes, la tendencia ha estado en dirección opuesta, de tal manera que las habilidades de la imaginación eran consideradas sumamente sospechosas, mientras los eventos externos eran considerados como los únicos aspectos de la realidad. Terminábamos con un tipo de mundo de “falso o verdadero” en el que parecía que las respuestas a las preguntas más profundas sobre la vida se podían responder correcta y adecuadamente con una prueba de opción múltiple. La imaginación del hombre parecía estar aliada con la falsedad, a menos que sus productos se pudieran convertir en ventaja en la existencia materialista. En ese contexto, la imaginación era tolerada solo porque algunas veces ofrecía nuevos inventos tecnológicos.
De esta manera, nuestra vida física es el resultado de un espectacular orden espontáneo – el orden de un cuerpo formado espontáneamente por las unidades de conciencia. Nuestra experiencia del mundo está determinada en gran medida por nuestra imaginación y nuestras habilidades de la razón. Estas no se desarrollan a través del tiempo, como las creencias evolucionarias usuales. Tanto la imaginación como la razón pertenecían a la especie desde el principio, pero la especie ha utilizado estas cualidades en formas diferentes a través de lo que concebimos como el tiempo histórico. Existe una gran libertad de acción en este sentido, de tal manera que las dos pueden combinarse de muchas formas alternativas, en la que cada combinación particular nos da su propio y único cuadro de la realidad y determina nuestra experiencia en el mundo.
Nuestras numerosas civilizaciones, hablando en términos históricos, cada una de ellas con sus campos de actividad, sus propias ciencias, sus religiones, su política y su arte, representan las distintas maneras como el hombre ha utilizado la imaginación y la razón, para formar una estructura a través de la cual se experimenta una realidad más o menos cohesiva.
El hombre algunas veces ha afirmado el poder de la imaginación y ha permitido que su luz dramática ilumine los eventos físicos a su alrededor, de manera tal que ellos se ven a través de su espectro. En esas circunstancias, los eventos exteriores se convierten en imanes que atraen la fuerza dramática de la imaginación. Los eventos internos priman sobre los externos. Los objetos del mundo se tornan importantes, no solo por lo que son, sino por lo que representan en el mundo interno como significado. En estos casos, es bastante posible ir tan lejos en ese sentido que los eventos de la naturaleza casi parecen desaparecer en medio del peso de su contenido simbólico.
En tiempos recientes, la tendencia ha estado en dirección opuesta, de tal manera que las habilidades de la imaginación eran consideradas sumamente sospechosas, mientras los eventos externos eran considerados como los únicos aspectos de la realidad. Terminábamos con un tipo de mundo de “falso o verdadero” en el que parecía que las respuestas a las preguntas más profundas sobre la vida se podían responder correcta y adecuadamente con una prueba de opción múltiple. La imaginación del hombre parecía estar aliada con la falsedad, a menos que sus productos se pudieran convertir en ventaja en la existencia materialista. En ese contexto, la imaginación era tolerada solo porque algunas veces ofrecía nuevos inventos tecnológicos.
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