De acuerdo con los campos de conocimiento establecidos, no le concedemos ninguna realidad subjetiva a las células. No obstante, las células poseen un conocimiento interior de sus propias formas y de otras formas de su entorno inmediato. Se trata de algo distinto al sistema de comunicación, mencionado anteriormente, que opera a niveles biológicos entre las células.
Hasta cierto grado importante, las células poseen curiosidad, un ímpetu hacia la acción, un sentido de su propio equilibrio y una sensación de individualidad, mientras forman parte de un tejido o de un órgano. La identificación biológica de la célula está muy relacionada con el conocimiento preciso de su propia forma o formas. Las células conocen entonces sus propias formas.
Dentro de estructuras celulares tan complicadas como las nuestras, con propiedades mentales únicas, desembocamos en una innata sensación vital de forma y figura. La capacidad para dibujar es una consecuencia natural de esta sensación de la forma, de la curiosidad por la forma. En un nivel bastante consciente, poseemos una imagen biológica propia, que es muy distinta del ser que vemos en un espejo. Se trata de un conocimiento de la forma corporal que viene del interior, constituido por formas y organizaciones celulares operando al máximo. La simple célula tiene curiosidad por su entorno y, en el más avanzado nivel celular nuestro, la curiosidad es ilimitada. Primordialmente, se siente como una curiosidad por las formas: el impulso de tocar, de explorar, de sentir bordes y partes lisas.
Existe una fascinación especial con el espacio mismo, en el que no hay nada para tocar y ninguna forma para percibir. Hemos nacido con una inclinación hacia la exploración de las formas en especial. Dibujar, en la forma más simple, es una extensión de esa inclinación. Cuando se trata de niños en especial, el dibujo les permite expresar formas y figuras que ven primero mentalmente. Cuando dibujan círculos o cuadrados, están tratando de reproducir formas internas y trasladando esas imágenes al exterior, hacia su entorno. Se trata de un acción creativa, muy significativa, porque le proporciona a los niños la experiencia de trasladar eventos percibidos internamente, de naturaleza personal, hacia la realidad física compartida que todo el mundo ve.
Cuando los niños dibujan objetos, están convirtiendo las formas del mundo exterior en sus experiencias mentales personales, adquiriéndolas mentalmente por medio de la interpretación física de las formas.
El arte de dibujar o de pintar, en mayor o menor medida, involucra estos procesos.
La especie escoge las mejores condiciones para exhibir y desarrollar sus capacidades al máximo, teniendo en consideración todas sus otras necesidades y propósitos. El florecimiento de la pintura y la escultura, que tuvo lugar en el tiempo de Miguelangel, no podría haber ocurrido en nuestra probabilidad, después del nacimiento de la tecnología. Tampoco en nuestra época, en la que las imágenes destellan ante nuestros ojos en la televisión o en el cine, en donde esas imágenes brillan en las revistas y anuncios publicitarios. Ahora estamos completamente rodeados de fotografías de todo tipo, pero en aquellos días las imágenes que no eran las proporcionadas por los objetos de la naturaleza eran sumamente raras.
Las personas solo podían ver físicamente lo que se presentaba ante sus ojos. No existían tarjetas postales de los Alpes o de lugares lejanos. La información visual estaba conformada por lo que los ojos podían ver. Aquel era en realidad un tipo diferente de mundo en el cual el bosquejo de un objeto era de considerable valor. Los retratos los poseían solamente los clérigos y la nobleza. Es necesario recordar que el Arte de los grandes maestros era casi desconocido por los campesinos de Europa y mucho más desconocido para el resto del mundo. El Arte era para quienes podían disfrutarlo y para quienes se lo podían permitir. No existían impresos que se pudieran repartir, en un mundo en el que el Arte, la Política y la Religión estaban todos relacionados. La gente pobre veía versiones menores de las pinturas religiosas en sus propias iglesias, hechas por artistas locales de mucho menos merito que aquellas pintadas para los Papas.
El asunto más importante, en aquella época en particular, era el sistema de creencias compartido. Era un sistema de creencias constituido por imágenes que insinuaban figuras que no eran de aquí ni de allá, que no eran completamente terrenales, ni completamente divinas. Representaban una mitología de Dios, ángeles, demonios y toda una serie de personajes bíblicos, que eran imágenes en la imaginación del hombre, imágenes para ser retratadas físicamente. Esas imágenes eran todo un lenguaje artístico. Utilizando estas imágenes, el artista estaba expresándose automáticamente sobre el mundo, los tiempos, Dios y el hombre.
Hasta cierto grado importante, las células poseen curiosidad, un ímpetu hacia la acción, un sentido de su propio equilibrio y una sensación de individualidad, mientras forman parte de un tejido o de un órgano. La identificación biológica de la célula está muy relacionada con el conocimiento preciso de su propia forma o formas. Las células conocen entonces sus propias formas.
Dentro de estructuras celulares tan complicadas como las nuestras, con propiedades mentales únicas, desembocamos en una innata sensación vital de forma y figura. La capacidad para dibujar es una consecuencia natural de esta sensación de la forma, de la curiosidad por la forma. En un nivel bastante consciente, poseemos una imagen biológica propia, que es muy distinta del ser que vemos en un espejo. Se trata de un conocimiento de la forma corporal que viene del interior, constituido por formas y organizaciones celulares operando al máximo. La simple célula tiene curiosidad por su entorno y, en el más avanzado nivel celular nuestro, la curiosidad es ilimitada. Primordialmente, se siente como una curiosidad por las formas: el impulso de tocar, de explorar, de sentir bordes y partes lisas.
Existe una fascinación especial con el espacio mismo, en el que no hay nada para tocar y ninguna forma para percibir. Hemos nacido con una inclinación hacia la exploración de las formas en especial. Dibujar, en la forma más simple, es una extensión de esa inclinación. Cuando se trata de niños en especial, el dibujo les permite expresar formas y figuras que ven primero mentalmente. Cuando dibujan círculos o cuadrados, están tratando de reproducir formas internas y trasladando esas imágenes al exterior, hacia su entorno. Se trata de un acción creativa, muy significativa, porque le proporciona a los niños la experiencia de trasladar eventos percibidos internamente, de naturaleza personal, hacia la realidad física compartida que todo el mundo ve.
Cuando los niños dibujan objetos, están convirtiendo las formas del mundo exterior en sus experiencias mentales personales, adquiriéndolas mentalmente por medio de la interpretación física de las formas.
El arte de dibujar o de pintar, en mayor o menor medida, involucra estos procesos.
La especie escoge las mejores condiciones para exhibir y desarrollar sus capacidades al máximo, teniendo en consideración todas sus otras necesidades y propósitos. El florecimiento de la pintura y la escultura, que tuvo lugar en el tiempo de Miguelangel, no podría haber ocurrido en nuestra probabilidad, después del nacimiento de la tecnología. Tampoco en nuestra época, en la que las imágenes destellan ante nuestros ojos en la televisión o en el cine, en donde esas imágenes brillan en las revistas y anuncios publicitarios. Ahora estamos completamente rodeados de fotografías de todo tipo, pero en aquellos días las imágenes que no eran las proporcionadas por los objetos de la naturaleza eran sumamente raras.
Las personas solo podían ver físicamente lo que se presentaba ante sus ojos. No existían tarjetas postales de los Alpes o de lugares lejanos. La información visual estaba conformada por lo que los ojos podían ver. Aquel era en realidad un tipo diferente de mundo en el cual el bosquejo de un objeto era de considerable valor. Los retratos los poseían solamente los clérigos y la nobleza. Es necesario recordar que el Arte de los grandes maestros era casi desconocido por los campesinos de Europa y mucho más desconocido para el resto del mundo. El Arte era para quienes podían disfrutarlo y para quienes se lo podían permitir. No existían impresos que se pudieran repartir, en un mundo en el que el Arte, la Política y la Religión estaban todos relacionados. La gente pobre veía versiones menores de las pinturas religiosas en sus propias iglesias, hechas por artistas locales de mucho menos merito que aquellas pintadas para los Papas.
El asunto más importante, en aquella época en particular, era el sistema de creencias compartido. Era un sistema de creencias constituido por imágenes que insinuaban figuras que no eran de aquí ni de allá, que no eran completamente terrenales, ni completamente divinas. Representaban una mitología de Dios, ángeles, demonios y toda una serie de personajes bíblicos, que eran imágenes en la imaginación del hombre, imágenes para ser retratadas físicamente. Esas imágenes eran todo un lenguaje artístico. Utilizando estas imágenes, el artista estaba expresándose automáticamente sobre el mundo, los tiempos, Dios y el hombre.
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