Podríamos decir que el hombre cree en demonios porque cree en dioses, que empezó a creer en demonios cuando, por primera vez, tuvo un sentimiento de culpa. Paralelo al sentimiento de culpa, se inicio el de la compasión. Los animales tienen un sentido de justicia que aun no comprendemos. Dentro de ese inocente sentido de justicia, existe una compasión biológica, entendida en los más profundos niveles celulares.
El nacimiento de la conciencia del hombre ocurrió cuando la especie se percató de su libre albedrío. La compasión surgió de la estructura biológica a una nueva realidad emocional. La nueva conciencia aceptó su triunfo inicial –la libertad- y se enfrentó a la responsabilidad por sus acciones concientes y al nacimiento del sentimiento de culpa.
Cuando el gato, casi como jugando, mata un ratón y se le come, no lo podemos considerar malo. No existe culpa. En términos biológicos, los dos animales lo entienden. La conciencia del ratón, ante el íntimo conocimiento de un sufrimiento inminente, deja su cuerpo. El ratón mismo ha sido cazador y presa. A ciertos niveles, tanto el gato como el ratón entienden la naturaleza de la energía vital que comparten y no sienten celos por su propia individualidad. Esto no quiere decir que no van a luchar por sobrevivir, sino que tienen un íntimo sentimiento de unidad con la naturaleza, que les indica que no van a desaparecer.
El hombre, buscando su propio camino con su nueva conciencia, dio un paso afuera de esa estructura. El conocimiento innato de los animales dio paso al nacimiento de la compasión biológica y esta se convirtió en una realización emocional.
El cazador, liberado de la cortesía animal, se ve forzado a identificarse con su presa. Va a matar y lo van a matar. El balance de la vida los sostiene a todos. Ahora sabrá, conscientemente, lo que siempre supo. Este es el real significado de la culpa y su estructura natural. Tenemos que preservar la vida conscientemente, de la misma manera como los animales la preservan inconscientemente.
La interpretación que el hombre le ha dado al sentimiento de culpa natural ha sido terrible.
La culpa es el lado opuesto de la compasión. Su propósito inicial fue permitirnos tener empatía con los de nuestra especie y con otros miembros de la creación, de manera tal que pudiésemos controlar conscientemente lo que previamente manejábamos a nivel biológico.
El sentimiento de culpa ha tenido una firme base natural. Cuando se pervierte, se usa mal o no entendemos su real significado, sus consecuencias son terribles. Si nos sentimos culpables por leer algún libro o por tener ciertos pensamientos, vamos a enfrentar riesgos muy particulares. Si creemos que algo está mal, en nuestra experiencia lo estará y lo consideraremos negativo. De esta manera tendremos una culpa “no natural” que no merecemos pero aceptamos.
De acuerdo con nuestro sistema de creencias, podemos proyectar este sentimiento de culpa no natural a otras personas: a un enemigo, a una raza, a personas de otras creencias religiosas.
Si tenemos inclinaciones religiosas, y si ellas son fundamentalistas, culpamos al demonio por nuestro comportamiento. De la misma manera como el cuerpo crea anticuerpos para regularse a sí mismo, nosotros creamos “anticuerpos” mentales y emocionales, ideas y pensamientos “buenos” que nos protejan de las fantasías, ideas o pensamientos que consideramos “malos”.
Por temor a nuestros pensamientos negativos, muy a menudo intentamos negar el desarrollo de una agresividad normal. Cuando aparecen, de inmediato hacemos uso de nuestros anticuerpos mentales. Al hacer esto, impedimos la validación de nuestra propia experiencia. Si no sentimos nuestra realidad individual, nunca nos daremos cuenta de que nosotros mismos la creamos y, por lo tanto, que estamos en capacidad de cambiarla. Al negar este tipo de experiencias y los bloqueos de energía que conllevan, acumulamos innecesariamente sentimientos de culpa no naturales.
Es cuando la acumulación de energía busca salida. Ante el más pequeño inconveniente reaccionamos de manera explosiva En varias ocasiones hemos sentido la necesidad de decirle a alguien que no nos moleste. Sin embargo, no lo hacemos por temor a herir sus sentimientos o a expresarnos con mucha rudeza. Pero la ocasión era la adecuada para expresar nuestra opinión calmadamente y esta sería recibida en igual forma.
Por no aceptar nuestros sentimientos y mucho menos expresarlos, en la próxima oportunidad explotamos, aparentemente sin razón, e iniciamos una discusión completamente injustificada. La otra persona no tiene ni idea de porque reaccionamos de esa manera y se sentirá profundamente herida. Nuestro sentimiento de culpa crecerá.
El sentimiento de culpa natural está íntimamente conectado con la memoria y surgió de la mano de la experiencia humana con el tiempo, el pasado, el presente y el futuro. El sentimiento de culpa natural significó una medida preventiva. Necesitábamos de la existencia de un sofisticado sistema de memoria con el cual juzgar situaciones y experiencias actuales en relación con las recordadas, permitiendo evaluarlas en momentos de reflexión. Aquellas actuaciones que en el pasado nos hicieron tener el sentimiento de culpa natural, deberíamos evitarlas en el futuro.
Este sentimiento de culpa natural no tiene nada que ver con el castigo, tal como lo interpretamos. Como lo expresamos, es una medida preventiva. Si en algún momento actuamos de forma inapropiada, con violación de la naturaleza, tendremos el sentimiento de culpa que impedirá que en el futuro lo volvamos a repetir
El nacimiento de la conciencia del hombre ocurrió cuando la especie se percató de su libre albedrío. La compasión surgió de la estructura biológica a una nueva realidad emocional. La nueva conciencia aceptó su triunfo inicial –la libertad- y se enfrentó a la responsabilidad por sus acciones concientes y al nacimiento del sentimiento de culpa.
Cuando el gato, casi como jugando, mata un ratón y se le come, no lo podemos considerar malo. No existe culpa. En términos biológicos, los dos animales lo entienden. La conciencia del ratón, ante el íntimo conocimiento de un sufrimiento inminente, deja su cuerpo. El ratón mismo ha sido cazador y presa. A ciertos niveles, tanto el gato como el ratón entienden la naturaleza de la energía vital que comparten y no sienten celos por su propia individualidad. Esto no quiere decir que no van a luchar por sobrevivir, sino que tienen un íntimo sentimiento de unidad con la naturaleza, que les indica que no van a desaparecer.
El hombre, buscando su propio camino con su nueva conciencia, dio un paso afuera de esa estructura. El conocimiento innato de los animales dio paso al nacimiento de la compasión biológica y esta se convirtió en una realización emocional.
El cazador, liberado de la cortesía animal, se ve forzado a identificarse con su presa. Va a matar y lo van a matar. El balance de la vida los sostiene a todos. Ahora sabrá, conscientemente, lo que siempre supo. Este es el real significado de la culpa y su estructura natural. Tenemos que preservar la vida conscientemente, de la misma manera como los animales la preservan inconscientemente.
La interpretación que el hombre le ha dado al sentimiento de culpa natural ha sido terrible.
La culpa es el lado opuesto de la compasión. Su propósito inicial fue permitirnos tener empatía con los de nuestra especie y con otros miembros de la creación, de manera tal que pudiésemos controlar conscientemente lo que previamente manejábamos a nivel biológico.
El sentimiento de culpa ha tenido una firme base natural. Cuando se pervierte, se usa mal o no entendemos su real significado, sus consecuencias son terribles. Si nos sentimos culpables por leer algún libro o por tener ciertos pensamientos, vamos a enfrentar riesgos muy particulares. Si creemos que algo está mal, en nuestra experiencia lo estará y lo consideraremos negativo. De esta manera tendremos una culpa “no natural” que no merecemos pero aceptamos.
De acuerdo con nuestro sistema de creencias, podemos proyectar este sentimiento de culpa no natural a otras personas: a un enemigo, a una raza, a personas de otras creencias religiosas.
Si tenemos inclinaciones religiosas, y si ellas son fundamentalistas, culpamos al demonio por nuestro comportamiento. De la misma manera como el cuerpo crea anticuerpos para regularse a sí mismo, nosotros creamos “anticuerpos” mentales y emocionales, ideas y pensamientos “buenos” que nos protejan de las fantasías, ideas o pensamientos que consideramos “malos”.
Por temor a nuestros pensamientos negativos, muy a menudo intentamos negar el desarrollo de una agresividad normal. Cuando aparecen, de inmediato hacemos uso de nuestros anticuerpos mentales. Al hacer esto, impedimos la validación de nuestra propia experiencia. Si no sentimos nuestra realidad individual, nunca nos daremos cuenta de que nosotros mismos la creamos y, por lo tanto, que estamos en capacidad de cambiarla. Al negar este tipo de experiencias y los bloqueos de energía que conllevan, acumulamos innecesariamente sentimientos de culpa no naturales.
Es cuando la acumulación de energía busca salida. Ante el más pequeño inconveniente reaccionamos de manera explosiva En varias ocasiones hemos sentido la necesidad de decirle a alguien que no nos moleste. Sin embargo, no lo hacemos por temor a herir sus sentimientos o a expresarnos con mucha rudeza. Pero la ocasión era la adecuada para expresar nuestra opinión calmadamente y esta sería recibida en igual forma.
Por no aceptar nuestros sentimientos y mucho menos expresarlos, en la próxima oportunidad explotamos, aparentemente sin razón, e iniciamos una discusión completamente injustificada. La otra persona no tiene ni idea de porque reaccionamos de esa manera y se sentirá profundamente herida. Nuestro sentimiento de culpa crecerá.
El sentimiento de culpa natural está íntimamente conectado con la memoria y surgió de la mano de la experiencia humana con el tiempo, el pasado, el presente y el futuro. El sentimiento de culpa natural significó una medida preventiva. Necesitábamos de la existencia de un sofisticado sistema de memoria con el cual juzgar situaciones y experiencias actuales en relación con las recordadas, permitiendo evaluarlas en momentos de reflexión. Aquellas actuaciones que en el pasado nos hicieron tener el sentimiento de culpa natural, deberíamos evitarlas en el futuro.
Este sentimiento de culpa natural no tiene nada que ver con el castigo, tal como lo interpretamos. Como lo expresamos, es una medida preventiva. Si en algún momento actuamos de forma inapropiada, con violación de la naturaleza, tendremos el sentimiento de culpa que impedirá que en el futuro lo volvamos a repetir
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