Más que cualquier otra cosa, por nuestra parte es una simple negativa a admitir en nuestra existencia alguna cosa que no sea un patrón de camuflaje. Por supuesto que los patrones de camuflaje son esenciales en cualquier realidad, con algunas excepciones, ya que cada tipo representa la verdadera forma de la realidad y las diferentes características dentro de ella. Sin embargo, es posible, y en realidad mucho mas eficiente y simple, aceptar este hecho y también darnos cuenta y admitir la vitalidad interior que esta detrás del camuflaje.
Hemos mencionado anteriormente que con frecuencia la conciencia se convierte en el subconsciente y viceversa. Esto, ciertamente, no se convertiría en una sorpresa. Nos hemos familiarizado con ello en nuestra existencia diaria. No se trata de una ocurrencia aislada que se presenta una vez en la vida y, sin embargo, como regla general, la humanidad lo ha ignorado totalmente. En el sueño, la conciencia realmente se convierte en el subconsciente y éste, de la manera más real posible, se vuelve consciente. Cada hombre, instintivamente, sabe este hecho simple y, sin embargo, cada hombre tercamente se rehúsa a admitirlo.
La parte nuestra que sueña es el “Yo”. Es una parte tan nuestra como la que opera de cualquier otra manera. La parte nuestra que sueña, es la parte nuestra que respira. Y, ciertamente, esta parte es tan legitima y realmente más necesaria para nosotros como unidad total, en lo que se refiere a la supervivencia en nuestra realidad física, que la parte que también juega bridge. Seria ridículo suponer que un asunto tan vital como la respiración fuera delegado a una especie de pariente pobre de inferior personalidad, subordinado y casi completamente separado.
Como la respiración se lleva a cabo de una manera que parece automática para la mente consciente, esta importante función de transformar la vitalidad del universo en unidades de patrón, también parece llevarse a cabo automáticamente. Sin embargo, esta transformación no es tan aparente para una parte nuestra que gustosamente reconocemos y que por lo tanto parece como si esta transformación se llevara a cabo por alguien aun más distante y extraño que la parte no reconocida de nosotros mismos que respira.
Muy probablemente ni siquiera admitiríamos que hemos respirado en absoluto, si no tuviéramos la evidencia tangible ante nuestros ojos y, sin embargo, tenemos la evidencia del mundo camuflado de apariencia física ante nuestros ojos. Lo aceptamos y elaboramos fantasías inverosímiles para explicar su existencia, en lugar de enfrentar los hechos.
Como sabemos que de alguna manera respiramos, sin enterarnos conscientemente de los mecanismos involucrados y a pesar de nuestras inclinaciones, estamos forzados a admitir que no hacemos nuestra propia respiración.
Cuando atravesamos un cuarto, estamos forzados a admitir que nosotros mismos causamos el movimiento para atravesar el cuarto, aunque conscientemente no tenemos ni idea de querer mover los músculos, o de estimular uno u otro músculo. Aun en este caso, aunque admitimos estas cosas, no creemos en ellas. En nuestros momentos tranquilos y desprevenidos, todavía nos preguntamos quien respira, quien sueña, y aun quien se mueve. Seria mucho más fácil admitir libre y sinceramente el hecho simple de que no nos enteramos conscientemente de vitales e importantes partes de nosotros mismos y de que somos mucho más de lo que creemos ser.
Puesto que es tan difícil para el hombre reconocer el ser que mueve sus propios músculos y respira su propio aliento, se debe suponer que no seria sorprendente que no pueda darse cuenta de que su ser total también forma el mundo camuflado de la apariencia física, casi de la misma manera como forma un patrón con su aliento sobre el vidrio de una ventana.
Hemos mencionado anteriormente que con frecuencia la conciencia se convierte en el subconsciente y viceversa. Esto, ciertamente, no se convertiría en una sorpresa. Nos hemos familiarizado con ello en nuestra existencia diaria. No se trata de una ocurrencia aislada que se presenta una vez en la vida y, sin embargo, como regla general, la humanidad lo ha ignorado totalmente. En el sueño, la conciencia realmente se convierte en el subconsciente y éste, de la manera más real posible, se vuelve consciente. Cada hombre, instintivamente, sabe este hecho simple y, sin embargo, cada hombre tercamente se rehúsa a admitirlo.
La parte nuestra que sueña es el “Yo”. Es una parte tan nuestra como la que opera de cualquier otra manera. La parte nuestra que sueña, es la parte nuestra que respira. Y, ciertamente, esta parte es tan legitima y realmente más necesaria para nosotros como unidad total, en lo que se refiere a la supervivencia en nuestra realidad física, que la parte que también juega bridge. Seria ridículo suponer que un asunto tan vital como la respiración fuera delegado a una especie de pariente pobre de inferior personalidad, subordinado y casi completamente separado.
Como la respiración se lleva a cabo de una manera que parece automática para la mente consciente, esta importante función de transformar la vitalidad del universo en unidades de patrón, también parece llevarse a cabo automáticamente. Sin embargo, esta transformación no es tan aparente para una parte nuestra que gustosamente reconocemos y que por lo tanto parece como si esta transformación se llevara a cabo por alguien aun más distante y extraño que la parte no reconocida de nosotros mismos que respira.
Muy probablemente ni siquiera admitiríamos que hemos respirado en absoluto, si no tuviéramos la evidencia tangible ante nuestros ojos y, sin embargo, tenemos la evidencia del mundo camuflado de apariencia física ante nuestros ojos. Lo aceptamos y elaboramos fantasías inverosímiles para explicar su existencia, en lugar de enfrentar los hechos.
Como sabemos que de alguna manera respiramos, sin enterarnos conscientemente de los mecanismos involucrados y a pesar de nuestras inclinaciones, estamos forzados a admitir que no hacemos nuestra propia respiración.
Cuando atravesamos un cuarto, estamos forzados a admitir que nosotros mismos causamos el movimiento para atravesar el cuarto, aunque conscientemente no tenemos ni idea de querer mover los músculos, o de estimular uno u otro músculo. Aun en este caso, aunque admitimos estas cosas, no creemos en ellas. En nuestros momentos tranquilos y desprevenidos, todavía nos preguntamos quien respira, quien sueña, y aun quien se mueve. Seria mucho más fácil admitir libre y sinceramente el hecho simple de que no nos enteramos conscientemente de vitales e importantes partes de nosotros mismos y de que somos mucho más de lo que creemos ser.
Puesto que es tan difícil para el hombre reconocer el ser que mueve sus propios músculos y respira su propio aliento, se debe suponer que no seria sorprendente que no pueda darse cuenta de que su ser total también forma el mundo camuflado de la apariencia física, casi de la misma manera como forma un patrón con su aliento sobre el vidrio de una ventana.
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