La actual inclinación al racionalismo orientado científicamente, hace que surjan algunas dificultades. Algunas de esas dificultades están en la manera como se define al individuo. Como especie, nos consideramos el “pináculo” de una escala evolutiva, como si todas las otras entidades, desde la primera célula en adelante, existieran de alguna manera en una línea continua de progresión, culminando en los animales y, finalmente, culminando con el hombre, el animal racional. Incidentalmente, con todo ese progreso ocurriendo por casualidad, por supuesto.
Esa mezcla particular de pensamiento racional, con el que nuestra sociedad se ha familiarizado, da casi por sentado que la identidad del hombre como especie y la identidad del individuo está conectada primero que todo y principalmente con el intelecto. Nos identificamos a nosotros mismos con el intelecto primordialmente, haciendo a un lado, tanto como sea posible, otros elementos igualmente vitales de nuestra personalidad.
En nuestro pasado histórico, cuando el hombre identificaba su identidad con el alma, realmente se permitía una mayor libertad de acción en términos de movilidad psicológica. Sin embargo, el concepto del alma así establecido eventualmente daba como resultado la desconfianza en el intelecto. Ese resultado era la consecuencia inevitable del dogma. Parte de la excesiva identificación del hombre con el intelecto, es una reacción exagerada a esos eventos históricos del pasado. Ni la ciencia ni la religión le garantizan a las otras criaturas alguna dimensión subjetiva. Nos agrada considerarnos como el animal racional, en términos de nuestra especie. Sin embargo, los animales si razonan. No razonan en las mismas áreas en las que nosotros lo hacemos. En aquellas áreas en las que razonan, entienden causa y efecto bastante bien. No obstante, su razonamiento se aplica en niveles de actividad en los cuales nuestro propio razonamiento no aplica. Por consiguiente, el razonamiento de los animales no es evidente para nosotros en la mayoría de los casos. Los animales son curiosos y su curiosidad corresponde a áreas en las cuales nosotros rara vez aplicamos la nuestra.
Los animales poseen una conciencia de ser, sin el intelecto humano. Nosotros no necesitamos el intelecto humano para estar conscientes de nuestra propia conciencia. Es verdad que los animales no reflejan la naturaleza de sus propias identidades como lo hace el hombre, pero ello se debe a que la naturaleza es comprendida intuitivamente. Es evidente por sí misma.
Lo que queremos indicar es que el sentimiento de identidad no se acopla inevitablemente con el intelecto solamente. El intelecto es parte de nosotros. Es una parte vital y funcional de nuestros procesos cognitivos, pero no contiene nuestra identidad.
La persona natural se entiende mejor, quizá más claramente, considerando a cualquier persona como un niño. En cierta forma, el niño descubre su propio intelecto de la misma manera como descubre sus propios sentimientos. Los sentimientos están primero. Los sentimientos del niño hacen surgir la curiosidad, los pensamientos y el funcionamiento del intelecto: “Por que me siento así? Por que la hierba es suave y la roca dura? Por que una dulce caricia me calma, mientras una bofetada me duele?”
Los sentimientos y las sensaciones hacen surgir las preguntas, los pensamientos y el intelecto. En cierta forma, el niño siente surgir sus propios pensamientos desde una invisibilidad psicológica relativa, hasta convertirse en una formación vital inmediata. Existe un proceso ahí, que hemos olvidado. El niño se identifica con su propia realidad psíquica primero que todo, y enseguida descubre sus sentimientos, y los afirma, descubre sus pensamientos y su intelecto, y los afirma.
El niño primero explora los componentes de su entorno psicológico, los elementos interiores de conocimiento subjetivo, y afirma ese territorio interior, pero el niño no identifica su ser básico con sus sentimientos o con sus pensamientos. Esta es la razón por la que los niños pequeños pueden morir tan fácilmente. Ellos mismos se pueden desprender, porque aun no han identificado sus seres básicos con la experiencia de la vida.
En la mayoría de los casos los niños crecen, aunque en el inmenso esquema total de la naturaleza, una buena parte de los individuos toman otros caminos, sirven otras funciones, tienen otros propósitos y forman parte de la vida por medio de una actividad diferente. Los niños afectan la vida, mientras ellos mismos no se sumergen totalmente en ella. Mueren jóvenes, o son abortados. Sin embargo, permanecen como un elemento importante en el esquema general de la vida, como una subyacente base psicológica que siempre va a afectar las versiones posteriores. Finalmente, los niños afirman sus sentimientos y sus pensamientos como propios. Se identifican naturalmente con ambos, encontrándolos validos y vitales.
Cuando llegamos a la edad adulta, ya hemos aprendido a desconectar nuestra identidad de nuestros sentimientos, tanto como es posible, y a concebir nuestra personalidad en términos de nuestra orientación intelectual. Nuestra identidad parece estar en la cabeza. Nuestros sentimientos y nuestra actividad mental con frecuencia se muestran bastante contradictorios. Tratamos de resolver todos los problemas con el uso de la razón exclusivamente. Se nos enseña a sumergir las mismas habilidades intuitivas que el intelecto necesita para hacer su trabajo, ya que el intelecto debe comprobar, con la parte correspondiente a los sentimientos del ser, la información, el apoyo y el conocimiento, en cuanto a las condiciones biológicas. Cuando se le niega esa información, puede girar indefinidamente en una frenética carrera. En cada momento, desde los niveles más microscópicos, el cuerpo esta estableciendo el cuadro constante de su posición dentro de la realidad física. Ese cuadro esta compuesto de millones de las más pequeñas tomas, como en las películas de cine, siempre cambiantes, determinando tantas condiciones, posiciones y relaciones, que nunca podrían ser descritas. Lo que tenemos al final es un cuadro de la realidad predominante en un determinado momento, que es el resultado de la actividad de estratos psicológicos, biológicos y electromagnéticos. Un cuadro es transpuesto sobre los otros y se hacen cálculos constantemente, de tal manera que todos los componentes que forman la existencia física se encuentran e intersectan para darnos la vida.
Nada de eso le concierne al intelecto, en un nivel intelectual. A un nivel biológico y a un nivel electromagnético, el intelecto ejecuta hazañas que no puede conocer conscientemente con la utilización de su razón. Espontáneamente, con los procesos mencionados se han tomado también millones de cuadros de acciones probables que serán, o podrán ser, necesarios en el momento inmediatamente siguiente, desde la acción microscópica, hasta el movimiento de un músculo, la conducción de un auto, la lectura de un libro, etc.
Uno de los principales propósitos del intelecto es darnos una opción consciente en un mundo de probabilidades. Para hacerlo apropiadamente, el intelecto debe tomar decisiones claras y concisas, en su nivel, de asuntos que le conciernen, y enseguida presentar su propio cuadro de la realidad para ser sumado a la construcción total. Por una parte, se nos ha dicho que nos identifiquemos casi completamente con nuestros intelectos. Por la otra, se nos ha enseñado que el intelecto, la “flor de la conciencia”, es un aditamento frágil y vulnerable, una creación del azar, sin sentido y sin soporte. Decimos sin soporte, porque creemos que “por debajo de él” yacen “los instintos primitivos, animalisticos y sanguinarios”, contra los cuales la razón debe ejercer toda la fortaleza que tiene.
A pesar de todo eso, hombres y mujeres todavía encuentran la solución a muchos de sus problemas redescubriendo el sentido de identidad más grande, sentido de identidad que acepta las intuiciones y los sentimientos, los sueños y las esperanzas mágicas, como características vitales de la personalidad y no como aditamentos de ella. Automáticamente, todas esas otras características, frecuentemente puestas a un lado, empiezan a adicionar su riqueza, satisfacción y vitalidad a nuestras vidas, sin esfuerzo alguno.
Esa mezcla particular de pensamiento racional, con el que nuestra sociedad se ha familiarizado, da casi por sentado que la identidad del hombre como especie y la identidad del individuo está conectada primero que todo y principalmente con el intelecto. Nos identificamos a nosotros mismos con el intelecto primordialmente, haciendo a un lado, tanto como sea posible, otros elementos igualmente vitales de nuestra personalidad.
En nuestro pasado histórico, cuando el hombre identificaba su identidad con el alma, realmente se permitía una mayor libertad de acción en términos de movilidad psicológica. Sin embargo, el concepto del alma así establecido eventualmente daba como resultado la desconfianza en el intelecto. Ese resultado era la consecuencia inevitable del dogma. Parte de la excesiva identificación del hombre con el intelecto, es una reacción exagerada a esos eventos históricos del pasado. Ni la ciencia ni la religión le garantizan a las otras criaturas alguna dimensión subjetiva. Nos agrada considerarnos como el animal racional, en términos de nuestra especie. Sin embargo, los animales si razonan. No razonan en las mismas áreas en las que nosotros lo hacemos. En aquellas áreas en las que razonan, entienden causa y efecto bastante bien. No obstante, su razonamiento se aplica en niveles de actividad en los cuales nuestro propio razonamiento no aplica. Por consiguiente, el razonamiento de los animales no es evidente para nosotros en la mayoría de los casos. Los animales son curiosos y su curiosidad corresponde a áreas en las cuales nosotros rara vez aplicamos la nuestra.
Los animales poseen una conciencia de ser, sin el intelecto humano. Nosotros no necesitamos el intelecto humano para estar conscientes de nuestra propia conciencia. Es verdad que los animales no reflejan la naturaleza de sus propias identidades como lo hace el hombre, pero ello se debe a que la naturaleza es comprendida intuitivamente. Es evidente por sí misma.
Lo que queremos indicar es que el sentimiento de identidad no se acopla inevitablemente con el intelecto solamente. El intelecto es parte de nosotros. Es una parte vital y funcional de nuestros procesos cognitivos, pero no contiene nuestra identidad.
La persona natural se entiende mejor, quizá más claramente, considerando a cualquier persona como un niño. En cierta forma, el niño descubre su propio intelecto de la misma manera como descubre sus propios sentimientos. Los sentimientos están primero. Los sentimientos del niño hacen surgir la curiosidad, los pensamientos y el funcionamiento del intelecto: “Por que me siento así? Por que la hierba es suave y la roca dura? Por que una dulce caricia me calma, mientras una bofetada me duele?”
Los sentimientos y las sensaciones hacen surgir las preguntas, los pensamientos y el intelecto. En cierta forma, el niño siente surgir sus propios pensamientos desde una invisibilidad psicológica relativa, hasta convertirse en una formación vital inmediata. Existe un proceso ahí, que hemos olvidado. El niño se identifica con su propia realidad psíquica primero que todo, y enseguida descubre sus sentimientos, y los afirma, descubre sus pensamientos y su intelecto, y los afirma.
El niño primero explora los componentes de su entorno psicológico, los elementos interiores de conocimiento subjetivo, y afirma ese territorio interior, pero el niño no identifica su ser básico con sus sentimientos o con sus pensamientos. Esta es la razón por la que los niños pequeños pueden morir tan fácilmente. Ellos mismos se pueden desprender, porque aun no han identificado sus seres básicos con la experiencia de la vida.
En la mayoría de los casos los niños crecen, aunque en el inmenso esquema total de la naturaleza, una buena parte de los individuos toman otros caminos, sirven otras funciones, tienen otros propósitos y forman parte de la vida por medio de una actividad diferente. Los niños afectan la vida, mientras ellos mismos no se sumergen totalmente en ella. Mueren jóvenes, o son abortados. Sin embargo, permanecen como un elemento importante en el esquema general de la vida, como una subyacente base psicológica que siempre va a afectar las versiones posteriores. Finalmente, los niños afirman sus sentimientos y sus pensamientos como propios. Se identifican naturalmente con ambos, encontrándolos validos y vitales.
Cuando llegamos a la edad adulta, ya hemos aprendido a desconectar nuestra identidad de nuestros sentimientos, tanto como es posible, y a concebir nuestra personalidad en términos de nuestra orientación intelectual. Nuestra identidad parece estar en la cabeza. Nuestros sentimientos y nuestra actividad mental con frecuencia se muestran bastante contradictorios. Tratamos de resolver todos los problemas con el uso de la razón exclusivamente. Se nos enseña a sumergir las mismas habilidades intuitivas que el intelecto necesita para hacer su trabajo, ya que el intelecto debe comprobar, con la parte correspondiente a los sentimientos del ser, la información, el apoyo y el conocimiento, en cuanto a las condiciones biológicas. Cuando se le niega esa información, puede girar indefinidamente en una frenética carrera. En cada momento, desde los niveles más microscópicos, el cuerpo esta estableciendo el cuadro constante de su posición dentro de la realidad física. Ese cuadro esta compuesto de millones de las más pequeñas tomas, como en las películas de cine, siempre cambiantes, determinando tantas condiciones, posiciones y relaciones, que nunca podrían ser descritas. Lo que tenemos al final es un cuadro de la realidad predominante en un determinado momento, que es el resultado de la actividad de estratos psicológicos, biológicos y electromagnéticos. Un cuadro es transpuesto sobre los otros y se hacen cálculos constantemente, de tal manera que todos los componentes que forman la existencia física se encuentran e intersectan para darnos la vida.
Nada de eso le concierne al intelecto, en un nivel intelectual. A un nivel biológico y a un nivel electromagnético, el intelecto ejecuta hazañas que no puede conocer conscientemente con la utilización de su razón. Espontáneamente, con los procesos mencionados se han tomado también millones de cuadros de acciones probables que serán, o podrán ser, necesarios en el momento inmediatamente siguiente, desde la acción microscópica, hasta el movimiento de un músculo, la conducción de un auto, la lectura de un libro, etc.
Uno de los principales propósitos del intelecto es darnos una opción consciente en un mundo de probabilidades. Para hacerlo apropiadamente, el intelecto debe tomar decisiones claras y concisas, en su nivel, de asuntos que le conciernen, y enseguida presentar su propio cuadro de la realidad para ser sumado a la construcción total. Por una parte, se nos ha dicho que nos identifiquemos casi completamente con nuestros intelectos. Por la otra, se nos ha enseñado que el intelecto, la “flor de la conciencia”, es un aditamento frágil y vulnerable, una creación del azar, sin sentido y sin soporte. Decimos sin soporte, porque creemos que “por debajo de él” yacen “los instintos primitivos, animalisticos y sanguinarios”, contra los cuales la razón debe ejercer toda la fortaleza que tiene.
A pesar de todo eso, hombres y mujeres todavía encuentran la solución a muchos de sus problemas redescubriendo el sentido de identidad más grande, sentido de identidad que acepta las intuiciones y los sentimientos, los sueños y las esperanzas mágicas, como características vitales de la personalidad y no como aditamentos de ella. Automáticamente, todas esas otras características, frecuentemente puestas a un lado, empiezan a adicionar su riqueza, satisfacción y vitalidad a nuestras vidas, sin esfuerzo alguno.
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