En términos históricos, el hombre primitivo tenía una relación más consciente que la nuestra con la Estructura 2. Existen muchos grados de conciencia y el hombre primitivo utilizaba su conciencia de maneras diferentes a las que nos son familiares, ya que, con frecuencia, percibía lo que llamamos productos de la imaginación como información sensorial, más o menos objetiva, en el mundo físico.
La imaginación siempre se ha entendido con la creatividad y cuando el hombre empezó a acomodarse a un tipo de conciencia que involucraba causa y efecto, nunca más percibió los productos de su imaginación directamente, a la vieja manera. En aquel tiempo, ya se había dado cuenta que las enfermedades y la salud era resultado de su imaginación, porque experimentaba mucho más directamente el carácter brillante de su propia imaginación. Las líneas divisorias entre la experiencia imaginaria y la experiencia física se han tornado borrosas para nosotros y también han sido moderadas por otras creencias y por las experiencias que esas creencias engendran.
Aunque difícil de entender, el hombre primitivo sabía que ningún hombre resultaba herido o lastimado, sin que primero ese evento hubiera sido imaginado de una u otra manera. Por eso se utilizaban curaciones imaginarias, en las que las enfermedades físicas se curaban imaginativamente, y en aquellos días la curación funcionaba.
A pesar de lo que nos relata la historia, el hombre primitivo era bastante saludable. Tenía huesos y dentadura fuertes. Se enfrentaba al mundo físico utilizando a propósito su imaginación, de una manera que ahora es difícil de entender. Sabía que era mortal y debía morir, pero su mayor conocimiento de la Estructura 2 le permitía una mayor identificación. Entendía que la muerte no solo era una necesidad natural, sino también una oportunidad para otros tipos de experiencias y desarrollos.
El hombre primitivo sentía más agudamente su relación con la naturaleza, experimentándola de una manera totalmente diferente a como lo hacemos nosotros ahora. Sentía que la naturaleza era la más grande expresión de su propio estado de ánimo y temperamento. Sentía que era la materialización de eventos personales demasiado vastos para estar contenidos dentro del cuerpo de un individuo, o de un grupo de individuos.
El hombre primitivo se preguntaba hacia donde iban sus pensamientos después de haberlos tenido y se imaginaba que, de una u otra manera, esos pensamientos se convertían en los pájaros y las rocas, los animales y los árboles, que eran, ellos mismos, siempre cambiantes. Sentía que, siendo él mismo, como ser humano, era también la manifestación de una más grande expresión de la naturaleza, demasiado espléndida para estar contenida solo en esa estructura. La naturaleza lo necesitaba para tener otro tipo de expresión. Cuando el hombre primitivo hablaba, lo hacía por él mismo, pero como se sentía parte del entorno natural, también hablaba por la naturaleza y por todas sus demás criaturas.
En ese mundo, el hombre sabía que la naturaleza estaba balanceada y que tanto los hombres como los animales debían morir. Cuando un hombre era cazado y devorado por los animales, los de su grupo no reaccionaban convirtiendo al animal en presa, también para ser cazada.
En esos tiempos, el hombre se protegía de las tormentas, pero no protestaba convirtiéndose en su víctima. Simplemente cambiaba la alianza de su conciencia, de una identificación con el “ser dentro de la carne” a la del “ser dentro de la tormenta”. Las intenciones del hombre y de la naturaleza eran básicamente las mismas, y así lo entendían. El hombre no temía a los elementos de la naturaleza, como lo suponemos ahora.
Algunas de las experiencias del hombre primitivo nos parecerían muy extrañas. El hombre primitivo se percibía a sí mismo como él mismo, como un individuo. Sentía que la naturaleza expresaba por él el poder inmenso de sus emociones. El mismo se proyectaba hacia la naturaleza, hacia los cielos, e imaginó la existencia de grandes formas personificadas que más tarde se convertirían en los dioses del Olimpo. Era consciente de la fuerza vital que existía dentro de las partes más pequeñas de la naturaleza. Percibió su propia versión de aquellas conciencias individualizadas que más tarde serían los “elementales”, los “pequeños espíritus” de la naturaleza. Pero lo más importante de todo era su conocimiento de la fuente de la naturaleza.
El hombre primitivo estaba lleno de admiración por la forma como su propia conciencia, siempre renovada, se convertía en el ser. Cuando tenía un pensamiento, sentía gran curiosidad y se preguntaba de donde había llegado. Su propia conciencia siempre era fuente de deleite y sus cualidades cambiantes eran tan notorias y aparentes como el firmamento cambiante. Nosotros no podríamos vivir en el mundo actual del tiempo, si nuestra conciencia fuese tan juguetona, curiosa y creativa como la de antes, ya que el tiempo también se experimentaba de una manera totalmente diferente.
Puede ser bastante difícil de entender, pero los eventos que ahora reconocemos como reales, provienen del reino de la imaginación, de la misma manera como los eventos experimentados por el hombre primitivo y percibidos por él como reales, hoy los consideraríamos alucinaciones, o puramente imaginarios.
Tenemos la impresión de que los eventos masivos de la naturaleza están totalmente por fuera de nuestro dominio. Sentimos que no formamos parte de la naturaleza, excepto para ejercer control sobre ella, o afectarla, con la tecnología. Estamos seguros de que el clima afecta nuestro estado de ánimo, pero nos parece imposible que existan conexiones psíquicas o psicológicas profundas entre sus elementos y nosotros. Utilizamos términos como “estamos inundados de emoción”, y otras afirmaciones intuitivas, que indican el reconocimiento profundo de eventos que se nos escapan cuando los examinamos exclusivamente por medio de la razón.
El hombre realmente corteja las tormentas. Las busca, ya que, emocionalmente, entiende bastante bien la participación que ellas tienen en su vida privada y lo necesarias que son en un nivel físico. A través de las manifestaciones de la naturaleza, particularmente de su poder, el hombre siente su fuente, que es su propia fuente, y sabe que su poder puede llevarlo a la realización emocional necesaria para su propio desarrollo espiritual y psíquico.
Nuestros conceptos acerca de la naturaleza y la muerte, nos obligan a ver al hombre y la naturaleza como adversarios. Programamos nuestra experiencia de esos eventos de tal manera que parecen confirmar lo que ya creemos sobre ellos. Cada persona afectada por una epidemia, o por un desastre natural, tiene sus propias razones para haber escogido esas circunstancias. Esas condiciones a menudo involucran eventos en los cuales el individuo siente una mayor identificación, una renovada sensación de propósito, que no tiene sentido en términos ordinarios.
La imaginación siempre se ha entendido con la creatividad y cuando el hombre empezó a acomodarse a un tipo de conciencia que involucraba causa y efecto, nunca más percibió los productos de su imaginación directamente, a la vieja manera. En aquel tiempo, ya se había dado cuenta que las enfermedades y la salud era resultado de su imaginación, porque experimentaba mucho más directamente el carácter brillante de su propia imaginación. Las líneas divisorias entre la experiencia imaginaria y la experiencia física se han tornado borrosas para nosotros y también han sido moderadas por otras creencias y por las experiencias que esas creencias engendran.
Aunque difícil de entender, el hombre primitivo sabía que ningún hombre resultaba herido o lastimado, sin que primero ese evento hubiera sido imaginado de una u otra manera. Por eso se utilizaban curaciones imaginarias, en las que las enfermedades físicas se curaban imaginativamente, y en aquellos días la curación funcionaba.
A pesar de lo que nos relata la historia, el hombre primitivo era bastante saludable. Tenía huesos y dentadura fuertes. Se enfrentaba al mundo físico utilizando a propósito su imaginación, de una manera que ahora es difícil de entender. Sabía que era mortal y debía morir, pero su mayor conocimiento de la Estructura 2 le permitía una mayor identificación. Entendía que la muerte no solo era una necesidad natural, sino también una oportunidad para otros tipos de experiencias y desarrollos.
El hombre primitivo sentía más agudamente su relación con la naturaleza, experimentándola de una manera totalmente diferente a como lo hacemos nosotros ahora. Sentía que la naturaleza era la más grande expresión de su propio estado de ánimo y temperamento. Sentía que era la materialización de eventos personales demasiado vastos para estar contenidos dentro del cuerpo de un individuo, o de un grupo de individuos.
El hombre primitivo se preguntaba hacia donde iban sus pensamientos después de haberlos tenido y se imaginaba que, de una u otra manera, esos pensamientos se convertían en los pájaros y las rocas, los animales y los árboles, que eran, ellos mismos, siempre cambiantes. Sentía que, siendo él mismo, como ser humano, era también la manifestación de una más grande expresión de la naturaleza, demasiado espléndida para estar contenida solo en esa estructura. La naturaleza lo necesitaba para tener otro tipo de expresión. Cuando el hombre primitivo hablaba, lo hacía por él mismo, pero como se sentía parte del entorno natural, también hablaba por la naturaleza y por todas sus demás criaturas.
En ese mundo, el hombre sabía que la naturaleza estaba balanceada y que tanto los hombres como los animales debían morir. Cuando un hombre era cazado y devorado por los animales, los de su grupo no reaccionaban convirtiendo al animal en presa, también para ser cazada.
En esos tiempos, el hombre se protegía de las tormentas, pero no protestaba convirtiéndose en su víctima. Simplemente cambiaba la alianza de su conciencia, de una identificación con el “ser dentro de la carne” a la del “ser dentro de la tormenta”. Las intenciones del hombre y de la naturaleza eran básicamente las mismas, y así lo entendían. El hombre no temía a los elementos de la naturaleza, como lo suponemos ahora.
Algunas de las experiencias del hombre primitivo nos parecerían muy extrañas. El hombre primitivo se percibía a sí mismo como él mismo, como un individuo. Sentía que la naturaleza expresaba por él el poder inmenso de sus emociones. El mismo se proyectaba hacia la naturaleza, hacia los cielos, e imaginó la existencia de grandes formas personificadas que más tarde se convertirían en los dioses del Olimpo. Era consciente de la fuerza vital que existía dentro de las partes más pequeñas de la naturaleza. Percibió su propia versión de aquellas conciencias individualizadas que más tarde serían los “elementales”, los “pequeños espíritus” de la naturaleza. Pero lo más importante de todo era su conocimiento de la fuente de la naturaleza.
El hombre primitivo estaba lleno de admiración por la forma como su propia conciencia, siempre renovada, se convertía en el ser. Cuando tenía un pensamiento, sentía gran curiosidad y se preguntaba de donde había llegado. Su propia conciencia siempre era fuente de deleite y sus cualidades cambiantes eran tan notorias y aparentes como el firmamento cambiante. Nosotros no podríamos vivir en el mundo actual del tiempo, si nuestra conciencia fuese tan juguetona, curiosa y creativa como la de antes, ya que el tiempo también se experimentaba de una manera totalmente diferente.
Puede ser bastante difícil de entender, pero los eventos que ahora reconocemos como reales, provienen del reino de la imaginación, de la misma manera como los eventos experimentados por el hombre primitivo y percibidos por él como reales, hoy los consideraríamos alucinaciones, o puramente imaginarios.
Tenemos la impresión de que los eventos masivos de la naturaleza están totalmente por fuera de nuestro dominio. Sentimos que no formamos parte de la naturaleza, excepto para ejercer control sobre ella, o afectarla, con la tecnología. Estamos seguros de que el clima afecta nuestro estado de ánimo, pero nos parece imposible que existan conexiones psíquicas o psicológicas profundas entre sus elementos y nosotros. Utilizamos términos como “estamos inundados de emoción”, y otras afirmaciones intuitivas, que indican el reconocimiento profundo de eventos que se nos escapan cuando los examinamos exclusivamente por medio de la razón.
El hombre realmente corteja las tormentas. Las busca, ya que, emocionalmente, entiende bastante bien la participación que ellas tienen en su vida privada y lo necesarias que son en un nivel físico. A través de las manifestaciones de la naturaleza, particularmente de su poder, el hombre siente su fuente, que es su propia fuente, y sabe que su poder puede llevarlo a la realización emocional necesaria para su propio desarrollo espiritual y psíquico.
Nuestros conceptos acerca de la naturaleza y la muerte, nos obligan a ver al hombre y la naturaleza como adversarios. Programamos nuestra experiencia de esos eventos de tal manera que parecen confirmar lo que ya creemos sobre ellos. Cada persona afectada por una epidemia, o por un desastre natural, tiene sus propias razones para haber escogido esas circunstancias. Esas condiciones a menudo involucran eventos en los cuales el individuo siente una mayor identificación, una renovada sensación de propósito, que no tiene sentido en términos ordinarios.
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