El incremento reciente del fundamentalismo religioso ha surgido como una medida para contrarrestar las teorías de la evolución. Tenemos aquí una compensación exagerada, ya que en el mundo de Darwin no había ni significado, ni leyes. No existían normas de lo correcto o incorrecto, así que grandes grupos de personas se sintieron sin raíces.
Los fundamentalistas regresaron a una religión autoritaria, en la que el acto más ligero y simple debía ser regulado. Ellos le dieron, y aún le están dando, rienda suelta a las emociones, rebelándose así contra el intelectualismo científico. Veían el mundo en términos de blanco y negro, con el bien y el mal claramente delineados, en los términos más simplistas, para escapar de un universo resbaladizo y temático, en el cual los sentimientos del hombre parecían no darle suficiente piso.
Desafortunadamente, los fundamentalistas aceptan interpretaciones literales de realidades intuitivas, de tal manera que estrechan los canales a través de los cuales pueden fluir sus habilidades psíquicas. La estructura fundamentalista, en esta época, con todo su fervor, no tiene la riqueza que tuvo el Cristianismo en el pasado con su numerosos santos. Es en cambio una vena del puritanismo fanático, restrictivo, más que expansivo, ya que los arrebatos emocionales están bastante estructurados. En otras palabras, las emociones están limitadas en la mayoría de las áreas de la vida, permitiendo solo una expresión religiosa explosiva bajo ciertas condiciones, cuando ellas no son tan espontáneamente expresadas como súbitamente liberadas del dique de la represión.
La imaginación siempre busca expresión. Siempre es creativa y, bajo la estructura de la sociedad, provee incentivos frescos y nuevas avenidas para la satisfacción, que pueden ser influenciadas por creencias fanáticas. Cuando esto sucede, las instituciones se tornan represivas, trayendo como resultado la violencia.
Si buscamos signos de la venganza de Dios, los encontraremos por todas partes. Una avalancha, una inundación, un terremoto, no será visto como una acción natural, producto de la creatividad natural de la tierra, sino como un castigo divino por el pecado.
En la evolución, la naturaleza del hombre es amoral y todo ocurre en razón de la supervivencia. No existe la posibilidad de una supervivencia espiritual, en lo que se refiere a la mayoría de los evolucionistas. Los fundamentalistas prefieren creer en la naturaleza pecadora inherente al hombre, ya que por lo menos su sistema de creencias le provee una estructura en la cual se puede salvar. El mensaje de Cristo decía que cada hombre es bueno inherentemente, y que es una porción individualizada de la divinidad. Sin embargo, nunca se intentó una civilización basada en ese precepto. Las estructuras sociales del Cristianismo se basaban en la naturaleza pecadora del hombre y no en las organizaciones y estructuras que podrían permitirle ser bueno, u obtener la bondad que Cristo percibía claramente en el hombre.
Parece casi sacrílego decir que el hombre es bueno, cuando por todas partes encontramos contradicciones, ya que con mucha frecuencia el hombre parece actuar como si sus motivaciones fueran las de un asesino nato. Se nos ha enseñado a no confiar en nuestro propio ser. No podemos esperar que nosotros mismos actuemos de una manera racional y altruista, si creemos estar automáticamente degradados, o que nuestra naturaleza esté tan defectuosa que tal actuación parece poco característica.
Somos una parte de la naturaleza que ha aprendido ha elegir, una parte que, de manera natural y automática, produce sueños y creencias con los cuales organiza su realidad. Existen muchos efectos que no nos gustan, pero poseemos un tipo de conciencia único, en la que cada individuo participa en la formación de una realidad mundial. Estamos participando en un nivel de existencia en el que aprendemos como transformar el reino imaginativo de las probabilidades en un mundo más o menos específico, un mundo experimentado físicamente.
De un número de ideas infinito, escogemos algunas para esculpir los fragmentos físicos que componen la experiencia normal. Hacemos esto de tal manera que los eventos no temporales los experimentamos en el tiempo, y ellos se mezclan y fusionan para conformar las dimensiones de nuestra realidad. En la trayectoria, se encuentran logros tan preciosos que ninguna otra criatura podría producir. También hay grandes fracasos, pero son fracasos solo cuando se comparan con el brillante conocimiento interior de la imaginación que nos muestra aquellos ideales contra los cuales juzgamos nuestros actos. Esos ideales están presentes en cada individuo. Corresponden a inclinaciones naturales hacia el crecimiento y la realización.
Los fundamentalistas regresaron a una religión autoritaria, en la que el acto más ligero y simple debía ser regulado. Ellos le dieron, y aún le están dando, rienda suelta a las emociones, rebelándose así contra el intelectualismo científico. Veían el mundo en términos de blanco y negro, con el bien y el mal claramente delineados, en los términos más simplistas, para escapar de un universo resbaladizo y temático, en el cual los sentimientos del hombre parecían no darle suficiente piso.
Desafortunadamente, los fundamentalistas aceptan interpretaciones literales de realidades intuitivas, de tal manera que estrechan los canales a través de los cuales pueden fluir sus habilidades psíquicas. La estructura fundamentalista, en esta época, con todo su fervor, no tiene la riqueza que tuvo el Cristianismo en el pasado con su numerosos santos. Es en cambio una vena del puritanismo fanático, restrictivo, más que expansivo, ya que los arrebatos emocionales están bastante estructurados. En otras palabras, las emociones están limitadas en la mayoría de las áreas de la vida, permitiendo solo una expresión religiosa explosiva bajo ciertas condiciones, cuando ellas no son tan espontáneamente expresadas como súbitamente liberadas del dique de la represión.
La imaginación siempre busca expresión. Siempre es creativa y, bajo la estructura de la sociedad, provee incentivos frescos y nuevas avenidas para la satisfacción, que pueden ser influenciadas por creencias fanáticas. Cuando esto sucede, las instituciones se tornan represivas, trayendo como resultado la violencia.
Si buscamos signos de la venganza de Dios, los encontraremos por todas partes. Una avalancha, una inundación, un terremoto, no será visto como una acción natural, producto de la creatividad natural de la tierra, sino como un castigo divino por el pecado.
En la evolución, la naturaleza del hombre es amoral y todo ocurre en razón de la supervivencia. No existe la posibilidad de una supervivencia espiritual, en lo que se refiere a la mayoría de los evolucionistas. Los fundamentalistas prefieren creer en la naturaleza pecadora inherente al hombre, ya que por lo menos su sistema de creencias le provee una estructura en la cual se puede salvar. El mensaje de Cristo decía que cada hombre es bueno inherentemente, y que es una porción individualizada de la divinidad. Sin embargo, nunca se intentó una civilización basada en ese precepto. Las estructuras sociales del Cristianismo se basaban en la naturaleza pecadora del hombre y no en las organizaciones y estructuras que podrían permitirle ser bueno, u obtener la bondad que Cristo percibía claramente en el hombre.
Parece casi sacrílego decir que el hombre es bueno, cuando por todas partes encontramos contradicciones, ya que con mucha frecuencia el hombre parece actuar como si sus motivaciones fueran las de un asesino nato. Se nos ha enseñado a no confiar en nuestro propio ser. No podemos esperar que nosotros mismos actuemos de una manera racional y altruista, si creemos estar automáticamente degradados, o que nuestra naturaleza esté tan defectuosa que tal actuación parece poco característica.
Somos una parte de la naturaleza que ha aprendido ha elegir, una parte que, de manera natural y automática, produce sueños y creencias con los cuales organiza su realidad. Existen muchos efectos que no nos gustan, pero poseemos un tipo de conciencia único, en la que cada individuo participa en la formación de una realidad mundial. Estamos participando en un nivel de existencia en el que aprendemos como transformar el reino imaginativo de las probabilidades en un mundo más o menos específico, un mundo experimentado físicamente.
De un número de ideas infinito, escogemos algunas para esculpir los fragmentos físicos que componen la experiencia normal. Hacemos esto de tal manera que los eventos no temporales los experimentamos en el tiempo, y ellos se mezclan y fusionan para conformar las dimensiones de nuestra realidad. En la trayectoria, se encuentran logros tan preciosos que ninguna otra criatura podría producir. También hay grandes fracasos, pero son fracasos solo cuando se comparan con el brillante conocimiento interior de la imaginación que nos muestra aquellos ideales contra los cuales juzgamos nuestros actos. Esos ideales están presentes en cada individuo. Corresponden a inclinaciones naturales hacia el crecimiento y la realización.
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