Los animales tienen imaginación, a pesar de lo que pensamos corrientemente. Sin embargo, el hombre está tan especialmente dotado, que dirige su experiencia y forma su civilización, principalmente, con el uso de las habilidades de su imaginación. Es posible que no entendamos este punto con la suficiente claridad, pero las organizaciones sociales y los gobiernos se basan en los principios de la imaginación. Las bases de nuestras experiencias más íntimas, la estructura que respalda todas nuestras organizaciones, se apoyan en una realidad que no es considerada válida por las mismas instituciones que se forman con sus auspicios.
En la Pascua se conmemora anualmente lo que consideramos un hecho histórico: la resurrección y la ascensión de Cristo al cielo. Millones de personas han conmemorado ese evento por muchos siglos. Ha habido innumerables festivales, reuniones familiares íntimas y servicios religiosos, representados en los Domingos de Pascua, ahora olvidados. Ha habido guerras sangrientas y persecuciones por causa de la Pascua, y se ha dado muerte, “por el bien de su alma”, a quienes no han estado de acuerdo con uno u otro dogma religioso. Ha habido renacimientos y regeneraciones espirituales, y también matanzas, como consecuencia del significado de la Pascua.
Todas aquellas estructuras políticas y religiosas que reconocemos como válidas y que surgieron del “evento” de la ascensión de Cristo, han existido y existen por una idea. Esta idea fue el resultado de un acto espectacular de la imaginación, que enseguida saltó al panorama histórico, resaltando los eventos de la época e iluminándolos con una luz bendita y celestial.
La idea de la supervivencia del hombre a la muerte no es nueva. La idea del “descenso” de un dios a la tierra era muy antigua. Los viejos ritos religiosos se ajustaban a un tipo diferente de personas y perduraron por tantos siglos en el pasado como el Cristianismo perduraría en el futuro. La mezcla milagrosa de la imaginación con el tiempo histórico, tuvo cada vez menos sincronización, de tal manera que solo permanecieron los ritos y los viejos dioses ya no captaron más la imaginación. El tiempo estaba maduro para el Cristianismo.
Como el hombre no ha entendido las características del mundo de la imaginación, siempre ha insistido en convertir los mitos en hechos históricos, ya que el hombre considera el mundo físico como el único real. El hombre, el hombre de carne y hueso, necesitaba probar, sin lugar a dudas, que cada ser humano sobrevivía a la muerte, muriendo y luego elevándose, físicamente, hacia el cielo. Cada hombre sobrevive a la muerte, pero solo una especie con una mente tan literal insistiría en que la muerte física de un hombre-dios sería la prueba absoluta. Cristo no fue crucificado. El Cristo histórico, tal como lo hemos concebido, era un hombre iluminado por realidades psíquicas, que había sido tocado por la realización infinita de que cada persona, por virtud de su propia existencia, era un contacto entre Dios y la humanidad. Cristo vio que en cada persona se reunían la divinidad y la humanidad y que el hombre sobrevivía a la muerte en virtud de su existencia dentro de lo divino. Todos los errores del cristianismo provienen de “seguir la letra, en lugar del espíritu de la ley”, o de insistir en interpretaciones literales, mientras los conceptos espirituales se ignoran.
El hombre dirige su existencia con el uso de su imaginación, un hecho que lo distingue de los animales. Lo que conecta y separa a la gente es el poder de la idea y la fuerza de la imaginación. El patriotismo, la lealtad familiar, las afiliaciones políticas y las ideas que las sustentan, tienen sus mayores y más prácticas aplicaciones en nuestro mundo.
Nos proyectamos en el tiempo, como los niños imaginan su crecimiento. Constantemente coloreamos la experiencia física, y la naturaleza misma, con el tinte de nuestros procesos imaginativos. A menos que pensemos de manera consistente y profunda, la importancia de la imaginación casi se nos escapa, aunque ella forma, literalmente, el mundo de nuestra experiencia y el mundo masivo en el que vivimos.
La teoría de la evolución es ejemplo de una construcción imaginativa, a través de la cual muchas generaciones han visto su propio mundo. No se trata de que pensemos sobre nosotros mismos de una manera diferente, sino que realmente experimentamos un tipo diferente de ser. Nuestras instituciones cambian su aspecto consecuentemente, de tal manera que la experiencia se ajusta a las creencias que tenemos sobre ella. Actuamos de cierta manera. Vemos el universo de una manera que antes no existía, así que la imaginación y las creencias estructuran nuestra experiencia subjetiva y nuestras circunstancias objetivas.
En todas las demás construcciones imaginativas, cualesquiera que fueran sus méritos y desventajas, el hombre se sintió a sí mismo como parte de un plan. El plan podría ser de Dios o de la Naturaleza misma, o del hombre dentro de la naturaleza, o de la naturaleza dentro del hombre. Podrían existir muchos dioses o uno solo, pero había significado en el universo. Inclusive la idea del destino le daba al hombre una mira, impulsándolo a actuar.
La idea de un universo sin sentido es, en sí misma, un acto de inmensa imaginación creativa. A los animales no se les ocurriría semejante idiotez. La teoría indica el logro increíble de una mente y un intelecto ordenados que pueden imaginarse a sí mismos como el resultado del desorden o del caos. Tenemos una criatura que es capaz de diseñar su propio cerebro e imaginar que el fantástico y regulado ordenamiento del cerebro pudiera surgir de una realidad que, en sí misma, no tiene sentido. La teoría dice que ese universo, perfectamente ordenado, surgió mágicamente. Los evolucionistas deben creer en un Dios del Azar, que existe en alguna parte, o en la diosa Coincidencia, porque de otra manera sus teorías no tendrían ningún sentido. El mundo de la imaginación es en realidad el contacto con nuestra propia fuente. Sus características son las más parecidas a las de la Estructura 2.
Nuestra experiencia de la historia, de los días de nuestra vida, la forman de manera invisible aquellas ideas que existen solamente en la imaginación y que luego se proyectan sobre el mundo físico. Esto se aplica a nuestras creencias individuales acerca de nosotros mismos y la manera como nos vemos en nuestra propia imaginación.
En cada persona, el mundo de la imaginación, su fuerza y su poder, se mezcla con la realidad histórica. En cada persona, el poder de Dios se individualiza para habitar en el tiempo. La imaginación del hombre puede conducirlo a otros reinos, pero cuando el hombre pretende encasillar ciertas verdades dentro de una estructura demasiado pequeña, distorsiona realidades internas hasta convertirlas en dogmas cerrados.
En la Pascua se conmemora anualmente lo que consideramos un hecho histórico: la resurrección y la ascensión de Cristo al cielo. Millones de personas han conmemorado ese evento por muchos siglos. Ha habido innumerables festivales, reuniones familiares íntimas y servicios religiosos, representados en los Domingos de Pascua, ahora olvidados. Ha habido guerras sangrientas y persecuciones por causa de la Pascua, y se ha dado muerte, “por el bien de su alma”, a quienes no han estado de acuerdo con uno u otro dogma religioso. Ha habido renacimientos y regeneraciones espirituales, y también matanzas, como consecuencia del significado de la Pascua.
Todas aquellas estructuras políticas y religiosas que reconocemos como válidas y que surgieron del “evento” de la ascensión de Cristo, han existido y existen por una idea. Esta idea fue el resultado de un acto espectacular de la imaginación, que enseguida saltó al panorama histórico, resaltando los eventos de la época e iluminándolos con una luz bendita y celestial.
La idea de la supervivencia del hombre a la muerte no es nueva. La idea del “descenso” de un dios a la tierra era muy antigua. Los viejos ritos religiosos se ajustaban a un tipo diferente de personas y perduraron por tantos siglos en el pasado como el Cristianismo perduraría en el futuro. La mezcla milagrosa de la imaginación con el tiempo histórico, tuvo cada vez menos sincronización, de tal manera que solo permanecieron los ritos y los viejos dioses ya no captaron más la imaginación. El tiempo estaba maduro para el Cristianismo.
Como el hombre no ha entendido las características del mundo de la imaginación, siempre ha insistido en convertir los mitos en hechos históricos, ya que el hombre considera el mundo físico como el único real. El hombre, el hombre de carne y hueso, necesitaba probar, sin lugar a dudas, que cada ser humano sobrevivía a la muerte, muriendo y luego elevándose, físicamente, hacia el cielo. Cada hombre sobrevive a la muerte, pero solo una especie con una mente tan literal insistiría en que la muerte física de un hombre-dios sería la prueba absoluta. Cristo no fue crucificado. El Cristo histórico, tal como lo hemos concebido, era un hombre iluminado por realidades psíquicas, que había sido tocado por la realización infinita de que cada persona, por virtud de su propia existencia, era un contacto entre Dios y la humanidad. Cristo vio que en cada persona se reunían la divinidad y la humanidad y que el hombre sobrevivía a la muerte en virtud de su existencia dentro de lo divino. Todos los errores del cristianismo provienen de “seguir la letra, en lugar del espíritu de la ley”, o de insistir en interpretaciones literales, mientras los conceptos espirituales se ignoran.
El hombre dirige su existencia con el uso de su imaginación, un hecho que lo distingue de los animales. Lo que conecta y separa a la gente es el poder de la idea y la fuerza de la imaginación. El patriotismo, la lealtad familiar, las afiliaciones políticas y las ideas que las sustentan, tienen sus mayores y más prácticas aplicaciones en nuestro mundo.
Nos proyectamos en el tiempo, como los niños imaginan su crecimiento. Constantemente coloreamos la experiencia física, y la naturaleza misma, con el tinte de nuestros procesos imaginativos. A menos que pensemos de manera consistente y profunda, la importancia de la imaginación casi se nos escapa, aunque ella forma, literalmente, el mundo de nuestra experiencia y el mundo masivo en el que vivimos.
La teoría de la evolución es ejemplo de una construcción imaginativa, a través de la cual muchas generaciones han visto su propio mundo. No se trata de que pensemos sobre nosotros mismos de una manera diferente, sino que realmente experimentamos un tipo diferente de ser. Nuestras instituciones cambian su aspecto consecuentemente, de tal manera que la experiencia se ajusta a las creencias que tenemos sobre ella. Actuamos de cierta manera. Vemos el universo de una manera que antes no existía, así que la imaginación y las creencias estructuran nuestra experiencia subjetiva y nuestras circunstancias objetivas.
En todas las demás construcciones imaginativas, cualesquiera que fueran sus méritos y desventajas, el hombre se sintió a sí mismo como parte de un plan. El plan podría ser de Dios o de la Naturaleza misma, o del hombre dentro de la naturaleza, o de la naturaleza dentro del hombre. Podrían existir muchos dioses o uno solo, pero había significado en el universo. Inclusive la idea del destino le daba al hombre una mira, impulsándolo a actuar.
La idea de un universo sin sentido es, en sí misma, un acto de inmensa imaginación creativa. A los animales no se les ocurriría semejante idiotez. La teoría indica el logro increíble de una mente y un intelecto ordenados que pueden imaginarse a sí mismos como el resultado del desorden o del caos. Tenemos una criatura que es capaz de diseñar su propio cerebro e imaginar que el fantástico y regulado ordenamiento del cerebro pudiera surgir de una realidad que, en sí misma, no tiene sentido. La teoría dice que ese universo, perfectamente ordenado, surgió mágicamente. Los evolucionistas deben creer en un Dios del Azar, que existe en alguna parte, o en la diosa Coincidencia, porque de otra manera sus teorías no tendrían ningún sentido. El mundo de la imaginación es en realidad el contacto con nuestra propia fuente. Sus características son las más parecidas a las de la Estructura 2.
Nuestra experiencia de la historia, de los días de nuestra vida, la forman de manera invisible aquellas ideas que existen solamente en la imaginación y que luego se proyectan sobre el mundo físico. Esto se aplica a nuestras creencias individuales acerca de nosotros mismos y la manera como nos vemos en nuestra propia imaginación.
En cada persona, el mundo de la imaginación, su fuerza y su poder, se mezcla con la realidad histórica. En cada persona, el poder de Dios se individualiza para habitar en el tiempo. La imaginación del hombre puede conducirlo a otros reinos, pero cuando el hombre pretende encasillar ciertas verdades dentro de una estructura demasiado pequeña, distorsiona realidades internas hasta convertirlas en dogmas cerrados.
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