De acuerdo con nuestra escala del tiempo, en lo que nos parece tiempo antiquísimo, los hombres estuvieron en el estado del sueño mucho mas tiempo de lo que estuvieron en el estado de vigilia o despiertos. Ellos dormían largas horas, como lo hacían los animales, despertándose para ejercitar sus cuerpos, obtener el sustento y, mas adelante, aparearse. Era en realidad un mundo del sueño, pero un mundo encantador y vital, en el que las imaginaciones del sueño jugaban graciosamente con todas las probabilidades vinculadas a esta nueva aventura: imaginar las distintas formas posibles del lenguaje y la comunicación, hilar los más grandes relatos del sueño de civilizaciones futuras, plenas de sus propias historias, edificios mentales que automáticamente creaban pasados y futuros.
Los sueños antiguos eran compartidos, hasta cierto punto, por cada conciencia embarcada en la aventura terrenal, de tal manera que las criaturas y su entorno formaban conjuntamente realidades ambientales mayores. Los valles y las montanas, y sus habitantes, conjuntamente, se soñaron ellos mismos en la existencia y en la coexistencia.
Nuestra especie vivía a un paso mucho mas lento. La sangre, por ejemplo, no necesitaba correr tan rápido por las venas y arterias y el corazón no necesitaba latir tan rápido. La coordinación de la criatura en su entorno no necesitaba ser tan precisa, puesto que era un toma y dame elástico de la conciencia y su entorno.
De manera casi imposible de describir, las reglas del juego no se habían establecido firmemente todavía. La gravedad misma no tenia su omnipresente influencia y el aire era más boyante. El hombre estaba enterado de su soporte de manera intima. Estaba consciente de sí mismo de una manera diferente. Su identificación con el ser no se detenía en el limite de su piel. Podía seguirla hacia afuera, dentro del espacio alrededor de su forma, y sentía como ella se mezclaba con la atmósfera en una sentida experiencia primitiva que ya hemos olvidado.
Durante este periodo, la actividad mental, de la más alta y más original variedad, fue la más poderosa característica del sueño y el conocimiento que el hombre logro fue impreso en su cerebro físico. Esto es lo que ahora corresponde a una actividad completamente inconsciente, la que involucra las funciones del cuerpo, su relación con el entorno, su balance y temperatura, sus constantes alteraciones internas. Todas estas actividades tan complicadas fueron aprendidas y practicadas en el estado del sueño, en la medida en que las unidades de conciencia traducían su conocimiento interno, por medio del estado del sueño, a la forma física.
El hombre y las otras especies empezaron a despertar mas plenamente hacia el mundo físico, a desarrollar sus sentidos externos y a interactuar delicada y precisamente con el espacio y el tiempo. Todavía el hombre duerme y sueña, y el estado del sueno todavía es una conexión firme con sus propios orígenes y con los orígenes del universo, tal como el hombre lo ha conocido.
El hombre soñaba sus lenguajes. Soñaba como usar su lengua para formar las palabras. En sus sueños practicaba la forma de encadenar las palabras para darles significado, de tal manera que al final podía, conscientemente, empezar una frase sin saber realmente como la inicio, pero sabiendo con certeza que podría completarla.
Todos los lenguajes tienen como base el lenguaje que se hablaba en los sueños. La necesidad del lenguaje surgió en la medida en que el hombre era cada vez menos un soñador y se sumergía en los detalles del espacio y el tiempo, ya que en el estado del sueño la comunicación con sus congeneres y con las otras especies era instantánea. El lenguaje surgió para tomar el lugar de esa comunicación interna. Hay una gran unidad subyacente en todas las llamadas culturas primitivas del hombre, en las figuras de las cavernas y en las religiones, ya que todas ellas eran alimentadas por una fuente común, en la medida en que el hombre trató de transferir su conocimiento interior a la realidad física.
Los sueños antiguos eran compartidos, hasta cierto punto, por cada conciencia embarcada en la aventura terrenal, de tal manera que las criaturas y su entorno formaban conjuntamente realidades ambientales mayores. Los valles y las montanas, y sus habitantes, conjuntamente, se soñaron ellos mismos en la existencia y en la coexistencia.
Nuestra especie vivía a un paso mucho mas lento. La sangre, por ejemplo, no necesitaba correr tan rápido por las venas y arterias y el corazón no necesitaba latir tan rápido. La coordinación de la criatura en su entorno no necesitaba ser tan precisa, puesto que era un toma y dame elástico de la conciencia y su entorno.
De manera casi imposible de describir, las reglas del juego no se habían establecido firmemente todavía. La gravedad misma no tenia su omnipresente influencia y el aire era más boyante. El hombre estaba enterado de su soporte de manera intima. Estaba consciente de sí mismo de una manera diferente. Su identificación con el ser no se detenía en el limite de su piel. Podía seguirla hacia afuera, dentro del espacio alrededor de su forma, y sentía como ella se mezclaba con la atmósfera en una sentida experiencia primitiva que ya hemos olvidado.
Durante este periodo, la actividad mental, de la más alta y más original variedad, fue la más poderosa característica del sueño y el conocimiento que el hombre logro fue impreso en su cerebro físico. Esto es lo que ahora corresponde a una actividad completamente inconsciente, la que involucra las funciones del cuerpo, su relación con el entorno, su balance y temperatura, sus constantes alteraciones internas. Todas estas actividades tan complicadas fueron aprendidas y practicadas en el estado del sueño, en la medida en que las unidades de conciencia traducían su conocimiento interno, por medio del estado del sueño, a la forma física.
El hombre y las otras especies empezaron a despertar mas plenamente hacia el mundo físico, a desarrollar sus sentidos externos y a interactuar delicada y precisamente con el espacio y el tiempo. Todavía el hombre duerme y sueña, y el estado del sueno todavía es una conexión firme con sus propios orígenes y con los orígenes del universo, tal como el hombre lo ha conocido.
El hombre soñaba sus lenguajes. Soñaba como usar su lengua para formar las palabras. En sus sueños practicaba la forma de encadenar las palabras para darles significado, de tal manera que al final podía, conscientemente, empezar una frase sin saber realmente como la inicio, pero sabiendo con certeza que podría completarla.
Todos los lenguajes tienen como base el lenguaje que se hablaba en los sueños. La necesidad del lenguaje surgió en la medida en que el hombre era cada vez menos un soñador y se sumergía en los detalles del espacio y el tiempo, ya que en el estado del sueño la comunicación con sus congeneres y con las otras especies era instantánea. El lenguaje surgió para tomar el lugar de esa comunicación interna. Hay una gran unidad subyacente en todas las llamadas culturas primitivas del hombre, en las figuras de las cavernas y en las religiones, ya que todas ellas eran alimentadas por una fuente común, en la medida en que el hombre trató de transferir su conocimiento interior a la realidad física.
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