A veces nos preguntamos si las condiciones de la vida tienen alguna justificación, cuando en realidad no la necesitan. Nuestras creencias nos impiden adquirir el conocimiento relacionado con la psicología del hombre. Este conocimiento serviría para responder muchas preguntas que usualmente se hacen sobre las razones del sufrimiento. Algunas de esas preguntas son más difíciles de responder. Hombres y mujeres nacen con curiosidad acerca de todas las sensaciones y todas las posibles experiencias de la vida. Están sedientos de experiencias de todo tipo y su curiosidad no esta limitada a lo bonito y mundano.
Hombres y mujeres han nacido con el deseo de ir mas allá de los límites, de explorar en donde ningún hombre ha ido jamás. Hombres y mujeres han nacido con un sentido del drama y con la necesidad de estimulación. La vida misma es estimulante.
Nos olvidamos de nuestras inclinaciones naturales y de nuestros sentimientos y fantasías íntimas cuando nos convertimos en adultos, porque no encajan en el esquema de la clase de persona, o de experiencia, o de especie, que se nos ha enseñado a creer que somos. Como consecuencia, muchos de los eventos de nuestras vidas, que son las extensiones naturales de esos sentimientos, nos parecen extraños, contrarios a nuestros más profundos deseos, como si nos hubieran sido impuestos por agencias externas o por un subconsciente malicioso.
Los pensamientos de los niños nos dan indicios excelentes de la naturaleza de la humanidad, pero muchos adultos no tienen ningún recuerdo de la niñez, a excepción de aquellos que se ajustan, o parecen ajustarse, a sus creencias sobre la niñez.
A los niños les gusta jugar a estar muertos. Tratan de imaginar como es la muerte. Imaginan como sería caer desde un muro alto, o golpeándose seriamente. Los niños imaginan papeles trágicos con la misma creatividad descomplicada con la que imaginarían papeles que los adultos podrían aprobar. Con frecuencia se dan cuenta del deseo de enfermarse para evitar situaciones difíciles y del subsiguiente deseo de recuperarse de nuevo.
Los niños aprenden a olvidar rápidamente su participación en esos episodios, de tal manera que más tarde, cuando como adultos se encuentran enfermos, no solamente olvidan que ellos mismos causaban sus enfermedades, sino que también olvidan, desafortunadamente, como recuperar su salud.
Existen muchas gamas de sufrimiento. En tiempos pasados, aunque la costumbre no ha desaparecido, los hombres purgaban penas, se vestían con ceniza y se golpeaban con cadenas, aguantaban hambre, o incurrían en privaciones por su propia cuenta. En otras palabras, sufrían por el bien de la religión. No se trataba solamente de que creyeran que el sufrimiento era bueno para el alma, lo que puede ser cierto o no, sino que también comprendieron algo más: que el cuerpo resistirá mucho más sufrimiento cuando libera la conciencia. De esa manera esperaban alcanzar el éxtasis religioso.
El éxtasis religioso no necesita el sufrimiento físico como estimulo y tal medio irá en contravía del entendimiento religioso. Estos episodios representan una de las formas en que el hombre puede buscar el sufrimiento como medio para otro fin..
La disciplina es una forma de sufrimiento aplicado, tal como se usa generalmente. A la gente no se le enseña a comprender las grandes dimensiones de su propia capacidad para la experiencia. Es natural que el niño sea curioso acerca del sufrimiento, que desee saber que es, que quiera verlo, y de esta manera aprende a evitar el sufrimiento que no desea, a ayudarle a otros a evitarlo y, principalmente, a comprender los grados de emoción y sensación que son su herencia. Cuando se convierta en adulto, no le infligirá dolor a otros si entiende esto, ya que se permitirá sentir la validez de sus propias emociones.
Si nos negamos la experiencia directa de nuestras propias emociones y en cambio las amortiguamos con una disciplina demasiado estricta, podemos lastimar a otros mucho más fácilmente, puesto que proyectamos nuestro adormecido estado emocional sobre ellos. En los campos de concentración nazis los hombres seguían ordenes, torturaban gente, y eso lo hacían adormeciendo su propia sensibilidad al dolor y reprimiendo sus emociones. La vulnerabilidad del hombre al dolor le ayuda a simpatizar con otros y le ayuda a aliviar más activamente las causas innecesarias de dolor que existen en la sociedad.
Las experiencias de naturaleza dolorosa de cada persona quedan registradas en lo que llamaremos la “mente del mundo”. Cada fracaso, cada desilusión, cada problema no resuelto que conduce al sufrimiento, se convierte en parte de la experiencia del mundo. De esta manera, aun las debilidades o fracasos relacionados con el sufrimiento se pueden resolver, o redimir, en la medida en que se hacen ajustes a la luz de esa información.
En este sentido, cada persona vive su propia vida privadamente, pero también la vive por toda la humanidad. Cada persona ensaya nuevos retos, nuevas circunstancias y nuevos logros, desde un punto de vista único para sí misma y también para toda la humanidad.
Hombres y mujeres han nacido con el deseo de ir mas allá de los límites, de explorar en donde ningún hombre ha ido jamás. Hombres y mujeres han nacido con un sentido del drama y con la necesidad de estimulación. La vida misma es estimulante.
Nos olvidamos de nuestras inclinaciones naturales y de nuestros sentimientos y fantasías íntimas cuando nos convertimos en adultos, porque no encajan en el esquema de la clase de persona, o de experiencia, o de especie, que se nos ha enseñado a creer que somos. Como consecuencia, muchos de los eventos de nuestras vidas, que son las extensiones naturales de esos sentimientos, nos parecen extraños, contrarios a nuestros más profundos deseos, como si nos hubieran sido impuestos por agencias externas o por un subconsciente malicioso.
Los pensamientos de los niños nos dan indicios excelentes de la naturaleza de la humanidad, pero muchos adultos no tienen ningún recuerdo de la niñez, a excepción de aquellos que se ajustan, o parecen ajustarse, a sus creencias sobre la niñez.
A los niños les gusta jugar a estar muertos. Tratan de imaginar como es la muerte. Imaginan como sería caer desde un muro alto, o golpeándose seriamente. Los niños imaginan papeles trágicos con la misma creatividad descomplicada con la que imaginarían papeles que los adultos podrían aprobar. Con frecuencia se dan cuenta del deseo de enfermarse para evitar situaciones difíciles y del subsiguiente deseo de recuperarse de nuevo.
Los niños aprenden a olvidar rápidamente su participación en esos episodios, de tal manera que más tarde, cuando como adultos se encuentran enfermos, no solamente olvidan que ellos mismos causaban sus enfermedades, sino que también olvidan, desafortunadamente, como recuperar su salud.
Existen muchas gamas de sufrimiento. En tiempos pasados, aunque la costumbre no ha desaparecido, los hombres purgaban penas, se vestían con ceniza y se golpeaban con cadenas, aguantaban hambre, o incurrían en privaciones por su propia cuenta. En otras palabras, sufrían por el bien de la religión. No se trataba solamente de que creyeran que el sufrimiento era bueno para el alma, lo que puede ser cierto o no, sino que también comprendieron algo más: que el cuerpo resistirá mucho más sufrimiento cuando libera la conciencia. De esa manera esperaban alcanzar el éxtasis religioso.
El éxtasis religioso no necesita el sufrimiento físico como estimulo y tal medio irá en contravía del entendimiento religioso. Estos episodios representan una de las formas en que el hombre puede buscar el sufrimiento como medio para otro fin..
La disciplina es una forma de sufrimiento aplicado, tal como se usa generalmente. A la gente no se le enseña a comprender las grandes dimensiones de su propia capacidad para la experiencia. Es natural que el niño sea curioso acerca del sufrimiento, que desee saber que es, que quiera verlo, y de esta manera aprende a evitar el sufrimiento que no desea, a ayudarle a otros a evitarlo y, principalmente, a comprender los grados de emoción y sensación que son su herencia. Cuando se convierta en adulto, no le infligirá dolor a otros si entiende esto, ya que se permitirá sentir la validez de sus propias emociones.
Si nos negamos la experiencia directa de nuestras propias emociones y en cambio las amortiguamos con una disciplina demasiado estricta, podemos lastimar a otros mucho más fácilmente, puesto que proyectamos nuestro adormecido estado emocional sobre ellos. En los campos de concentración nazis los hombres seguían ordenes, torturaban gente, y eso lo hacían adormeciendo su propia sensibilidad al dolor y reprimiendo sus emociones. La vulnerabilidad del hombre al dolor le ayuda a simpatizar con otros y le ayuda a aliviar más activamente las causas innecesarias de dolor que existen en la sociedad.
Las experiencias de naturaleza dolorosa de cada persona quedan registradas en lo que llamaremos la “mente del mundo”. Cada fracaso, cada desilusión, cada problema no resuelto que conduce al sufrimiento, se convierte en parte de la experiencia del mundo. De esta manera, aun las debilidades o fracasos relacionados con el sufrimiento se pueden resolver, o redimir, en la medida en que se hacen ajustes a la luz de esa información.
En este sentido, cada persona vive su propia vida privadamente, pero también la vive por toda la humanidad. Cada persona ensaya nuevos retos, nuevas circunstancias y nuevos logros, desde un punto de vista único para sí misma y también para toda la humanidad.
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