Básicamente, no existen divisiones reales en el ser. Sin embargo, con el fin de hacer más comprensible el asunto, debemos hablar de ellas en esos términos. Primero que todo, tenemos el ser interior, el ser creativo del sueño, compuesto por las unidades de conciencia, energía concientizada que forma nuestra identidad y la que formó las identidades de los primeros habitantes de la tierra. Estos seres interiores formaron sus propios cuerpos del sueño al rededor de ellos, como lo habíamos explicado previamente, pero los cuerpos del sueño no tenían que tener reacciones físicas, pues estaban libres de la gravedad, del espacio y del tiempo.
En la medida en que el cuerpo del sueño se convirtió en cuerpo físico, el ser interior formó la conciencia del cuerpo, de tal manera que el cuerpo físico llegó a estar más consciente de sí mismo, del entorno y de su relación con ese entorno. Antes de que esto pudiera ocurrir, a la conciencia del cuerpo se le enseño a estar más consciente de su propio entorno interior. El cuerpo fue formado de las Unidades EE, a través de todos los estados de los átomos, las células, los órganos, etc. El patrón del cuerpo provino del ser interior, cuando todas las unidades de conciencia involucradas en esta aventura formaron conjuntamente este tejido del entorno y las criaturas, que se adaptaron mutuamente.
Hasta ahora en nuestra presentación, tenemos un ser interior que habita primordialmente en una dimensión mental y psíquica, soñándose a sí mismo en la forma física y formando finalmente una conciencia del cuerpo. A esa conciencia del cuerpo el ser interior le da “su propio cuerpo de conocimiento físico” y la inmensa reserva de logros físicos que ha producido triunfantemente. La conciencia del cuerpo no es “inconsciente”, sino que el cuerpo posee su propio sistema de conciencia que, hasta cierto grado, está separado de lo que consideramos como nuestra propia conciencia normal. La conciencia del cuerpo difícilmente la podemos considerar inferior a la nuestra, o inferior a la del ser interior, puesto que ella representa el conocimiento proveniente del ser interior y es una parte de la propia conciencia del ser interior, la parte que ha sido delegada al cuerpo.
Recordemos que cada célula opera muy bien en el tiempo porque es precognitiva. Está enterada de la posición, salud, vitalidad, de todas las otras células sobre la faz del planeta. Esta enterada de la posición de cada grano de arena sobre la playa de cada océano. En esos términos, la célula forma parte de la conciencia de la tierra.
A ese nivel, el entorno, las criaturas y los elementos del mundo natural están todos unidos. Nuestro intelecto, tal como lo concebimos, opera tan clara y precisamente, tan lógicamente, a veces tan arrogantemente, porque el intelecto va por encima del gran empuje del poder codificado, “antiguo” e “inconsciente”, el poder del conocimiento instantáneo, que es una característica de la conciencia del cuerpo.
Hasta ahora, nuevamente, en nuestra presentación aun tenemos solamente un ser interior y una conciencia del cuerpo. En la medida en que la conciencia del cuerpo se desarrolla a sí misma y perfecciona su organización, el ser interior y la conciencia del cuerpo, conjuntamente, llevan a cabo una especie de mutuo entendimiento psicológico.
El ser interior estaba muy consciente de su propia multidimensionalidad y de que se dio nacimiento psicológico a sí mismo, a través del cuerpo en el espacio y el tiempo. Se conoció a sí mismo como criatura física. Esa parte del ser es la parte que reconocemos como el ser consciente normal, vivo dentro del esquema de las estaciones, consciente dentro de los designios del tiempo, atrapado por el temor en momentos de brillante entendimiento, con civilizaciones que parecen llegar y pasar. Ese es el ser que está alerta en la querida precisión de los momentos, el ser cuyos sentidos físicos están limitados por la luz y la oscuridad, el sonido y el tacto. Ese es el ser que vive la vida del cuerpo. Es el ser que mira hacia afuera. Es el ser al que llamamos consciente egoisticamente. Es el ser que mira hacia la realidad interior, hacia las dimensiones psíquicas del entendimiento, de las que emergieron nuestra propia conciencia y la conciencia del cuerpo.
En la medida en que el cuerpo del sueño se convirtió en cuerpo físico, el ser interior formó la conciencia del cuerpo, de tal manera que el cuerpo físico llegó a estar más consciente de sí mismo, del entorno y de su relación con ese entorno. Antes de que esto pudiera ocurrir, a la conciencia del cuerpo se le enseño a estar más consciente de su propio entorno interior. El cuerpo fue formado de las Unidades EE, a través de todos los estados de los átomos, las células, los órganos, etc. El patrón del cuerpo provino del ser interior, cuando todas las unidades de conciencia involucradas en esta aventura formaron conjuntamente este tejido del entorno y las criaturas, que se adaptaron mutuamente.
Hasta ahora en nuestra presentación, tenemos un ser interior que habita primordialmente en una dimensión mental y psíquica, soñándose a sí mismo en la forma física y formando finalmente una conciencia del cuerpo. A esa conciencia del cuerpo el ser interior le da “su propio cuerpo de conocimiento físico” y la inmensa reserva de logros físicos que ha producido triunfantemente. La conciencia del cuerpo no es “inconsciente”, sino que el cuerpo posee su propio sistema de conciencia que, hasta cierto grado, está separado de lo que consideramos como nuestra propia conciencia normal. La conciencia del cuerpo difícilmente la podemos considerar inferior a la nuestra, o inferior a la del ser interior, puesto que ella representa el conocimiento proveniente del ser interior y es una parte de la propia conciencia del ser interior, la parte que ha sido delegada al cuerpo.
Recordemos que cada célula opera muy bien en el tiempo porque es precognitiva. Está enterada de la posición, salud, vitalidad, de todas las otras células sobre la faz del planeta. Esta enterada de la posición de cada grano de arena sobre la playa de cada océano. En esos términos, la célula forma parte de la conciencia de la tierra.
A ese nivel, el entorno, las criaturas y los elementos del mundo natural están todos unidos. Nuestro intelecto, tal como lo concebimos, opera tan clara y precisamente, tan lógicamente, a veces tan arrogantemente, porque el intelecto va por encima del gran empuje del poder codificado, “antiguo” e “inconsciente”, el poder del conocimiento instantáneo, que es una característica de la conciencia del cuerpo.
Hasta ahora, nuevamente, en nuestra presentación aun tenemos solamente un ser interior y una conciencia del cuerpo. En la medida en que la conciencia del cuerpo se desarrolla a sí misma y perfecciona su organización, el ser interior y la conciencia del cuerpo, conjuntamente, llevan a cabo una especie de mutuo entendimiento psicológico.
El ser interior estaba muy consciente de su propia multidimensionalidad y de que se dio nacimiento psicológico a sí mismo, a través del cuerpo en el espacio y el tiempo. Se conoció a sí mismo como criatura física. Esa parte del ser es la parte que reconocemos como el ser consciente normal, vivo dentro del esquema de las estaciones, consciente dentro de los designios del tiempo, atrapado por el temor en momentos de brillante entendimiento, con civilizaciones que parecen llegar y pasar. Ese es el ser que está alerta en la querida precisión de los momentos, el ser cuyos sentidos físicos están limitados por la luz y la oscuridad, el sonido y el tacto. Ese es el ser que vive la vida del cuerpo. Es el ser que mira hacia afuera. Es el ser al que llamamos consciente egoisticamente. Es el ser que mira hacia la realidad interior, hacia las dimensiones psíquicas del entendimiento, de las que emergieron nuestra propia conciencia y la conciencia del cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario