Mientras los hombres solamente tenían los cuerpos del sueño, gozaban de una libertad notable, ya que esos cuerpos no tenían que ser alimentados o vestidos. No tenían que operar bajo la ley de la gravedad. Los hombres podían vagar según querían al rededor del paisaje. Todavía no se identificaban en mayor grado como seres separados de su entorno y de otras criaturas. Sabían que eran ellos mismos, pero sus identidades no estaban tan estrechamente aliadas con sus formas, como ocurre ahora.
El mundo del sueño estaba destinado a despertar, ya que ese era el curso que se había impuesto. Este despertar sucedió espontáneamente, pero con su propio ordenamiento. Las otras criaturas de la tierra despertaron antes que el hombre y, en términos relativos, sus cuerpos del sueño se convirtieron en cuerpos físicos antes que el hombre. Los animales se tornaron físicamente activos, mientras, hasta cierto grado, el hombre permanecía en la realidad del sueño.
Las plantas despertaron antes que los animales. Hay razones para los diferentes grados del “despertar”, que básicamente no tienen nada que ver con la diferenciación de las especies definida por la ciencia desde el exterior, sino que tienen que ver con las afiliaciones internas de la conciencia y con las especies y familias de la conciencia. Esas afiliaciones se realizaron en la medida en que todas las conciencias que se habían embarcado en la realidad física se dividieron. Se trató de un casi inimaginable logro creativo, que sería responsable por el mundo físicamente efectivo.
El entorno, tal como lo concebimos, está compuesto por conciencias vivientes. Las religiones antiguas hablan de los espíritus de la naturaleza, términos que representan recuerdos de la prehistoria. Parte de la conciencia se transformó en lo que concebimos como la naturaleza, la inmensa extensión de los continentes, los océanos y los ríos, las montañas y los valles, el cuerpo de la tierra. El empuje creativo del mundo físico debía surgir de esa estructura viviente..
En cierta forma, las aves y los insectos son en realidad porciones vivientes del vuelo terrenal, así como los osos, los coyotes, las vacas y los gatos, representan la tierra convertida en criaturas que viven sobre su propia superficie. Y en cierta forma, también el hombre se convierte en el pensamiento terrenal. Pensando sus propios pensamientos, el hombre, a su manera, se especializa en la labor consciente del mundo, labor de la que depende la indispensable labor “inconsciente” del resto de la naturaleza, la misma naturaleza que lo sostiene. Cuando el hombre piensa, piensa por los microbios, por los átomos y moléculas, por las más pequeñas partículas dentro de su ser, por los insectos y por las rocas, por las criaturas del cielo, del aire y de los océanos.
El hombre piensa de una manera tan natural como vuelan los pájaros. Observa la realidad física, por el resto de la realidad física. El hombre es la tierra que llega a la vida para verse a sí misma a través de ojos conscientes.
El mundo del sueño estaba destinado a despertar, ya que ese era el curso que se había impuesto. Este despertar sucedió espontáneamente, pero con su propio ordenamiento. Las otras criaturas de la tierra despertaron antes que el hombre y, en términos relativos, sus cuerpos del sueño se convirtieron en cuerpos físicos antes que el hombre. Los animales se tornaron físicamente activos, mientras, hasta cierto grado, el hombre permanecía en la realidad del sueño.
Las plantas despertaron antes que los animales. Hay razones para los diferentes grados del “despertar”, que básicamente no tienen nada que ver con la diferenciación de las especies definida por la ciencia desde el exterior, sino que tienen que ver con las afiliaciones internas de la conciencia y con las especies y familias de la conciencia. Esas afiliaciones se realizaron en la medida en que todas las conciencias que se habían embarcado en la realidad física se dividieron. Se trató de un casi inimaginable logro creativo, que sería responsable por el mundo físicamente efectivo.
El entorno, tal como lo concebimos, está compuesto por conciencias vivientes. Las religiones antiguas hablan de los espíritus de la naturaleza, términos que representan recuerdos de la prehistoria. Parte de la conciencia se transformó en lo que concebimos como la naturaleza, la inmensa extensión de los continentes, los océanos y los ríos, las montañas y los valles, el cuerpo de la tierra. El empuje creativo del mundo físico debía surgir de esa estructura viviente..
En cierta forma, las aves y los insectos son en realidad porciones vivientes del vuelo terrenal, así como los osos, los coyotes, las vacas y los gatos, representan la tierra convertida en criaturas que viven sobre su propia superficie. Y en cierta forma, también el hombre se convierte en el pensamiento terrenal. Pensando sus propios pensamientos, el hombre, a su manera, se especializa en la labor consciente del mundo, labor de la que depende la indispensable labor “inconsciente” del resto de la naturaleza, la misma naturaleza que lo sostiene. Cuando el hombre piensa, piensa por los microbios, por los átomos y moléculas, por las más pequeñas partículas dentro de su ser, por los insectos y por las rocas, por las criaturas del cielo, del aire y de los océanos.
El hombre piensa de una manera tan natural como vuelan los pájaros. Observa la realidad física, por el resto de la realidad física. El hombre es la tierra que llega a la vida para verse a sí misma a través de ojos conscientes.