En el momento de su despertar, el hombre experimentó cierta sensación de separación con su cuerpo del sueño, con su propia realidad interior, con el mundo de sus sueños, pero estaba más consciente de su existencia subjetiva de lo que estamos nosotros ahora.
La naturaleza práctica de sus propios sueños también era más evidente, ya que sus sueños le enviaban visiones precisas de los lugares en donde la comida se podía encontrar. Por muchos siglos hubo migraciones humanas, del mismo tipo de las que vemos ahora en los gansos. Todos esos viajes seguían rutas recibidas como información en el estado del sueño.
El hombre empezó a identificarse más y más con su entorno exterior. Comenzó a considerar su ego interior casi como si fuera un extraño para él mismo y lo convirtió en su versión del alma. Pareció existir entonces una dualidad: un ser que actuaba en el universo físico y un alma o espíritu separado que actuaba en el mundo no material.
Este hombre primitivo consideraba la serpiente como la más sagrada, la más básica, la más secreta, la más sabia de todas las criaturas. En aquellas experiencias primitivas parecía que la serpiente era una parte viviente de la tierra, que surgía de sus entrañas, de la fuente oculta de todos los dioses de la tierra. El hombre observaba a las serpientes surgiendo de sus cuevas con admiración. La serpiente era a la vez un símbolo masculino y femenino. Parecía surgir de la matriz de la tierra y poseer la sabiduría secreta de la tierra. Pero también, en su forma extendida particularmente, era el símbolo del pene. Era también importante porque se desprendía de su piel, de la misma manera como el hombre sabia íntimamente que se desprendería de su cuerpo.
Todas las unidades de conciencia, cualquiera que sea su grado, tienen propósito e intención. Han sido dotadas con el deseo de la creatividad y con el deseo de aumentar la calidad de la existencia. Tienen la capacidad de responder a muchísimas señales. Existe una gran elasticidad para la acción y la movilidad, ya que en el hombre su experiencia consciente puede juntarse en casi un ilimitado numero de formas.
Los egos internos y externos no tienen una relación cementada, sino que se relacionan el uno con el otro de maneras casi infinitas, preservando la realidad de la experiencia física, pero con énfasis diferentes puestos sobre ella por áreas internas de la vida subjetiva. Aun los hechos escuetos de la historia son experimentados de una manera totalmente diferente, según el contenido simbólico en los que ellos están inmersos inevitablemente. La guerra, por ejemplo, la podemos experimentar como un desastre criminal, como un triunfo del salvajismo, o como una victoria sublime del espíritu humano sobre el mal.
A propósito de la guerra, podemos decir que el hombre no está dotado básicamente con “características guerreras.” El hombre no asesina de manera natural. De manera natural no busca destruir su propia vida, o la vida de los demás. No hay una batalla por la supervivencia, pero mientras proyectemos tal idea sobre la realidad natural, veremos de esa manera la naturaleza y nuestras propias experiencias con ella.
El hombre tiene un instinto y un deseo de vivir, y también tiene un instinto y un deseo de morir. Lo mismo se aplica a todas las otras criaturas. En su vida, cada hombre se ha embarcado en una aventura cooperativa con su propia especie y con las otras especies. Al morir, está actuando de manera cooperativa, retornando su sustancia física a la tierra. En términos físicos, el “propósito” del hombre es contribuir a enriquecer la calidad de la existencia en todas sus dimensiones. En términos espirituales, su “propósito” es comprender las cualidades del amor y la creatividad, comprender intelectual y psíquicamente las fuentes de su ser, y crear amorosamente otras dimensiones de realidad que en la actualidad desconoce. Al pensar, y con la calidad de sus pensamientos, con su movimiento, el hombre está experimentando con una realidad única y nueva, esta formando otros mundos subjetivos, que a su turno se convertirán en conciencias que florecerán desde la dimensión del sueño hasta formar otras dimensiones. El hombre está aprendiendo a crear nuevos mundos y para hacerlo ha tomado muchos retos.
Todos nosotros tenemos parientes físicos. Algunos de nosotros tenemos hijos físicos, pero “algún día” también seremos los “parientes mentales” de hijos del sueño que despertarán en un nuevo mundo, los miraremos por primera vez sintiéndose aislados, asustados y triunfantes, todo a la vez. Todos los mundos tienen un comienzo interior. Todos nuestros sueños en alguna parte despiertan y, cuando lo hacen, despiertan con su propio deseo de creatividad. Ellos han nacido con una nueva e inocente intención. Intención que estará en armonía con el universo, con Todo Lo Que Existe. Intención que tiene un ímpetu innato que disolverá todos los impedimentos. Es mucho más fácil para la naturaleza florecer que no hacerlo.
La naturaleza práctica de sus propios sueños también era más evidente, ya que sus sueños le enviaban visiones precisas de los lugares en donde la comida se podía encontrar. Por muchos siglos hubo migraciones humanas, del mismo tipo de las que vemos ahora en los gansos. Todos esos viajes seguían rutas recibidas como información en el estado del sueño.
El hombre empezó a identificarse más y más con su entorno exterior. Comenzó a considerar su ego interior casi como si fuera un extraño para él mismo y lo convirtió en su versión del alma. Pareció existir entonces una dualidad: un ser que actuaba en el universo físico y un alma o espíritu separado que actuaba en el mundo no material.
Este hombre primitivo consideraba la serpiente como la más sagrada, la más básica, la más secreta, la más sabia de todas las criaturas. En aquellas experiencias primitivas parecía que la serpiente era una parte viviente de la tierra, que surgía de sus entrañas, de la fuente oculta de todos los dioses de la tierra. El hombre observaba a las serpientes surgiendo de sus cuevas con admiración. La serpiente era a la vez un símbolo masculino y femenino. Parecía surgir de la matriz de la tierra y poseer la sabiduría secreta de la tierra. Pero también, en su forma extendida particularmente, era el símbolo del pene. Era también importante porque se desprendía de su piel, de la misma manera como el hombre sabia íntimamente que se desprendería de su cuerpo.
Todas las unidades de conciencia, cualquiera que sea su grado, tienen propósito e intención. Han sido dotadas con el deseo de la creatividad y con el deseo de aumentar la calidad de la existencia. Tienen la capacidad de responder a muchísimas señales. Existe una gran elasticidad para la acción y la movilidad, ya que en el hombre su experiencia consciente puede juntarse en casi un ilimitado numero de formas.
Los egos internos y externos no tienen una relación cementada, sino que se relacionan el uno con el otro de maneras casi infinitas, preservando la realidad de la experiencia física, pero con énfasis diferentes puestos sobre ella por áreas internas de la vida subjetiva. Aun los hechos escuetos de la historia son experimentados de una manera totalmente diferente, según el contenido simbólico en los que ellos están inmersos inevitablemente. La guerra, por ejemplo, la podemos experimentar como un desastre criminal, como un triunfo del salvajismo, o como una victoria sublime del espíritu humano sobre el mal.
A propósito de la guerra, podemos decir que el hombre no está dotado básicamente con “características guerreras.” El hombre no asesina de manera natural. De manera natural no busca destruir su propia vida, o la vida de los demás. No hay una batalla por la supervivencia, pero mientras proyectemos tal idea sobre la realidad natural, veremos de esa manera la naturaleza y nuestras propias experiencias con ella.
El hombre tiene un instinto y un deseo de vivir, y también tiene un instinto y un deseo de morir. Lo mismo se aplica a todas las otras criaturas. En su vida, cada hombre se ha embarcado en una aventura cooperativa con su propia especie y con las otras especies. Al morir, está actuando de manera cooperativa, retornando su sustancia física a la tierra. En términos físicos, el “propósito” del hombre es contribuir a enriquecer la calidad de la existencia en todas sus dimensiones. En términos espirituales, su “propósito” es comprender las cualidades del amor y la creatividad, comprender intelectual y psíquicamente las fuentes de su ser, y crear amorosamente otras dimensiones de realidad que en la actualidad desconoce. Al pensar, y con la calidad de sus pensamientos, con su movimiento, el hombre está experimentando con una realidad única y nueva, esta formando otros mundos subjetivos, que a su turno se convertirán en conciencias que florecerán desde la dimensión del sueño hasta formar otras dimensiones. El hombre está aprendiendo a crear nuevos mundos y para hacerlo ha tomado muchos retos.
Todos nosotros tenemos parientes físicos. Algunos de nosotros tenemos hijos físicos, pero “algún día” también seremos los “parientes mentales” de hijos del sueño que despertarán en un nuevo mundo, los miraremos por primera vez sintiéndose aislados, asustados y triunfantes, todo a la vez. Todos los mundos tienen un comienzo interior. Todos nuestros sueños en alguna parte despiertan y, cuando lo hacen, despiertan con su propio deseo de creatividad. Ellos han nacido con una nueva e inocente intención. Intención que estará en armonía con el universo, con Todo Lo Que Existe. Intención que tiene un ímpetu innato que disolverá todos los impedimentos. Es mucho más fácil para la naturaleza florecer que no hacerlo.
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