Los impulsos proveen el ímpetu para el movimiento, animando al cuerpo físico y a la persona mental hacia la utilización del poder físico y mental. Los impulsos le ayudan al individuo a dejar su impresión sobre el mundo, es decir, actuando sobre él y dentro de él de manera efectiva. Los impulsos también abren oportunidades que antes podían no haber estado disponibles conscientemente. Hemos afirmado anteriormente que las células tienen precognición y que a ese nivel el cuerpo está enterado de amplia información, información no conocida, ni aprendida conscientemente. El universo, y todo lo que este contiene, está compuesto de “información”. Información concerniente al universo entero está siempre latente dentro de cada una de las partes que lo componen.
El poder motivador del universo, y de cada partícula u onda o persona dentro de él, es el magnífico empuje hacia probabilidades creativas, además de la tensión exuberante que existe entre las opciones probables y los eventos probables. Esto se aplica a hombres y moléculas y a todas aquellas más pequeñas, hipotéticas y teóricas divisiones, o unidades, con las que los científicos se asombran a sí mismos.
En términos más corrientes, con frecuencia los impulsos provienen de conocimiento inconsciente. Este conocimiento es recibido, espontáneamente y de manera automática, por la energía que compone nuestro cuerpo, para ser procesado de tal manera que la información pertinente pueda ser aplicada y podamos hacer uso de ella. Idealmente, nuestros impulsos responden a nuestros mejores intereses y a los mejores intereses de nuestro mundo. Obviamente, existe una profunda y dañina desconfianza a los impulsos en el mundo contemporáneo, desconfianza que también ha existido a través de la historia que seguimos. Los impulsos son espontáneos, y se nos ha enseñado a desconfiar de las porciones espontáneas de nuestro ser, y confiar en cambio en la razón y el intelecto que, incidentalmente, también operan espontáneamente. Cuando nos lo permitimos, somos espontáneamente razonables, pero como consecuencia de nuestras creencias, parece que la razón y la espontaneidad no son muy buenas amigas.
Psicológicamente, nuestros impulsos son tan vitales para nuestro ser como lo son los órganos físicos. Ellos son tan altruistas y desinteresados como lo son nuestros órganos. Cada impulso está diseñado y hecho a la medida de quién lo siente. Idealmente, siguiendo nuestros impulsos vamos a sentir la forma, la forma impulsiva de nuestra vida. No perderíamos el tiempo preguntándonos cual era nuestro propósito, ya que él mismo se va a hacer conocer cuando percibamos la dirección en la que nuestros impulsos naturales nos conducen y cuando sintamos que ejercemos poder sobre el mundo por medio de esas acciones. Los impulsos son portales a la acción, a la satisfacción, al ejercicio del poder mental y físico natural, a la avenida de nuestra expresión personal que alcanza el mundo físico y deja su impresión sobre él.
Muchos cultos de uno u otro tipo, y muchos fanáticos, buscan interferir con nuestros impulsos naturales para impedir su expresión. Ellos buscan sabotear nuestra creencia en la espontaneidad del ser, de tal manera que el gran poder de los impulsos se represa. El camino hacia las probabilidades se cierra, poco a poco, hasta que en realidad vivimos en un entorno mental cerrado, en el que parece que somos impotentes. Nos parece que no vamos a dejar nuestra huella en el mundo como lo queremos y que nuestros ideales siempre permanecerán inexpresados.
Existe el impulso natural para morir en el hombre y en los animales, pero en tales circunstancias ese deseo se convierte en el único impulso que el individuo se siente capaz de expresar, ya que le parece que todos los otros caminos de expresión se han cerrado.
Queremos enfatizar la importancia de la acción individual, ya que solo el individuo puede ayudar a formar organizaciones que se convertirán en vehículos físicos para la expresión efectiva de los ideales. Solo las personas que confían en la espontaneidad de sus propios seres y en la naturaleza altruista de sus impulsos, pueden ser lo suficientemente sabias conscientemente para escoger entre miles de futuros probables los eventos más prometedores. Los impulsos tienen en consideración no solo los mejores intereses de la gente, sino todos los otros intereses de las demás especies.
Hemos utilizado el término “impulsos” para una mejor comprensión de la mayoría de las personas y, en esos términos, debemos decir que las moléculas y los protones también tienen impulsos. La conciencia no solamente reacciona al estímulo sino que tiene su propio impulso hacia el crecimiento y la plena y feliz satisfacción de sus propios valores. Nos parece que los impulsos son impredecibles, contradictorios, irracionales. Que son el resultado de la mezcla errática de químicos corporales y deben ser aplastados con la misma intención mortífera con que lo hacemos con un mosquito.
Considerar los impulsos como caóticos, sin sentido y, peor aún, perjudiciales para una vida ordenada, significa en realidad una actitud muy peligrosa. Significa que esa actitud es la causa de muchos de nuestros problemas. Cada persona tiene el deseo fervoroso de actuar, de actuar en forma benéfica, altruista, para dejar su huella en el mundo. Cuando son denegados constantemente los impulsos naturales hacia la acción durante un cierto período de tiempo, cuando se desconfía de ellos, cuando el individuo se siente en conflicto con sus propios impulsos y cierra las puertas hacia todas las acciones probables, entonces esa intensidad explota en cualquier forma de escape que haya quedado abierta.
No estamos hablando de algo como la “represión”, tal como es utilizada por los psicólogos, sino de un asunto mucho más profundo, en el que se desconfía tanto del mismo ser que los impulsos naturales de cualquier clase se vuelven sospechosos. Tratamos de “vacunarnos” contra nosotros mismos, situación casi imposible. Esperamos que nuestras motivaciones sean egoístas, porque así se nos ha dicho, de tal manera que cuando nos pillamos con motivaciones muy poco amables, casi nos sentimos reconfortados porque pensamos que estamos procediendo normalmente.
Cuando nos encontramos procediendo con buenas motivaciones, de inmediato desconfiamos de ellas y pensamos que oculto bajo el aparente altruismo debe haber algunas motivaciones nefastas o egoístas que se nos escapan. Como personas, siempre estamos examinando nuestros impulsos, pero muy rara vez examinamos los frutos de nuestro intelecto.
Puede parecer que las acciones impulsivas se mueven sin control en la sociedad, en el comportamiento de los cultos, en el comportamiento de los criminales, o en el de la juventud, pero en lugar de esto, todas estas actividades demuestran el poder de los impulsos cuando se les niega su expresión natural.
Un determinado idealista cree que el mundo va hacia el desastre y que él es impotente para evitarlo. Habiendo reprimido sus impulsos por creerlos equivocados y habiendo impedido la expresión de su propio poder para afectar a otros, podría, por ejemplo, “escuchar la voz de Dios”. Esa voz le puede decir que cometa cualquier número de acciones nefastas, como asesinar a los enemigos que se atraviesan en el camino de su gran ideal, y puede parecerle a él, y a otras personas, que tiene el impulso natural de matar y un mandato interior de Dios para hacerlo.
De acuerdo con las condiciones, tal persona puede ser un miembro de un pequeño culto, o la cabeza de una nación, un criminal o un héroe nacional, que proclama actuar con la autoridad de Dios. El deseo y la motivación para actuar son tan fuertes en cada persona que no pueden ser reprimidos y, cuando lo son, pueden ser expresados de manera pervertida. El hombre debe no solo actuar, sino que debe actuar de manera constructiva y debe sentir que actúa en la búsqueda de buenos fines. Cuando el impulso natural para actuar de manera constructiva se reprime, el idealista se convierte en fanático. Cada persona, a su manera, es un idealista.
El poder es natural. Es la fuerza, el poder que hace que el músculo se mueva, que los ojos vean, que la mente piense, es el poder de las emociones. Todos estos representan el verdadero poder. La acumulación de riquezas y la fama no puede sustituir la sensación natural de poder, si este falta. El poder siempre reside en el individuo y del individuo debe fluir todo el poder político.
El poder motivador del universo, y de cada partícula u onda o persona dentro de él, es el magnífico empuje hacia probabilidades creativas, además de la tensión exuberante que existe entre las opciones probables y los eventos probables. Esto se aplica a hombres y moléculas y a todas aquellas más pequeñas, hipotéticas y teóricas divisiones, o unidades, con las que los científicos se asombran a sí mismos.
En términos más corrientes, con frecuencia los impulsos provienen de conocimiento inconsciente. Este conocimiento es recibido, espontáneamente y de manera automática, por la energía que compone nuestro cuerpo, para ser procesado de tal manera que la información pertinente pueda ser aplicada y podamos hacer uso de ella. Idealmente, nuestros impulsos responden a nuestros mejores intereses y a los mejores intereses de nuestro mundo. Obviamente, existe una profunda y dañina desconfianza a los impulsos en el mundo contemporáneo, desconfianza que también ha existido a través de la historia que seguimos. Los impulsos son espontáneos, y se nos ha enseñado a desconfiar de las porciones espontáneas de nuestro ser, y confiar en cambio en la razón y el intelecto que, incidentalmente, también operan espontáneamente. Cuando nos lo permitimos, somos espontáneamente razonables, pero como consecuencia de nuestras creencias, parece que la razón y la espontaneidad no son muy buenas amigas.
Psicológicamente, nuestros impulsos son tan vitales para nuestro ser como lo son los órganos físicos. Ellos son tan altruistas y desinteresados como lo son nuestros órganos. Cada impulso está diseñado y hecho a la medida de quién lo siente. Idealmente, siguiendo nuestros impulsos vamos a sentir la forma, la forma impulsiva de nuestra vida. No perderíamos el tiempo preguntándonos cual era nuestro propósito, ya que él mismo se va a hacer conocer cuando percibamos la dirección en la que nuestros impulsos naturales nos conducen y cuando sintamos que ejercemos poder sobre el mundo por medio de esas acciones. Los impulsos son portales a la acción, a la satisfacción, al ejercicio del poder mental y físico natural, a la avenida de nuestra expresión personal que alcanza el mundo físico y deja su impresión sobre él.
Muchos cultos de uno u otro tipo, y muchos fanáticos, buscan interferir con nuestros impulsos naturales para impedir su expresión. Ellos buscan sabotear nuestra creencia en la espontaneidad del ser, de tal manera que el gran poder de los impulsos se represa. El camino hacia las probabilidades se cierra, poco a poco, hasta que en realidad vivimos en un entorno mental cerrado, en el que parece que somos impotentes. Nos parece que no vamos a dejar nuestra huella en el mundo como lo queremos y que nuestros ideales siempre permanecerán inexpresados.
Existe el impulso natural para morir en el hombre y en los animales, pero en tales circunstancias ese deseo se convierte en el único impulso que el individuo se siente capaz de expresar, ya que le parece que todos los otros caminos de expresión se han cerrado.
Queremos enfatizar la importancia de la acción individual, ya que solo el individuo puede ayudar a formar organizaciones que se convertirán en vehículos físicos para la expresión efectiva de los ideales. Solo las personas que confían en la espontaneidad de sus propios seres y en la naturaleza altruista de sus impulsos, pueden ser lo suficientemente sabias conscientemente para escoger entre miles de futuros probables los eventos más prometedores. Los impulsos tienen en consideración no solo los mejores intereses de la gente, sino todos los otros intereses de las demás especies.
Hemos utilizado el término “impulsos” para una mejor comprensión de la mayoría de las personas y, en esos términos, debemos decir que las moléculas y los protones también tienen impulsos. La conciencia no solamente reacciona al estímulo sino que tiene su propio impulso hacia el crecimiento y la plena y feliz satisfacción de sus propios valores. Nos parece que los impulsos son impredecibles, contradictorios, irracionales. Que son el resultado de la mezcla errática de químicos corporales y deben ser aplastados con la misma intención mortífera con que lo hacemos con un mosquito.
Considerar los impulsos como caóticos, sin sentido y, peor aún, perjudiciales para una vida ordenada, significa en realidad una actitud muy peligrosa. Significa que esa actitud es la causa de muchos de nuestros problemas. Cada persona tiene el deseo fervoroso de actuar, de actuar en forma benéfica, altruista, para dejar su huella en el mundo. Cuando son denegados constantemente los impulsos naturales hacia la acción durante un cierto período de tiempo, cuando se desconfía de ellos, cuando el individuo se siente en conflicto con sus propios impulsos y cierra las puertas hacia todas las acciones probables, entonces esa intensidad explota en cualquier forma de escape que haya quedado abierta.
No estamos hablando de algo como la “represión”, tal como es utilizada por los psicólogos, sino de un asunto mucho más profundo, en el que se desconfía tanto del mismo ser que los impulsos naturales de cualquier clase se vuelven sospechosos. Tratamos de “vacunarnos” contra nosotros mismos, situación casi imposible. Esperamos que nuestras motivaciones sean egoístas, porque así se nos ha dicho, de tal manera que cuando nos pillamos con motivaciones muy poco amables, casi nos sentimos reconfortados porque pensamos que estamos procediendo normalmente.
Cuando nos encontramos procediendo con buenas motivaciones, de inmediato desconfiamos de ellas y pensamos que oculto bajo el aparente altruismo debe haber algunas motivaciones nefastas o egoístas que se nos escapan. Como personas, siempre estamos examinando nuestros impulsos, pero muy rara vez examinamos los frutos de nuestro intelecto.
Puede parecer que las acciones impulsivas se mueven sin control en la sociedad, en el comportamiento de los cultos, en el comportamiento de los criminales, o en el de la juventud, pero en lugar de esto, todas estas actividades demuestran el poder de los impulsos cuando se les niega su expresión natural.
Un determinado idealista cree que el mundo va hacia el desastre y que él es impotente para evitarlo. Habiendo reprimido sus impulsos por creerlos equivocados y habiendo impedido la expresión de su propio poder para afectar a otros, podría, por ejemplo, “escuchar la voz de Dios”. Esa voz le puede decir que cometa cualquier número de acciones nefastas, como asesinar a los enemigos que se atraviesan en el camino de su gran ideal, y puede parecerle a él, y a otras personas, que tiene el impulso natural de matar y un mandato interior de Dios para hacerlo.
De acuerdo con las condiciones, tal persona puede ser un miembro de un pequeño culto, o la cabeza de una nación, un criminal o un héroe nacional, que proclama actuar con la autoridad de Dios. El deseo y la motivación para actuar son tan fuertes en cada persona que no pueden ser reprimidos y, cuando lo son, pueden ser expresados de manera pervertida. El hombre debe no solo actuar, sino que debe actuar de manera constructiva y debe sentir que actúa en la búsqueda de buenos fines. Cuando el impulso natural para actuar de manera constructiva se reprime, el idealista se convierte en fanático. Cada persona, a su manera, es un idealista.
El poder es natural. Es la fuerza, el poder que hace que el músculo se mueva, que los ojos vean, que la mente piense, es el poder de las emociones. Todos estos representan el verdadero poder. La acumulación de riquezas y la fama no puede sustituir la sensación natural de poder, si este falta. El poder siempre reside en el individuo y del individuo debe fluir todo el poder político.
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