Mucha gente se pregunta sobre los métodos apropiados para lograr una proyección astral, como progresar psíquicamente, como lograr la comprensión espiritual. En cierta forma, nuestro Blog contiene elementos que pueden contribuir al desarrollo de tales habilidades, ya que no es una falta de “métodos” la que inhibe tales actividades, sino que el “progreso psíquico” se bloquea por aquellas creencias negativas sobre las cuales hemos tratado de llamar la atención.
Muchas personas están buscando, permanentemente, un remoto ser espiritual interior en el que puedan confiar y al que puedan acudir en la búsqueda de ayuda y soporte, pero, todo el tiempo, desconfían del ser familiar interior con el que tienen íntimo contacto. Esto sucede porque estas personas establecen divisiones en las porciones del ser que son innecesarias.
Existen muchas escuelas para el avance espiritual que nos enseñan a “liberarnos de la mezcla desordenada de impulsos y deseos”, y a hacer a un lado el ser que somos, para buscar una versión idealizada mayor. En primer lugar, el ser que somos es siempre cambiante y nunca es estático. Existe un ser interior, en los términos de esas definiciones, pero ese ser interior, que es la fuente de nuestro ser actual, se expresa por medio de nuestros impulsos. Los impulsos nos brindan el empuje espiritual y biológico hacia el mejor desarrollo ideal. Debemos confiar en el ser que somos, ahora.
Para conocernos a nosotros mismos, en términos más profundos, debemos empezar con nuestros propios sentimientos, emociones, deseos, intensiones e impulsos. El conocimiento espiritual y la sabiduría psíquica son el resultado del sentimiento de unidad del ser.
Los impulsos son inherentemente buenos, espiritual y biológicamente. Ellos surgen de la Estructura 2, surgen del ser interior, y están basados en la gran red de comunicación interna que existe en todas las especies de nuestro planeta. Los impulsos proporcionan el empuje natural hacia aquellos patrones de comportamiento que más nos convienen, de tal manera que mientras ciertos impulsos se orientan hacia la actividad física, otros, aparentemente contradictorios, se orientan hacia la contemplación tranquila, mientras el balance general se mantiene.
Algunas personas solo se dan cuenta de sus impulsos de ira, porque han inhibido sus impulsos naturales al amor, que habrían servido para moderar lo que parecen ser deseos agresivos. Para empezar a confiar en nosotros mismos, debemos empezar dando por sentado que, en cierta forma, no hemos confiado en nosotros mismos y en nuestros impulsos en el pasado, que hemos pensado que esos impulsos son peligrosos, destructivos, o malos. De esta manera, en la medida en que aprendamos a tener confianza en nosotros mismos, reconoceremos nuestros impulsos. Vemos a donde nos conducen, permitiéndoles cierta libertad. No vamos a seguir impulsos que lastiman físicamente a otras personas, o los que parecen estar en directa contradicción con nuestras creencias actuales, pero necesitamos reconocerlos. Necesitamos descubrir su fuente. Detrás de ellos, casi siempre vamos a encontrar un impulso inhibido, o muchos de ellos, que nos motivaron a movernos en alguna dirección ideal, para buscar amor o comprensión, tan idealizados en nuestra mente, que parecían imposibles de lograr.
Si examinamos este estímulo tan problemático, siempre encontraremos que él, originalmente, surgió después de un largo proceso, proceso en el cual estuvimos temerosos de dar unos pocos pasos positivos hacia algún ideal. Nuestros propios impulsos nos conducen naturalmente hacia la búsqueda de logros creativos, a la expansión de nuestra conciencia, a excursiones psíquicas, al conocimiento consciente y a la manipulación de nuestros sueños.
Ningún método servirá, si tenemos miedo de nuestros propios impulsos, o de la naturaleza de nuestro propio ser. La mayoría de nosotros comprende que Dios está dentro de nosotros, que Dios está dentro de la creación, dentro de la materia física, y que “El” no opera, simplemente, como un director cósmico por fuera de la realidad. Debemos entender que el ser espiritual también existe dentro del ser físico, de la misma manera. El ser interior no está lejos, ni está alejado de nuestros más íntimos deseos y asuntos, sino que se comunica por medio de nuestros más pequeños gestos e ideales.
Este sentimiento de división dentro del ser nos obliga a pensar que existe un ser interior lejano, espiritual, sabio e intuitivo; y otro ser físico interno inferior, desorientado, ignorante espiritualmente, que es con el que nos identificamos. Muchos de nosotros creemos que la misma naturaleza del ser físico es mala, que sus impulsos, si se les permite, van a ir en dirección opuesta al bien del mundo físico, de la sociedad y de las más profundas verdades espirituales de la realidad interior. El ser interior se convierte en algo tan idealizado y remoto que, por contraste, el ser físico solo parece más ignorante e imperfecto.
Ante tales creencias, el ideal del desarrollo psíquico, los viajes astrales, el conocimiento espiritual, y aún el ideal de una vida sana, parecen tan remotos como si fueran imposibles. Debemos entonces empezar a celebrar nuestros propios seres, a mirar nuestros impulsos como los conectores naturales entre el ser físico y el ser no físico. Cuando los niños confían en sus impulsos, aprenden a caminar. Cuando nosotros confiamos en nuestros impulsos, nos vamos a reencontrar nuevamente con nosotros mismos.
Muchas personas están buscando, permanentemente, un remoto ser espiritual interior en el que puedan confiar y al que puedan acudir en la búsqueda de ayuda y soporte, pero, todo el tiempo, desconfían del ser familiar interior con el que tienen íntimo contacto. Esto sucede porque estas personas establecen divisiones en las porciones del ser que son innecesarias.
Existen muchas escuelas para el avance espiritual que nos enseñan a “liberarnos de la mezcla desordenada de impulsos y deseos”, y a hacer a un lado el ser que somos, para buscar una versión idealizada mayor. En primer lugar, el ser que somos es siempre cambiante y nunca es estático. Existe un ser interior, en los términos de esas definiciones, pero ese ser interior, que es la fuente de nuestro ser actual, se expresa por medio de nuestros impulsos. Los impulsos nos brindan el empuje espiritual y biológico hacia el mejor desarrollo ideal. Debemos confiar en el ser que somos, ahora.
Para conocernos a nosotros mismos, en términos más profundos, debemos empezar con nuestros propios sentimientos, emociones, deseos, intensiones e impulsos. El conocimiento espiritual y la sabiduría psíquica son el resultado del sentimiento de unidad del ser.
Los impulsos son inherentemente buenos, espiritual y biológicamente. Ellos surgen de la Estructura 2, surgen del ser interior, y están basados en la gran red de comunicación interna que existe en todas las especies de nuestro planeta. Los impulsos proporcionan el empuje natural hacia aquellos patrones de comportamiento que más nos convienen, de tal manera que mientras ciertos impulsos se orientan hacia la actividad física, otros, aparentemente contradictorios, se orientan hacia la contemplación tranquila, mientras el balance general se mantiene.
Algunas personas solo se dan cuenta de sus impulsos de ira, porque han inhibido sus impulsos naturales al amor, que habrían servido para moderar lo que parecen ser deseos agresivos. Para empezar a confiar en nosotros mismos, debemos empezar dando por sentado que, en cierta forma, no hemos confiado en nosotros mismos y en nuestros impulsos en el pasado, que hemos pensado que esos impulsos son peligrosos, destructivos, o malos. De esta manera, en la medida en que aprendamos a tener confianza en nosotros mismos, reconoceremos nuestros impulsos. Vemos a donde nos conducen, permitiéndoles cierta libertad. No vamos a seguir impulsos que lastiman físicamente a otras personas, o los que parecen estar en directa contradicción con nuestras creencias actuales, pero necesitamos reconocerlos. Necesitamos descubrir su fuente. Detrás de ellos, casi siempre vamos a encontrar un impulso inhibido, o muchos de ellos, que nos motivaron a movernos en alguna dirección ideal, para buscar amor o comprensión, tan idealizados en nuestra mente, que parecían imposibles de lograr.
Si examinamos este estímulo tan problemático, siempre encontraremos que él, originalmente, surgió después de un largo proceso, proceso en el cual estuvimos temerosos de dar unos pocos pasos positivos hacia algún ideal. Nuestros propios impulsos nos conducen naturalmente hacia la búsqueda de logros creativos, a la expansión de nuestra conciencia, a excursiones psíquicas, al conocimiento consciente y a la manipulación de nuestros sueños.
Ningún método servirá, si tenemos miedo de nuestros propios impulsos, o de la naturaleza de nuestro propio ser. La mayoría de nosotros comprende que Dios está dentro de nosotros, que Dios está dentro de la creación, dentro de la materia física, y que “El” no opera, simplemente, como un director cósmico por fuera de la realidad. Debemos entender que el ser espiritual también existe dentro del ser físico, de la misma manera. El ser interior no está lejos, ni está alejado de nuestros más íntimos deseos y asuntos, sino que se comunica por medio de nuestros más pequeños gestos e ideales.
Este sentimiento de división dentro del ser nos obliga a pensar que existe un ser interior lejano, espiritual, sabio e intuitivo; y otro ser físico interno inferior, desorientado, ignorante espiritualmente, que es con el que nos identificamos. Muchos de nosotros creemos que la misma naturaleza del ser físico es mala, que sus impulsos, si se les permite, van a ir en dirección opuesta al bien del mundo físico, de la sociedad y de las más profundas verdades espirituales de la realidad interior. El ser interior se convierte en algo tan idealizado y remoto que, por contraste, el ser físico solo parece más ignorante e imperfecto.
Ante tales creencias, el ideal del desarrollo psíquico, los viajes astrales, el conocimiento espiritual, y aún el ideal de una vida sana, parecen tan remotos como si fueran imposibles. Debemos entonces empezar a celebrar nuestros propios seres, a mirar nuestros impulsos como los conectores naturales entre el ser físico y el ser no físico. Cuando los niños confían en sus impulsos, aprenden a caminar. Cuando nosotros confiamos en nuestros impulsos, nos vamos a reencontrar nuevamente con nosotros mismos.
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