No hay accidentes. Nadie muere, bajo ningunas circunstancias, que no esté preparado para morir. Esto aplica a la muerte por catástrofe natural, como también a cualquier otra situación.
Tu propia elección dictará la forma como mueres, así como el tiempo. Estamos tratando ahora con tus creencias, tal como las conoces en esta vida, y dejando para un capítulo posterior algunos escapes de creencias que pueden ocurrir desde otras existencias. Sin embargo, cualesquiera que sean las creencias que aceptes, por las razones que sean, tu punto de poder está en el presente.
Es mucho más importante que comprendas esto, a que llegues a estar demasiado preocupado con laberínticas “razones del pasado”, ya que puedes llegar a perderte tanto en una aproximación negativa que olvidas que estas creencias se pueden cambiar en el presente. Por varias razones, mantienes creencias que puedes cambiar en cualquier momento. Muchos individuos mueren jóvenes, por ejemplo, porque creen tan fuertemente que la vejez representa una degradación del espíritu y un insulto al cuerpo. Ellos no quieren vivir bajo condiciones tal como creen que son. Algunos muy francamente prefieren morir en lo que otros considerarían ser las más horribles circunstancias – arrastrados por las furiosas olas de un océano, o aplastados en un terremoto, o azotados por los vientos de un huracán.
La muerte lenta en un hospital, o una experiencia con una enfermedad, seria impensable para estas mismas personas. Algo de esto tiene que ver con el temperamento, y con diferencias y preferencias bastante normales. Muchos más seres humanos están conscientes de sus propias muertes inminentes de lo que generalmente se sabe. Ellos saben, y sin embargo pretenden no saber, pero quienes mueren en catástrofes eligen la experiencia – el drama, inclusive el terror, cuando eso ocurre. Prefieren abandonar la vida física en una llamarada de percepción, batallando por sus vidas, en un punto de desafió, “luchando” y no conformes.
Los desastres naturales poseen la gran energía estimulante de poderes desatados, de la naturaleza escapando la disciplina del hombre, y por sus mismas características también le recuerdan al hombre de su propia psique; ya que a su manera tales eventos profundos siempre involucran creatividad naciente, surgiendo incluso desde los intestinos de la tierra, reestructurando la tierra y las vidas de los hombres.
Las reacciones individuales siguen este conocimiento innato, ya que mientras el hombre teme el poder desatado de la naturaleza y trata de protegerse a sí mismo de él, se regocija en él y se identifica con él al mismo tiempo. Entre más “civilizado” llega a ser el hombre, más separadas están sus estructuras y prácticas sociales de la íntima relación con la naturaleza – y más catástrofes naturales habrá, porque en el fondo siente la gran necesidad de identificación con la naturaleza; él mismo se une voluntariamente a los terremotos, los tornados y las inundaciones, de tal manera que pueda una vez más sentir, no solo sus energías, sino la suya propia.
Como nada más lo puede hacer, un gran encuentro con la plena energía de los elementos pone al hombre cara a cara con la potencia increíble desde la cual surge.
Para muchas personas, una calamidad natural les proporciona su primera experiencia personal con las realidades de la conexión de las criaturas con el planeta. Bajo tales condiciones, los hombres que se sienten parte de nada, de ninguna estructura, o familia, o país, pueden comprender en un destello su camaradería con la tierra, su lugar en ella y su energía; por el repentino reconocimiento de esa relación, ellos sienten su propio poder para la acción.
En un nivel muy diferente, los motines con frecuencia sirven el mismo propósito, en donde la liberación de energía, por cualesquiera que sean las razones, introduce un grupo de individuos al reconocimiento íntimo de que existe una vitalidad altamente concentrada. Ellos pueden no haberla encontrado antes en sus vidas.
Este reconocimiento puede conducirlos – y a menudo lo hace – a aprovechar su propia energía y utilizarla de una manera fuertemente creativa. Una catástrofe natural, o un motín, los dos son baños de energía, potentes y altamente positivos, a su manera, a pesar de sus obvias connotaciones. En tus términos, esto en manera alguna absuelve a quienes inician motines, por ejemplo, ya que ellos están funcionando dentro de un sistema de creencias conscientes en el que la violencia engendra violencia. Sin embargo, incluso aquí aplican diferencias individuales. Los incitadores de motines con frecuencia están buscando la manifestación de energía que ellos no creen poseer como propia. Ellos encienden e inician fuegos psicológicos, y están tan transfigurados por los resultados como cualquier incendiario. Si ellos comprendieran y pudieran experimentar el poder y la energía en ellos mismos, no necesitarían tales tácticas.
Así como los problemas raciales pueden ser resueltos a muchos niveles, por medio de un motín, o de un desastre natural, o por una combinación de ambos, de acuerdo con la intensidad de la situación en un nivel psicológico; y así como los síntomas físicos pueden ser súplicas de ayuda y reconocimiento, así mismo los infortunios naturales pueden ser utilizados por miembros de una parte del país, o una parte del mundo, para obtener ayuda de otras partes.
Obviamente, muchos motines son instigados muy conscientemente. Ciertamente, miles de individuos, o millones de ellos, no deciden conscientemente producir un huracán, o una inundación, o un terremoto, de la misma manera. En primer lugar, a ese nivel ellos no creen que tal cosa sea posible. Mientras las creencias conscientes tienen una parte que jugar en tales casos, en una base individual el “trabajo interior” es hecho apenas tan inconscientemente como el cuerpo produce los síntomas físicos. Los síntomas a menudo parecen ser infligidos sobre el cuerpo, precisamente como un desastre natural parece estar de visita sobre el cuerpo de la tierra. Se piensa de las enfermedades repentinas como asustadoras e impredecibles, con el paciente como victima, quizás, de un virus. Los tornados o terremotos repentinos son vistos a la misma luz, como resultado de las corrientes de aire y la temperatura, o como fallas de la corteza terrestre, en lugar de virus. Las causas básicas de los dos, sin embargo, son las mismas.
Hay tantas razones entonces para las “enfermedades de la tierra” como las hay para las enfermedades del cuerpo. Hasta cierto punto, se puede decir lo mismo de las guerras, si consideras una guerra como una pequeña infección; en el caso de una guerra mundial, ella seria una enfermedad masiva. La guerra finalmente te enseñará a reverenciar la vida. Las catástrofes naturales te recordarán que no puedes olvidar tu planeta, o tu calidad de criatura. Al mismo tiempo, las experiencias mismas te proporcionan el contacto con las más profundas energías de tu ser – aun cuando ellas han sido utilizadas “destructivamente”.
Tu propia elección dictará la forma como mueres, así como el tiempo. Estamos tratando ahora con tus creencias, tal como las conoces en esta vida, y dejando para un capítulo posterior algunos escapes de creencias que pueden ocurrir desde otras existencias. Sin embargo, cualesquiera que sean las creencias que aceptes, por las razones que sean, tu punto de poder está en el presente.
Es mucho más importante que comprendas esto, a que llegues a estar demasiado preocupado con laberínticas “razones del pasado”, ya que puedes llegar a perderte tanto en una aproximación negativa que olvidas que estas creencias se pueden cambiar en el presente. Por varias razones, mantienes creencias que puedes cambiar en cualquier momento. Muchos individuos mueren jóvenes, por ejemplo, porque creen tan fuertemente que la vejez representa una degradación del espíritu y un insulto al cuerpo. Ellos no quieren vivir bajo condiciones tal como creen que son. Algunos muy francamente prefieren morir en lo que otros considerarían ser las más horribles circunstancias – arrastrados por las furiosas olas de un océano, o aplastados en un terremoto, o azotados por los vientos de un huracán.
La muerte lenta en un hospital, o una experiencia con una enfermedad, seria impensable para estas mismas personas. Algo de esto tiene que ver con el temperamento, y con diferencias y preferencias bastante normales. Muchos más seres humanos están conscientes de sus propias muertes inminentes de lo que generalmente se sabe. Ellos saben, y sin embargo pretenden no saber, pero quienes mueren en catástrofes eligen la experiencia – el drama, inclusive el terror, cuando eso ocurre. Prefieren abandonar la vida física en una llamarada de percepción, batallando por sus vidas, en un punto de desafió, “luchando” y no conformes.
Los desastres naturales poseen la gran energía estimulante de poderes desatados, de la naturaleza escapando la disciplina del hombre, y por sus mismas características también le recuerdan al hombre de su propia psique; ya que a su manera tales eventos profundos siempre involucran creatividad naciente, surgiendo incluso desde los intestinos de la tierra, reestructurando la tierra y las vidas de los hombres.
Las reacciones individuales siguen este conocimiento innato, ya que mientras el hombre teme el poder desatado de la naturaleza y trata de protegerse a sí mismo de él, se regocija en él y se identifica con él al mismo tiempo. Entre más “civilizado” llega a ser el hombre, más separadas están sus estructuras y prácticas sociales de la íntima relación con la naturaleza – y más catástrofes naturales habrá, porque en el fondo siente la gran necesidad de identificación con la naturaleza; él mismo se une voluntariamente a los terremotos, los tornados y las inundaciones, de tal manera que pueda una vez más sentir, no solo sus energías, sino la suya propia.
Como nada más lo puede hacer, un gran encuentro con la plena energía de los elementos pone al hombre cara a cara con la potencia increíble desde la cual surge.
Para muchas personas, una calamidad natural les proporciona su primera experiencia personal con las realidades de la conexión de las criaturas con el planeta. Bajo tales condiciones, los hombres que se sienten parte de nada, de ninguna estructura, o familia, o país, pueden comprender en un destello su camaradería con la tierra, su lugar en ella y su energía; por el repentino reconocimiento de esa relación, ellos sienten su propio poder para la acción.
En un nivel muy diferente, los motines con frecuencia sirven el mismo propósito, en donde la liberación de energía, por cualesquiera que sean las razones, introduce un grupo de individuos al reconocimiento íntimo de que existe una vitalidad altamente concentrada. Ellos pueden no haberla encontrado antes en sus vidas.
Este reconocimiento puede conducirlos – y a menudo lo hace – a aprovechar su propia energía y utilizarla de una manera fuertemente creativa. Una catástrofe natural, o un motín, los dos son baños de energía, potentes y altamente positivos, a su manera, a pesar de sus obvias connotaciones. En tus términos, esto en manera alguna absuelve a quienes inician motines, por ejemplo, ya que ellos están funcionando dentro de un sistema de creencias conscientes en el que la violencia engendra violencia. Sin embargo, incluso aquí aplican diferencias individuales. Los incitadores de motines con frecuencia están buscando la manifestación de energía que ellos no creen poseer como propia. Ellos encienden e inician fuegos psicológicos, y están tan transfigurados por los resultados como cualquier incendiario. Si ellos comprendieran y pudieran experimentar el poder y la energía en ellos mismos, no necesitarían tales tácticas.
Así como los problemas raciales pueden ser resueltos a muchos niveles, por medio de un motín, o de un desastre natural, o por una combinación de ambos, de acuerdo con la intensidad de la situación en un nivel psicológico; y así como los síntomas físicos pueden ser súplicas de ayuda y reconocimiento, así mismo los infortunios naturales pueden ser utilizados por miembros de una parte del país, o una parte del mundo, para obtener ayuda de otras partes.
Obviamente, muchos motines son instigados muy conscientemente. Ciertamente, miles de individuos, o millones de ellos, no deciden conscientemente producir un huracán, o una inundación, o un terremoto, de la misma manera. En primer lugar, a ese nivel ellos no creen que tal cosa sea posible. Mientras las creencias conscientes tienen una parte que jugar en tales casos, en una base individual el “trabajo interior” es hecho apenas tan inconscientemente como el cuerpo produce los síntomas físicos. Los síntomas a menudo parecen ser infligidos sobre el cuerpo, precisamente como un desastre natural parece estar de visita sobre el cuerpo de la tierra. Se piensa de las enfermedades repentinas como asustadoras e impredecibles, con el paciente como victima, quizás, de un virus. Los tornados o terremotos repentinos son vistos a la misma luz, como resultado de las corrientes de aire y la temperatura, o como fallas de la corteza terrestre, en lugar de virus. Las causas básicas de los dos, sin embargo, son las mismas.
Hay tantas razones entonces para las “enfermedades de la tierra” como las hay para las enfermedades del cuerpo. Hasta cierto punto, se puede decir lo mismo de las guerras, si consideras una guerra como una pequeña infección; en el caso de una guerra mundial, ella seria una enfermedad masiva. La guerra finalmente te enseñará a reverenciar la vida. Las catástrofes naturales te recordarán que no puedes olvidar tu planeta, o tu calidad de criatura. Al mismo tiempo, las experiencias mismas te proporcionan el contacto con las más profundas energías de tu ser – aun cuando ellas han sido utilizadas “destructivamente”.
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