En el principio del universo no existía Dios el Padre, ni Alá, ni Zoroastro, ni Zeus, ni Buda. Existía, en cambio, un “gestalt” psicológico divino, un ser cuya realidad escapa a la definición de la palabra “ser”, puesto que es la fuente de la cual surge todo el ser. Ese ser existe en una dimensión psicológica, en un presente espacioso, en el cual todo lo que existió, existe o existirá, se mantiene en atención inmediata, equilibrado en un contexto divino, que está caracterizado por una concentración tan brillante que los más grandioso y lo más humilde, lo más grande y lo más pequeño, se mantienen por igual dentro de un enfoque multiamoroso constante.
Nuestros conceptos de principios y fines hacen muy difícil la explicación de esta situación, ya que, en nuestros términos, el inicio del universo no tiene sentido, lo que quiere decir, en esos términos, que no hubo principio.
Como lo hemos explicado, el universo siempre está llegando a la existencia y cada momento presente trae incorporado su propio pasado. Nos ponemos de acuerdo para aceptar como real solo una pequeña parte de la información disponible, de la que se compone cada momento, individual o globalmente. Aceptamos solamente aquella información que se ajusta a nuestras ideas de movimiento en el tiempo. Como resultado de esto, la evidencia arqueológica usualmente presenta un cuadro que se ajusta a nuestras ideas sobre la historia, las eras geológicas, etc.
La mente consciente ve, con un alcance espectacular pero limitado, y carece de una visión periférica total. Estamos utilizando el término “mente consciente”, tal como lo definimos, ya que le permitimos aceptar como evidencia solo aquella información física disponible para los cinco sentidos, cuando esos cinco sentidos representan apenas una visión relativamente plana de la realidad, la que se refiere a la superficie más visible.
Los sentidos físicos son extensiones de los sentidos internos, que son, de una u otra manera, una parte de cada especie física, cualquiera que sea su grado. Los sentidos internos le proporcionan a las especies un método interno de comunicación y las células poseen sentidos internos.
Los átomos perciben su propia posición, sus velocidades, movimientos, la naturaleza de su entorno, el material del que ellos forman parte. Nuestro mundo no se juntó, con átomos sin sentido formándose aquí y allá, con elementos provenientes de gases sin sentido agrupándose, ni el mundo fue creado por un Dios lejano y objetivizado, que lo creó, parte por parte, como en una línea de ensamble cósmico, con sus defectos incorporados y con mejores modelos disponibles en cada estación geológica. El universo se formó de los Dios es. El universo es la extensión natural de la creatividad y la intención divina, formado de adentro hacia fuera. Así que la conciencia existió antes que la materia y no lo contrario.
Nuestra conciencia es una porción de un “gestalt” divino. En los términos de nuestra experiencia terrenal, es un error metafísico, científico y creativo, separar la materia de la conciencia, ya que la conciencia se materializa ella misma como materia en la vida física.
Nuestra conciencia va a sobrevivir a la muerte de nuestro cuerpo, pero tomará otro tipo de forma, una forma que está compuesta por “unidades de conciencia”.Tenemos la propensión a pensar en términos de jerarquías de conciencias, con la humanidad encabezando la lista, en términos globales. La Biblia, por ejemplo, dice que el hombre tiene dominio sobre los animales, y parece que elevando el grado de la conciencia de los animales debemos, de alguna manera, degradar la nuestra. El “gestalt” divino, sin embargo, se expresa de tal manera que su “calidad” se diluye.
Limitamos la capacidad de la mente consciente rehusándonos a permitirle un mayor alcance de atención, ya que hemos estado cerrados e ignorantes a las diferentes, variadas y ricas experiencias de las otras especies. Hemos permitido que la terquedad de cierta mente literal nos proporcione definiciones que sirven para categorizar, en lugar de iluminarnos sobre otras realidades distintas a la nuestra.
En el inicio del universo existía un mundo subjetivo que se volvió objetivo. La materia no era aun permanente, puesto que la conciencia allí no era aun estable. En el inicio del universo existía un mundo del sueño, en el que la conciencia formó un sueño de la realidad física y gradualmente despertó dentro de ese mundo.
Las montañas se elevaron y cayeron. Los océanos se llenaron. El oleaje de las mareas retumbó. Las islas aparecieron. Las estaciones mismas no eran estables. Los campos magnéticos fluctuaban. Todas las especies estaban allí, en el inicio del universo. De la misma manera como el mundo del sueño se convirtió en la realidad física, se presentó la excitación y la confusión que acompaña el logro de un evento creativo masivo. Hubo mucha mayor plasticidad, movimiento, variedad, en la medida en que la conciencia experimentaba con sus propias formas. Las especies y el entorno se formaron conjuntamente de manera concertada, en una combinación gloriosa en la que cada uno cumplió con los requerimientos de su propia existencia, mientras contribuía a la satisfacción de todas las otras porciones de la realidad física.
Este tipo de evento no se ajusta a nuestros conceptos del inicio del mundo, con la conciencia surgiendo de la materia y con un Dios exteriorizado iniciando un mundo divino pero mecanicista.
Este concepto tampoco se ajusta a nuestras versiones del bien y el mal. Dios, o Todo Lo Que Existe, en el sentido más profundo, está completo, y aun incompleto. Somos conscientes de la contradicción que parece presentarse en nuestras mentes. En cierto sentido, un producto creativo contribuye a completar un artista, mientras el artista nunca va a estar completo. Todo Lo Que Existe, o Dios, en cierta forma, aprende mientras aprendemos, y hace ajustes de acuerdo con nuestro conocimiento. Es necesario ser muy cuidadosos en este punto, ya que las ilusiones de divinidad se presentan muy fácilmente, pero en un sentido básico, todos llevamos dentro de nosotros la marca innegable de Todo Lo Que Existe y la capacidad incorporada para tener una ligera visión de nuestra más grande existencia. Estamos tan cerca del inicio de nuestro mundo, como lo estaban Adán y Eva, los Romanos, los Egipcios y los Sumerios. El inicio del mundo está a solo un paso afuera del momento.
Nuestros conceptos de principios y fines hacen muy difícil la explicación de esta situación, ya que, en nuestros términos, el inicio del universo no tiene sentido, lo que quiere decir, en esos términos, que no hubo principio.
Como lo hemos explicado, el universo siempre está llegando a la existencia y cada momento presente trae incorporado su propio pasado. Nos ponemos de acuerdo para aceptar como real solo una pequeña parte de la información disponible, de la que se compone cada momento, individual o globalmente. Aceptamos solamente aquella información que se ajusta a nuestras ideas de movimiento en el tiempo. Como resultado de esto, la evidencia arqueológica usualmente presenta un cuadro que se ajusta a nuestras ideas sobre la historia, las eras geológicas, etc.
La mente consciente ve, con un alcance espectacular pero limitado, y carece de una visión periférica total. Estamos utilizando el término “mente consciente”, tal como lo definimos, ya que le permitimos aceptar como evidencia solo aquella información física disponible para los cinco sentidos, cuando esos cinco sentidos representan apenas una visión relativamente plana de la realidad, la que se refiere a la superficie más visible.
Los sentidos físicos son extensiones de los sentidos internos, que son, de una u otra manera, una parte de cada especie física, cualquiera que sea su grado. Los sentidos internos le proporcionan a las especies un método interno de comunicación y las células poseen sentidos internos.
Los átomos perciben su propia posición, sus velocidades, movimientos, la naturaleza de su entorno, el material del que ellos forman parte. Nuestro mundo no se juntó, con átomos sin sentido formándose aquí y allá, con elementos provenientes de gases sin sentido agrupándose, ni el mundo fue creado por un Dios lejano y objetivizado, que lo creó, parte por parte, como en una línea de ensamble cósmico, con sus defectos incorporados y con mejores modelos disponibles en cada estación geológica. El universo se formó de los Dios es. El universo es la extensión natural de la creatividad y la intención divina, formado de adentro hacia fuera. Así que la conciencia existió antes que la materia y no lo contrario.
Nuestra conciencia es una porción de un “gestalt” divino. En los términos de nuestra experiencia terrenal, es un error metafísico, científico y creativo, separar la materia de la conciencia, ya que la conciencia se materializa ella misma como materia en la vida física.
Nuestra conciencia va a sobrevivir a la muerte de nuestro cuerpo, pero tomará otro tipo de forma, una forma que está compuesta por “unidades de conciencia”.Tenemos la propensión a pensar en términos de jerarquías de conciencias, con la humanidad encabezando la lista, en términos globales. La Biblia, por ejemplo, dice que el hombre tiene dominio sobre los animales, y parece que elevando el grado de la conciencia de los animales debemos, de alguna manera, degradar la nuestra. El “gestalt” divino, sin embargo, se expresa de tal manera que su “calidad” se diluye.
Limitamos la capacidad de la mente consciente rehusándonos a permitirle un mayor alcance de atención, ya que hemos estado cerrados e ignorantes a las diferentes, variadas y ricas experiencias de las otras especies. Hemos permitido que la terquedad de cierta mente literal nos proporcione definiciones que sirven para categorizar, en lugar de iluminarnos sobre otras realidades distintas a la nuestra.
En el inicio del universo existía un mundo subjetivo que se volvió objetivo. La materia no era aun permanente, puesto que la conciencia allí no era aun estable. En el inicio del universo existía un mundo del sueño, en el que la conciencia formó un sueño de la realidad física y gradualmente despertó dentro de ese mundo.
Las montañas se elevaron y cayeron. Los océanos se llenaron. El oleaje de las mareas retumbó. Las islas aparecieron. Las estaciones mismas no eran estables. Los campos magnéticos fluctuaban. Todas las especies estaban allí, en el inicio del universo. De la misma manera como el mundo del sueño se convirtió en la realidad física, se presentó la excitación y la confusión que acompaña el logro de un evento creativo masivo. Hubo mucha mayor plasticidad, movimiento, variedad, en la medida en que la conciencia experimentaba con sus propias formas. Las especies y el entorno se formaron conjuntamente de manera concertada, en una combinación gloriosa en la que cada uno cumplió con los requerimientos de su propia existencia, mientras contribuía a la satisfacción de todas las otras porciones de la realidad física.
Este tipo de evento no se ajusta a nuestros conceptos del inicio del mundo, con la conciencia surgiendo de la materia y con un Dios exteriorizado iniciando un mundo divino pero mecanicista.
Este concepto tampoco se ajusta a nuestras versiones del bien y el mal. Dios, o Todo Lo Que Existe, en el sentido más profundo, está completo, y aun incompleto. Somos conscientes de la contradicción que parece presentarse en nuestras mentes. En cierto sentido, un producto creativo contribuye a completar un artista, mientras el artista nunca va a estar completo. Todo Lo Que Existe, o Dios, en cierta forma, aprende mientras aprendemos, y hace ajustes de acuerdo con nuestro conocimiento. Es necesario ser muy cuidadosos en este punto, ya que las ilusiones de divinidad se presentan muy fácilmente, pero en un sentido básico, todos llevamos dentro de nosotros la marca innegable de Todo Lo Que Existe y la capacidad incorporada para tener una ligera visión de nuestra más grande existencia. Estamos tan cerca del inicio de nuestro mundo, como lo estaban Adán y Eva, los Romanos, los Egipcios y los Sumerios. El inicio del mundo está a solo un paso afuera del momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario