En el principio, las Unidades de Conciencia que existían dentro del “gestalt” psicológico divino, provistas de la inimaginable creatividad de esa identidad sublime, empezaron ellas mismas a crear, explorar y a desarrollar aquellos valores innatos que las caracterizaban. Operando a la vez como ondas y como partículas, dirigidas en parte por su incansable creatividad y en parte orientadas por la creatividad de Todo Lo Que Existe, se embarcaron en el proyecto de traer a la realidad el tiempo, el espacio y la totalidad del universo. Las Unidades de Conciencia fueron entonces las primeras entidades.
Tratemos de imaginar una situación en la que existe una fuerza psicológica que incluye dentro de sus capacidades la habilidad de actuar simultáneamente en los niveles más microscópicos y en los niveles más macroscópicos; que puede formar dentro de sí misma un millón de identidades únicas, inviolables y separadas, que pueden operar como parte de esas identidades y como la unidad más grande que es su fuente, caso en la cual es una onda de la que surgen las partículas. Esa descripción se ajusta a nuestras Unidades de Conciencia.
Las Unidades de Conciencia construyen nuestro mundo de adentro hacia afuera. Como criaturas físicas, ellas se enfocan en lo que consideramos como identidades físicas: diferencias individuales y separadas, que proveen cada conciencia física con sus propias variaciones originales y sus propios potenciales creativos, su propia oportunidad para una completa experiencia original y un punto de vista, o plataforma, desde la cual pueda participar en la realidad, una realidad que a ese nivel no puede ser experimentada de la misma manera por ningún otro individuo. Esta es la privilegiada, siempre nueva, privada e inmediata experiencia directa de cualquier individuo, de cualquier especie, o de cualquier grado, cuando encuentra el universo objetivo.
A otros niveles, mientras la individualidad se mantiene, ella cabalga sobre las formaciones de ondas de la conciencia. Está en todas partes al tiempo y las unidades de conciencia que conforman las células saben las posiciones de todas las otras unidades, tanto en el tiempo como en el espacio.
En el inicio del universo, estas unidades operaban no solo como identidades, sino también como partículas y ondas. La principal concentración aun no era física, en nuestros términos. Lo que consideramos ahora como el estado del sueño, era el estado de vigilia, ya que todavía era la forma reconocida de la actividad, la creatividad y el poder. El estado del sueño continua siendo la conexión entre dos realidades y, como especie, literalmente aprendimos a caminar primero como sonámbulos. Caminábamos en el sueño. Soñábamos nuestros lenguajes. Hablábamos en los sueños y más tarde escribiríamos los alfabetos. Nuestro conocimiento y nuestro intelecto han sido siempre disparados, agudizados, impulsados, por la gran realidad interna de la que emergen nuestras mentes.
La materia física, por si misma, nunca podría producir la conciencia. Una mente sola no podría llegar a la existencia por azar. Un pensamiento no podría surgir del infinito numero de terminales nerviosas, si la materia misma no estuviera inicialmente viva, con la conciencia provista de la intención de ser. Un hombre que cree que la vida tiene poco sentido, rápidamente abandona la vida. Una existencia sin sentido, nunca podría producir la vida. El universo no fue creado para una especie solamente, por un Dios que simplemente supervisa esa misma especie tan destructiva, como es el hombre en sus peores circunstancias.
En cambio, tenemos una división interna de actividad, un inmenso campo de actividad, de creatividad multidimensional, un Creador que se convierte en una parte de cada una de sus creaciones, pero un Creador que es más grande que la suma de sus partes: Un Creador que se conoce a sí mismo como un ratón en el campo, o como el campo, o como el continente sobre el cual se encuentra el campo, o como el planeta que contiene el continente, o como el universo que contiene el mundo. Es una fuerza que es un todo, pero que aun es divisible, que es una y a la vez muchas fuerzas inconcebibles, una fuerza que es eterna y a la vez mortal, una fuerza que se sumerge en su propia creatividad, formando las estaciones y experimentándolas también, glorificándose en la individualidad, pero siempre consciente de la mayor unidad que está dentro y detrás de todas las experiencias de la individualidad: Una fuerza desde la cual cada momento del pasado y del futuro fluye en todas las direcciones concebibles.
En nuestros términos del tiempo, hablaremos de un principio y, en ese principio, fueron los sueños del hombre primitivo los que le permitieron afrontar la realidad física. El mundo del sueño fue su campo de aprendizaje original. En tiempos de sequía, el hombre soñaba con la localización del agua. En tiempos de hambre, soñaba con la localización de la comida. Su sueño le permitía una visión clarividente del cuerpo de la tierra. El hombre no perdía tiempo con los procedimientos de ensayo y error, que ahora damos por hechos. En los sueños, su conciencia operaba como una onda.
En esos primeros tiempos, todas las especies compartían sus sueños de una manera que ahora es totalmente inconsciente para nuestra especie, de tal manera que en los sueños el hombre también investigaba a los animales, mucho tiempo antes de aprender a seguir los rastros de ellos. El hombre exploraba el planeta porque sus sueños le dijeron que la tierra estaba ahí.
La gente no estaba tan aislada como parece ahora, ya que en sus sueños el hombre primitivo comunicaba sus diversas localizaciones, los símbolos de sus culturas y comprensión y la naturaleza de sus artes. Todos los inventos que con frecuencia pensamos suceden totalmente por azar – el descubrimiento de todos ellos, desde la primera herramienta hasta la importancia del fuego, o el advenimiento de la Edad del Hierro, o cualquier otra cosa – toda esa inventiva fue el resultado de la inspiración y la comunicación del mundo del sueño. El hombre soñó su mundo y lo creo, y las unidades de conciencia soñaron primero el hombre y todas las otras especies que conocemos.
Este es el momento para resaltar algo muy importante: El mundo del sueño no es un campo de actividad sin objetivo, sin lógica, sin intelecto. Lo que sucede es que nuestra perspectiva nos impide ver su más grande realidad, ya que el intelecto del sueño podría ser motivo de vergüenza para nuestros computadores. Nuestro propósito no es colocar las capacidades intelectuales en el fondo, sino afirmar que ellas emergen, tal como las conocemos, como consecuencia del uso ininterrumpido que hace el ser del sueño del poder mancomunado del intelecto y las intuiciones. Las capacidades intelectuales, tal como las conocemos, no se pueden comparar con las capacidades mayores que forman parte de nuestra realidad interior.
Tratemos de imaginar una situación en la que existe una fuerza psicológica que incluye dentro de sus capacidades la habilidad de actuar simultáneamente en los niveles más microscópicos y en los niveles más macroscópicos; que puede formar dentro de sí misma un millón de identidades únicas, inviolables y separadas, que pueden operar como parte de esas identidades y como la unidad más grande que es su fuente, caso en la cual es una onda de la que surgen las partículas. Esa descripción se ajusta a nuestras Unidades de Conciencia.
Las Unidades de Conciencia construyen nuestro mundo de adentro hacia afuera. Como criaturas físicas, ellas se enfocan en lo que consideramos como identidades físicas: diferencias individuales y separadas, que proveen cada conciencia física con sus propias variaciones originales y sus propios potenciales creativos, su propia oportunidad para una completa experiencia original y un punto de vista, o plataforma, desde la cual pueda participar en la realidad, una realidad que a ese nivel no puede ser experimentada de la misma manera por ningún otro individuo. Esta es la privilegiada, siempre nueva, privada e inmediata experiencia directa de cualquier individuo, de cualquier especie, o de cualquier grado, cuando encuentra el universo objetivo.
A otros niveles, mientras la individualidad se mantiene, ella cabalga sobre las formaciones de ondas de la conciencia. Está en todas partes al tiempo y las unidades de conciencia que conforman las células saben las posiciones de todas las otras unidades, tanto en el tiempo como en el espacio.
En el inicio del universo, estas unidades operaban no solo como identidades, sino también como partículas y ondas. La principal concentración aun no era física, en nuestros términos. Lo que consideramos ahora como el estado del sueño, era el estado de vigilia, ya que todavía era la forma reconocida de la actividad, la creatividad y el poder. El estado del sueño continua siendo la conexión entre dos realidades y, como especie, literalmente aprendimos a caminar primero como sonámbulos. Caminábamos en el sueño. Soñábamos nuestros lenguajes. Hablábamos en los sueños y más tarde escribiríamos los alfabetos. Nuestro conocimiento y nuestro intelecto han sido siempre disparados, agudizados, impulsados, por la gran realidad interna de la que emergen nuestras mentes.
La materia física, por si misma, nunca podría producir la conciencia. Una mente sola no podría llegar a la existencia por azar. Un pensamiento no podría surgir del infinito numero de terminales nerviosas, si la materia misma no estuviera inicialmente viva, con la conciencia provista de la intención de ser. Un hombre que cree que la vida tiene poco sentido, rápidamente abandona la vida. Una existencia sin sentido, nunca podría producir la vida. El universo no fue creado para una especie solamente, por un Dios que simplemente supervisa esa misma especie tan destructiva, como es el hombre en sus peores circunstancias.
En cambio, tenemos una división interna de actividad, un inmenso campo de actividad, de creatividad multidimensional, un Creador que se convierte en una parte de cada una de sus creaciones, pero un Creador que es más grande que la suma de sus partes: Un Creador que se conoce a sí mismo como un ratón en el campo, o como el campo, o como el continente sobre el cual se encuentra el campo, o como el planeta que contiene el continente, o como el universo que contiene el mundo. Es una fuerza que es un todo, pero que aun es divisible, que es una y a la vez muchas fuerzas inconcebibles, una fuerza que es eterna y a la vez mortal, una fuerza que se sumerge en su propia creatividad, formando las estaciones y experimentándolas también, glorificándose en la individualidad, pero siempre consciente de la mayor unidad que está dentro y detrás de todas las experiencias de la individualidad: Una fuerza desde la cual cada momento del pasado y del futuro fluye en todas las direcciones concebibles.
En nuestros términos del tiempo, hablaremos de un principio y, en ese principio, fueron los sueños del hombre primitivo los que le permitieron afrontar la realidad física. El mundo del sueño fue su campo de aprendizaje original. En tiempos de sequía, el hombre soñaba con la localización del agua. En tiempos de hambre, soñaba con la localización de la comida. Su sueño le permitía una visión clarividente del cuerpo de la tierra. El hombre no perdía tiempo con los procedimientos de ensayo y error, que ahora damos por hechos. En los sueños, su conciencia operaba como una onda.
En esos primeros tiempos, todas las especies compartían sus sueños de una manera que ahora es totalmente inconsciente para nuestra especie, de tal manera que en los sueños el hombre también investigaba a los animales, mucho tiempo antes de aprender a seguir los rastros de ellos. El hombre exploraba el planeta porque sus sueños le dijeron que la tierra estaba ahí.
La gente no estaba tan aislada como parece ahora, ya que en sus sueños el hombre primitivo comunicaba sus diversas localizaciones, los símbolos de sus culturas y comprensión y la naturaleza de sus artes. Todos los inventos que con frecuencia pensamos suceden totalmente por azar – el descubrimiento de todos ellos, desde la primera herramienta hasta la importancia del fuego, o el advenimiento de la Edad del Hierro, o cualquier otra cosa – toda esa inventiva fue el resultado de la inspiración y la comunicación del mundo del sueño. El hombre soñó su mundo y lo creo, y las unidades de conciencia soñaron primero el hombre y todas las otras especies que conocemos.
Este es el momento para resaltar algo muy importante: El mundo del sueño no es un campo de actividad sin objetivo, sin lógica, sin intelecto. Lo que sucede es que nuestra perspectiva nos impide ver su más grande realidad, ya que el intelecto del sueño podría ser motivo de vergüenza para nuestros computadores. Nuestro propósito no es colocar las capacidades intelectuales en el fondo, sino afirmar que ellas emergen, tal como las conocemos, como consecuencia del uso ininterrumpido que hace el ser del sueño del poder mancomunado del intelecto y las intuiciones. Las capacidades intelectuales, tal como las conocemos, no se pueden comparar con las capacidades mayores que forman parte de nuestra realidad interior.
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